El Quijote de David Bowie

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A lo largo de la dรฉcada de 1970 tuve oportunidad de tratar asiduamente en Londres a Celestino Coronado, un original artista espaรฑol instalado en Inglaterra, donde sigue viviendo y ha desarrollado una importante carrera como cineasta y colaborador excepcional del actor y director teatral Lindsay Kemp. Coronado, autor de un Hamlet hoy convertido en film de culto, me pidiรณ un dรญa, creo que de 1974, escribir para รฉl una adaptaciรณn cinematogrรกfica de la novela de Cervantes (y he de decir que no habรญa entonces ninguna conmemoraciรณn ni efemรฉrides en perspectiva). Aรฑos despuรฉs desarrollรฉ otro guiรณn completo para Celestino sobre nuestra Guerra Civil, pero este Don Quijote, ahora publicado en Letras Libres por vez primera, no pasรณ nuncadel estado de sinopsis larga o —como se llama en la jerga cinematogrรกfica— "tratamiento".
     Seรฑalo sucintamente dos curiosidades del texto, que bien podrรญa haber figurado en la Anthologie du cinรฉma invisible publicada en Francia en 1995 (fue otro el elegido por el compilador de ese singularรญsimo libro, donde mi nombre aparece junto al de escritores mucho mรกs cรฉlebres y valiosos que yo, firmantes todos de guiones nunca filmados). La primera resulta evidente con su lectura: la bibliomanรญa neurรณtica de Alonso Quijano se hace en mi propuesta cinefilia, trasponiรฉndose las fuentes librescas del original a las pelรญculas clรกsicas, las divas del celuloide y los magnates de Hollywood (equivalentes a los duques de la novela). No habiรฉndolo leรญdo desde entonces, me ha sorprendido a mรญ mismo la posible anticipaciรณn genรฉrica del road movie, la larga cita de la escena del platรณ vacรญo en Cantando bajo la lluvia en la parte final, y esa mezcla de los espacios soรฑados tanto por Raymond Roussel, sobre todo el de Locus Solus, como por Jerry Lewis (el de The Ladies Man, en Espaรฑa llamada El terror de las chicas) que se da en las secuencias cuatro y trece.
     La segunda es la que produce tristeza. Kemp, que siguiรณ de cerca la escritura del tratamiento y se reservaba el papel de Sancho en la futura pelรญcula, fue como es sabido mentor, inspirador y amigo รญntimo de David Bowie, y el proyecto cinematogrรกfico tenรญa al cantante como intรฉrprete indiscutible de Don Quijote. Recuerdo un breve encuentro —el รบnico de esa malograda empresa— en el que Celestino, Lindsay y yo comentamos con el muy inteligente autor de Ziggy Stardust and the Spiders from Mars los pormenores de su personaje, llamรกndome la atenciรณn el entusiasmo, la refinada cultura cinematogrรกfica y el buen conocimiento de la novela cervantina que mostrรณ Bowie. Pero el fervor de todos y la dedicaciรณn de Coronado en la bรบsqueda de una cuantiosa financiaciรณn fueron insuficientes. No muchos meses despuรฉs de esa reuniรณn, David habรญa dejado de ser una araรฑa marciana para convertirse en pin-up de millones de jรณvenes del mundo entero, Kemp y Celestino cambiaron a Cervantes por Shakespeare (rodarรญan posteriormente en Espaรฑa un mรกs realizable Sueรฑo de una noche de verano), y yo, tras meter en un cajรณn hasta hoy los 14 folios del manuscrito, me puse a imaginar otras aventuras mรกs pegadas a la tierra, menos heroicas.

     1. La pelรญcula se inicia con un diรกlogo amoroso en grandes primeros planos entre Don Quijote y una gran dama del cine del pasado (que podrรญa ser Greta Garbo). En una pequeรฑa pantalla casera Don Q. proyecta una secuencia (quizรก el despertar amoroso en Grand Hotel) que รฉl ha remontado de forma que sรณlo aparezcan proyectadas las rรฉplicas de la actriz, e intercaladas vemos nosotros las intervenciones en contraplano de Don Q., que sigue de memoria el diรกlogo y contesta con toda exactitud, haciendo รฉl de galรกn, las palabras de ella. La secuencia termina, las luces se encienden y nos hallamos en la gran y desordenada habitaciรณn de Don Q.: cuatro altas paredes sin ninguna luz natural —las ventanas han sido clausuradas con celosรญas pintadas— y cubiertas por capas de viejos posters, fotografรญas, fragmentos de celuloide, libros de cine, revistas ilustradas, etc. El suelo lo cubre una alfombra de discos, mรกs revistas, reliquias y objetos antiguos, y el resto de la habitaciรณn, donde apenas existen los muebles habituales de toda casa, estรก ocupado por gramolas, magnetรณfonos, aparatos de televisiรณn, pantallas, vรญdeo, etc., que funcionan constante y simultรกneamente mientras Don Q. se pasea por el cuarto nerviosamente y circula entre uno y otro, fija su mirada en uno, cambia de programa, apaga, enciende, sube el volumen o simplemente se sienta con los ojos cerrados en medio de todos los aparatos y se abstrae. Se puede observar que en una gran mayorรญa de las fotografรญas, posters e ilustraciones de viejas pelรญculas y actores famosos que hay en el cuarto, Don Q. ha sustituido los rostros originales por el propio, pegado a modo de collage y en los mรกs diversos atuendos, segรบn cada pelรญcula o รฉpoca.

