No es posible pasar en claro The tree of life de Terrence Malick: su materia misma es la ambigüedad, la inconclusión: signo de interrogación de 140 minutos. Se diría que no es una obra sino el proyecto de una obra. (Lamentablemente, eso mismo se puede decir de centenas de películas urgidas de un largo proceso de reedición; ejemplo: Transformers 2.) Tampoco es exacto decir que es una obra en gestación pues, aunque se ha filtrado la preparación y tal vez el futuro estreno de una versión de seis horas, la película se exhibe “completa”, de principio a fin, sin ninguna indicación de cambios o extensiones por venir. Por momentos, sin embargo,The tree of life es menos la película que su propia materia prima.
Tal vez una cita ayude a explicarme. Emmanuel Lubezki, director de fotografía y verdaderamente uno de los dos autores de la películas, dice:
Los actores actúan sus parlamentos pero a [Malick] no le interesan los parlamentos. Ellos están hablando y, mientras, nosotros fotografiamos un reflejo o el viento o el marco de una ventana y cuando paneamos ellos ya van terminando de decir los diálogos.
La búsqueda de imágenes hermosas en los reflejos, en las ventanas, en las plantas está documentadísima en The tree of life: una y otra vez la cámara de Lubezki va persiguiéndolas y una y otra se detiene, fascinada con su propia lente, ante lo que ve, para luego volver a irse –una luz de Cézanne acaba de aparecer en otro rincón de la casa o el jardín– y acaso en el camino encontrar a los actores a punto de terminar un diálogo. Pero, repito, la búsqueda está documentadísima: hay una sensación constante y exasperante de que los editores (¡cinco!) han sido demasiado generosos con su material: de que no estamos viendo la película sino su gestación.
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The tree of lifees una de las obras más bellas, más intensas, más ambiciosas que han salido de Hollywood –una de las más irritantes y más literales también. Está completamente libre de sentido del humor. Todos sus asuntos son descomunales: la historia del Universo; la reconciliación del bien y del mal; las razones cósmicas del nacimiento, la muerte, la tragedia; la presencia de Dios y de Su piedad en las plantas y los animales de la tierra; la continuación del alma. Es prima hermana del Libro de Job, de El espejo de Tarkovski y de la modesta –en comparación, pues– 2001: Odisea del espacio.
Malick ha dividido su película en cinco partes de cósmico desorden. En la primera Jack O’Brien (Sean Penn), en Houston en la actualidad, se mueve entre rascacielos carcomido por algo que parece culpa (en alguna escena, por teléfono, ofrece una disculpa “por las cosas que dije”). Es un arquitecto o un gestor de bienes raíces pero es también un zombi, un muerto en vida. En la segunda, su madre, hace tal vez treinta años, recibe por telegrama la noticia de que su hijo R.L. ha muerto. No sabemos las circunstancias pero no es difícil intuir que murió en la guerra. En la tercera al big bang sucede la creación del universo, a ésta la formación de la tierra, a ésta el surgimiento del agua, de la vida microscópica, de los dinosaurios. Luego, la caída de un meteoro que los extingue y, tras el paso de 65 millones de años que se sienten como 20 minutos, el nacimiento de los seres humanos y el de un pequeño ser humano: Jack O’Brien y su infancia en Waco, Texas, hasta que tiene unos 11 años. La cuarta y más larga se detiene en esa edad: la vida del chico y sus hermanos bajo las órdenes religioso-militarizadas de su padre (el temible Brad Pitt) y el amor panteísta de su madre (Jessica Chastain, una mujer de belleza prerrafaelista). En la quinta vemos a Jack adulto en una playa, más allá, donde se reencuentra con los fantasmas de su pasado.
