Aunque tiene muchos enemigos, el cine francĆ©s nunca ha dejado de incitar, de influir, de obnubilar y causar envidia a los cineastas espaƱoles. Sin cansarse de escudriƱar los eficaces modos de financiaciĆ³n y el potente mercado propio que la industria cinematogrĆ”fica de Francia consigue con sus productos, el cine espaƱol se mira desde hace muchos aƱos con wishful thinking en ese espejo en el que, por otro lado, a muchos de mis compatriotas (incluyo tambiĆ©n a cinĆ©filos y crĆticos) les gusta escupir con menosprecio, tachando a nuestros vecinos de presuntuosos, de engolados, de discursivos y hasta de āplastasā. Aun asĆ, no serĆa difĆcil trazar una genealogĆa de afrancesados en el cine espaƱol de los Ćŗltimos veinte aƱos, desde el buen influjo de Rohmer en directores tan excelentes como Felipe Vega hasta el godardismo outrĆ© de autores mĆ”s jĆ³venes tipo Albert Serra.
Ćltimamente sale a menudo el nombre de Bresson, que en mi Ć©poca de ājoven turcoā de la crĆtica especializada nos gustaba muchĆsimo a unos pero otros tildaban furiosamente de autor acartonado y antimoderno, cuando no de sacristĆ”n integrista. El autor de esas grandes obras maestras del cine que son Pickpocket, El proceso de Juana de Arco o Mouchette, tambiĆ©n ha sido mencionado con motivo del estreno del segundo largometraje de Jaime Rosales, La soledad, proyectado en la secciĆ³n āUn certain rĆ©gardā del Ćŗltimo Festival de Cannes (y cuya anterior pelĆcula Las horas del dĆa obtuvo en el Cannes del 2003 el Premio fipresci de la CrĆtica Internacional dentro de la prestigiosa Quincena de Realizadores). No sĆ© si Jaime Rosales es bressoniano, como lo es sin duda otro reciente debutante de interĆ©s, Javier Rebollo (Lo que sĆ© de Lola), pero su francofilia formal resulta innegable, por mucho que a algunos la PolivisiĆ³n les suene a cosa danesa.
ĀæY quĆ© es esa āpolivisiĆ³nā? El director lo explica, con demasiadas palabras, en el programa que se entrega en los cines, diciendo que āla idea detrĆ”s de la polivisiĆ³n ha sido crear un cĆ³digo homogĆ©neo a partir de un conjunto de reglas cuya funciĆ³n es aportar un sistema de percepciĆ³n distinto al del formato naturalā. La palabra clave aquĆ es āpercepciĆ³nā, que permite de inmediato desligar las intenciones de Rosales de las del grupo Dogma (centrado Ć©ste en los mandamientos de la narraciĆ³n) y asimismo del āautomavisiĆ³nā utilizado por Lars Von Trier en su hasta ahora Ćŗltimo film, El jefe de todo esto. Rosales utiliza en un 30% del metraje total de La soledad una pantalla partida por el centro en la que, por asĆ decirlo, inserta dos mitades a veces complementarias, en otros casos divergentes. El efecto resulta a menudo desconcertante respecto a la fijaciĆ³n espacial de la escena, un propĆ³sito que sin duda no escapaba a la determinaciĆ³n del director. Cuando Rosales lo utiliza para evitar el tradicional montaje de plano/contraplano en un diĆ”logo entre dos personajes, el procedimiento, sin ser original, enriquece la textura dramĆ”tica de una pelĆcula que cuenta con uno de los repartos mĆ”s inspirados del cine espaƱol, y en el que sus dos protagonistas, las relativamente desconocidas (del gran pĆŗblico, no de los buenos aficionados al teatro) Sonia Almarcha y Petra MartĆnez, componen personajes memorables.
El tĆtulo de La soledad no es muy fiel al relato, que tambiĆ©n podrĆa llamarse El dolor o El dinero (si Ć©ste segundo no fuera ya el de la gran pelĆcula final de Bresson, Lāargent). El terror tampoco le vendrĆa mal, puesto que la escena central que en cierta medida articula la historia narrada es el atentado terrorista en un autobĆŗs urbano de Madrid, extraordinaria secuencia filmada con una emocionante sequedad que convierte el suceso en un breve y prĆ”cticamente mudo episodio de oquedad, de suspensiĆ³n del tiempo, de falta de lenguaje y silencio de la sangre, nunca enseƱada. Ćse es el valor principal de la arriesgada apuesta fĆlmica de Rosales: escamotear las emociones, darlas por presentidas sin caer en la falacia patĆ©tica, mientras que, en una lĆnea convergente pese a su apariencia contradictoria, sobre-exponer al espectador al paso lento del tiempo y la morosidad de unos diĆ”logos mĆ”s bien banales y a ratos cercanos al costumbrismo.
Por su insistencia en la mostraciĆ³n de la durĆ©e bergsoniana, Rosales desinteresarĆ” a buena parte del pĆŗblico, aunque tal dilataciĆ³n temporal carezca del regodeo propio del mexicano Carlos Reygadas, que suele acumular la voluntad de exasperaciĆ³n con el feĆsmo deliberado. La soledad es, muy por el contrario, la pelĆcula menos efectista y mĆ”s depurada que pueda verse hoy en la cartelera. En eso sĆ que remite al jansenismo estĆ©tico de Bresson. ~
Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mƔs reciente es 'El tercer siglo. 20 aƱos de
cine contemporƔneo' (CƔtedra, 2021).