2. Don Q. abandona muy pocas veces su reducto (parece no necesitar comer ni dormir, y de hecho ningรบn alimento, cocina o cama se ven en la casa), pero cuando sale a la calle, como ahora, es al atardecer, ya oscurecido, y su andar enรฉrgico, su mirada perdida, su gesto casi heroico, su aspecto visionario y sus ropas desusadas y austeras, despiertan cierta sorpresa e hilaridad entre los viandantes con que se cruza. Don Q. camina sin reparar en ellos, sin darse cuenta de lo que sucede a su alrededor, y se limita a ejecutar su cometido (comprar mรกs revistas o libros, o un objeto curioso de una tienda de antigรผedades) y volver rรกpidamente a casa. Sin embargo, al andar por la calle, en sus gestos y movimientos irreales, teatrales, es fรกcil captar que Don Q. sigue pautas ajenas, estรก imitando al moverse a algรบn รญdolo particular o a alguna estrella consagrada.

3. Mientras Don Q. estรก ausente, a sus habitaciones viene a espiar, revolver y mirar con gesto hosco y envidioso, de asco, un grupo heterogรฉneo de parientes y vecinos que, estando รฉl presente, se mantienen a raya y a distancia de la morada del caballero. Son estiradas mujeres de luto con moรฑos de pelo encanecido, hombrecillos esquelรฉticos y calvos, alguna jovencita enclenque y pรกlida, que, todos en grupo, husmean y se sienten a la vez fascinados y repelidos por el mundo ajeno y peculiar de Don Q. Cuando oyen en la escalera sus pasos de vuelta, todos se escabullen como ratas, presurosamente, por una puerta pequeรฑa, al fondo del cuarto, y cuando Don. Q. entra ya no hay nadie.

4. Don Q. sueรฑa despierto sentado en una butaca en el centro de su cuarto y rodeado de sus objetos queridos, imรกgenes y sonidos superpuestos. Lo que Don Q. ve en esa ensoรฑaciรณn es una gran galerรญa o patio abierto de varios pisos con escaleras ascendentes por las que รฉl va subiendo, como si estuviera flotando sobre unos raรญles o andando sin mover los pies por una invisible escalera automรกtica. El lento y mayestรกtico ascenso le permite observar ciertas escenas que se desarrollan simultรกneamente en improvisados escenarios situados en los distintos pisos de la galerรญa. Cada una de las escenas representa una aventura o episodio dramรกtico —con un marco, una mรบsica y unos personajes y vestimenta diferentes— de los cuatro que luego, a lo largo de la secuencia 11, Don Q. inventa y narra. Todas estas escenas fijas, breves, que รฉl ahora tan sรณlo vislumbra, estรกn presididas por la figura de la misma mujer. Una dama misteriosa y recatada, elegante y muy adornada, que sรณlo cambia en cada cuadro de atuendo pero en todos mantiene su distanciamiento y una sonrisa intrigadora. Don Q. la observa cautivado, mientras se palpa su propio cuerpo, cara y manos, tratando de averiguar si รฉl mismo es real o forma parte de la visiรณn; la dama —que siempre estรก fotografiada en flou— no se altera ni se mueve, permaneciendo como una sombra inaprensible.