Ese resumen es bastante más tajante que la película, que va y viene con indecisión. Hay otra entrevista con Lubezki, en la que el fotógrafo dice que Malick está “tratando de expresarse en cine sin usar esa parte que está en el ADN del cine que viene del teatro y la literatura”. Sí y no. No: un talento de Malick es eminentemente literario. Su cine, especialmente desde La delgada línea roja, es también una colección de dudas y versos como susurrados en un oído eterno. “Where is it that we were together? Who were you that I lived with? The brother. The friend. Darkness, light. Strife and love. Are they the workings of one mind? The features of the same face? Oh, my soul”, se pregunta el soldado Edward Train al final de esa película; “Who are you whom I so faintly hear? Who urge me ever on? What voice is this that speaks within me… guides me towards the best? We shall make a new start”, se pregunta el capitán John Smith en Nuevo mundo… Son las mismas preguntas que se hacen los protagonistas de The tree of life. Y casi con la misma voz. (A veces esta película se arriesga a dar respuestas. Por ejemplo, en esta frase de la madre: “The only way to be happy is to love. Unless you love, your life will flash by”; o en esta: “There are two ways through life: the way of Nature, and the way of Grace”. Son momentos desafortunados.)
Y sí: el cine acaso no es el medio que está buscando esta película; es tal vez uno de sus medios. El cine le hace falta o le sobra a Tree of life, que muy probablemente sería una pieza más perfecta si fuera una exposición de fotografía, un performance –el padre que educa a su hijo en el odioso oficio de madrear gente, por ejemplo–, tres o cuatro recitales –el Agnus Dei del réquiem de Berlioz, la sinfonía de las canciones tristes de Górecki, el cántico funeral de John Tavener–, algunos cortometrajes –el arrebatador montaje del crecimiento de Jack, por ejemplo– y la lectura de un poema. Una pieza de la que uno pudiera entrar y salir, desordenar y reordenar. (De nuevo, inconclusión: las dos horas y veinte minutos de The tree of life como materia prima de otra obra.)
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Hay un poema que puede servir como una guía de viaje a través de The tree of life. Se trata de Pasado en claro de Octavio Paz. En ese texto donde el poeta busca y encuentra al niño y al adolescente que fue hay algunos de los motivos de la obra de Malick, pero no en proceso de recuperación sino recuperados y nítidos. La casa en formación y desvanecimiento continuos, impresionistas:
El patio, el muro, el fresno, el pozo
en una claridad en forma de laguna
se desvanecen. Crece en sus orillas
una vegetación de transparencias.
El árbol de la vida en Pasado en claro es, primero, un “fresno, sinuosa llama líquida”, un “rumor que se levanta / hasta volverse torre hablante”, después:
la higuera primordial,
capilla vegetal de rituales
polimorfos, diversos y perversos.
En The tree of life el tiempo es fijeza: el big bang está ocurriendo siempre para dar nacimiento a la tierra y al agua y a este bebé niño de once años adulto de Houston, Texas. En Pasado en claro:
siempre es el mismo día, la misma noche siempre,
no han inventado el tiempo todavía,
no ha envejecido el sol,
esta nieve es idéntica a la yerba,
siempre y nunca es lo mismo,
nunca ha llovido y llueve siempre,
todo está siendo y nunca ha sido.
O’Brian padre, interpretado con amorosa, alarmante dureza por Brad Pitt, es un padre construido con recuerdos de violencia y con el que es casi imposible una comunicación que no sea el miedo. Paz dedica estos versos inolvidables a su padre en Pasado en claro:
Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
una tarde juntamos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
La madre de los chicos de The tree of life es una mujer elementalísima. “Sólo hay un camino para ser feliz: el amor”, dice. También es una mujer como un ángel (la vemos flotar unos instantes al lado de su árbol primordial) y capaz de una reacción furiosa ante la arbitrariedad opresiva de su marido. Ella ve, dice Malick, con “los ojos del alma” y representa “el camino de la piedad”. No la vía de la violencia ni la vía del intelecto: la de la naturaleza. Paz describe así a su propia madre:
Mi madre, niña de mil años,
madre del mundo, huérfana de mí,
abnegada, feroz, obtusa, providente,
jilguera, perra, hormiga, jabalina,
carta de amor con faltas de lenguaje.
Claro: el poema no es la película y el niño Jack no es el niño Octavio. En la madurez, el protagonista de The tree of life reencuentra en una playa un poco ridícula a mamá, papá y hermanitos deambulando en busca de un director que los meta en cintura. En la madurez, el poeta escribe el poema, “aire que se esculpe y se disipa, / fugaz alegoría de los nombres / verdaderos”. Pero ambos se están buscando incesantemente, buscando entre los escombros de lo que fueron, entre los restos de los nombres y sus sombras.
Escritor. Autor de los cómics Gabriel en su laberinto y Una gran chica (2012)