5. Finaliza la ensoรฑaciรณn (desarrollada a manera de una superposiciรณn de trailers cinematogrรกficos) y Don Q. se levanta de su butaca como pulsado por un resorte y comienza una actividad frenรฉtica por su cuarto, preparando lo que parece una salida, un viaje. Con rostro ilusionado, encendido, y con el impulso de quien se siente llamado a una misiรณn trascendental y salvadora, Don Q. va recogiendo diversos objetos y metiรฉndolos en un antiguo maletรญn de mรฉdico, en cuero cuarteado y gastado, y a continuaciรณn, tras despojarse de sus humildes ropas habituales, abre con solemnidad unos rudimentarios armarios correderos que ocupan una de las paredes de la estancia. Tras las puertas descubrimos un maravilloso tesoro de guardarropa, una colecciรณn de tรบnicas, trajes, turbantes, esclavinas, capas, zuecos, paรฑuelos, etc., colgados en una larguรญsima hilera de perchas que resplandecen a la luz de los tubos de neรณn interiores y entre los cuales Don Q. elige una serie de prendas de vestir de distintas รฉpocas y lugares y se las pone. Las ropas, aunque hermosas y llenas de color, son claramente usadas, y estรกn bastante deterioradas. Asรญ vestido y con su maletรญn en la mano, Don Q. abandona la casa.

6. Nada mรกs salido Don Q., vuelve a aparecer siniestramente, filtrรกndose por puertas y rincones como alimaรฑas, el grupo de sus parientes y vecinos, que ahora, al haberle visto abandonar el piso con el maletรญn y comprobar por el desorden reinante que se ha marchado, se dedican libremente a coger y romper todo lo que llena la habitaciรณn. La escena se convertirรก, con un crescendo de ruido y furor violento, en un verdadero "auto de fe" en el que los personajes destrozan todo cuanto ven y finalmente se llevan a montones los rollos de celuloide, las cรกmaras, los libros y carteles, y lo depositan todo en un patio del edificio, para despuรฉs prenderle fuego a la pira. Todos observan con un gesto de vengativo placer cรณmo las llamas consumen la memoria de Don Q., todos sus tesoros acumulados.

7. Don Q. recorre las calles de la ciudad con su maletรญn y vestido de la manera extravagante en que le vimos salir de su casa, y parece ir buscando algo con la mirada. Llega a una plaza en la que descansan al sol del mediodรญa varios grupos de jรณvenes desocupados, tumbados desganadamente, semidormidos. Don Q. observa detenidamente a varios de los muchachos que hay allรญ, los examina, sigue su marcha con gesto decepcionado, y finalmente descubre a Sancho, sucio, vulgar, de unos treinta aรฑos, con mirada despierta y ropas andrajosas, ante el cual se detiene. Sancho dormita a la sombra de unos รกrboles, pero Don Q. le mira fija y largamente, y al cabo de unos instantes Sancho despierta. Don Q. le hace un gesto perentorio y autoritario de que le siga y S. se levanta รกgilmente y va tras รฉl, tratando de alcanzar el paso ligero de Don Q.

8. Don Q. y S. han iniciado su largo viaje o aventura y circulan por una carretera desรฉrtica a bordo de un viejo automรณvil Oldsmobile pintado algo estrafalariamente y de tapicerรญa y adornos interiores muy barrocos, mezcla de varios estilos. Don Q. ocupa el corrido y amplio asiento posterior y va rodeado de libros y revistas, recortando fotografรญas y noticias que pega en un รกlbum y tarareando una vieja melodรญa que suena en la radio del coche. S. conduce alegremente y de vez en cuando rompe el mutismo de Don Q. con su jovial locuacidad, contรกndole a su seรฑor episodios de su vida pasada. Aunque Don Q. se mantiene ausente y parece no escucharle, en algรบn momento le corrige su dicciรณn torpe y atropellada a Sancho, o le habla de ejemplos cรฉlebres sacados de un film con modelos de las aventuras enrevesadas que S. le acaba de referir.

9. En mitad de un impresionante paisaje de polvo y montaรฑas, Don Q. ordena parar el coche a S. al ver venir hacia ellos a un grupo de personajes que arrastran carretillas y roulottes. Se trata de una compaรฑรญa de actores ambulantes vestidos aรบn con los trajes y el maquillaje de sus funciones teatrales. Un actor va vestido de Rey, otro de Muerte, otro de Mago, una actriz de Geisha, otra de Princesa รกrabe, etc., y le cuentan a Don Q. que recorren el paรญs dando funciones por cada ciudad pero que nunca tienen tiempo de cambiarse de ropa por la prisa en llegar a su siguiente destino. Don Q. les observa fascinado y les hace preguntas sobres su atrezzo, su maquillaje y su repertorio dramรกtico: รฉl parece conocer todos los secretos de ese arte, y les recita parlamentos enteros de algunas de las obras clรกsicas que ellos dicen representar. La troupe se une a Don Q. y S. y todos juntos continรบan el viaje.

10. Don Q. les habla a los actores y a S. de sus aspiraciones al iniciar este gran viaje en el que se ha embarcado: triunfar como un gran actor, llegar a ser un gran รญdolo admirado de todos. Tambiรฉn les cuenta que su mรกximo deseo es llegar a reunirse con su adorada Dulcinea, la cรฉlebre actriz que admira y de la que estรก secretamente enamorado, y con la que aspira a trabajar. Los actores se asombran de no conocer a esa supuesta gran estrella, y Don Q. les describe con entusiasmo y gran riqueza de detalles a Dulcinea, que es, obviamente, un ser mรญtico e idealizado: sobre la pantalla, con la voz en off de Don Q., vemos aparecer sucesivamente los rostros de distintas y bellas mujeres del cine mudo, y de cada una de ellas Don Q. elige un rasgo fรญsico con el que va componiendo su rostro de Dulcinea. En la pantalla, y a la manera de un retrato robot de los que usa la policรญa para identificar a los criminales, se forma finalmente el semblante ideal, hermosรญsimo e inexistente de Dulcinea.

11. En su viaje, Don Q. y sus acompaรฑantes llegan a un gran hotel de paso aislado en un paraje solitario, donde constantemente entran y salen viajeros que parecen detenerse muy brevemente en รฉl. Tanto Sancho y la troupe de actores como los distintos empleados y viajeros del hotel se han dado cuenta de que Don Q. no vive en el mundo real, sino que sus imaginaciones y sueรฑos constituyen para รฉl la realidad. Por eso todos empiezan a tratarlo sistemรกticamente como a un loco, y ante รฉl fingen, mienten, y pretenden seguirle en sus fantasรญas. Don Q. se pasea majestuosamente por los grandes salones de ese hotel, sorprendiendo y maravillando a todos los que le escuchan y siguen con narraciones rocambolescas, en un lenguaje muy adornado, a propรณsito de los viajeros que van llegando al lugar. Asรญ, la entrada de una pareja muy agitada, ella llorando, รฉl con gesto desesperado, seguidos a corta distancia de otro hombre sereno y sonriente, hace que Don Q. cuente y articule la historia de esos personajes, que รฉl presenta como sus vidas reales pero que, claramente, es algo inventado, ya que el desarrollo dramรกtico recuerda al de algรบn viejo y conocido film de Hollywood. Estas invenciones de Don Q., intercaladas y en nรบmero de cuatro, constituirรกn el nรบcleo central de la pelรญcula, siempre tomando como pretexto la llegada de algรบn nuevo cliente al hotel, y siempre tambiรฉn mezclando en cada romance ficticio elementos de pelรญculas cรฉlebres. En estas historias que รฉl presenta como hechos reales y sucedidos, la heroรญna es la misma dama, remota y misteriosa, asociada por รฉl a Dulcinea, mientras que Don Q. se reserva siempre un papel protagonista (de protector o รกngel guardiรกn, de galรกn que resuelve todos los problemas, de perdedor sacrificado y contento de serlo…). El trasfondo de cada historia serรก distinto: una es un melodrama burguรฉs tรญpico a lo Douglas Sirk, otra serรก una intriga amorosa en un marco oriental, otra una romรกntica peripecia de abandono motivado por la guerra. La presentaciรณn cinematogrรกfica de cada una de las historias se hace a la manera de un tableau vivant, ritual y muy formal, con un dรฉcor tipificado y propio en cada caso de la รฉpoca a que el film imitado pertenece (melodrama aรฑos cincuenta, film bรฉlico aรฑos cuarenta, thriller aรฑos treinta, etc.) Los actores que en todos los casos interpretan las historias serรกn los de la troupe que acompaรฑa a Don Q., disfrazados en cada ocasiรณn de manera pertinente. Sancho escucha atentamente a su seรฑor y parece en ocasiones creerle, seguirle en sus fantasรญas, fascinado por su extravagante figura. Pero no por esa admiraciรณn deja รฉl de intentar negociar y sacar fruto del regocijo general que las excentricidades de Don Q. provocan; a espaldas de Don Q. va obteniendo dinero y regalos de los numerosos clientes del hotel y hasta de los actores de la compaรฑรญa, que se agolpan para escuchar a Don Q. y quieren participar de sus hazaรฑas imaginarias.

12. La fama de Don Q. como personaje excรฉntrico, algo dandy y lunรกtico, se ha ido extendiendo, y su imagen aparece en periรณdicos y en otros medios de comunicaciรณn. Mientras, รฉl, siempre acompaรฑado del fiel pero interesado S., prosigue su largo viaje que ha de llevarle hasta el estrellato y hasta Dulcinea. Sancho es a lo largo de todo el viaje el que conduce, se encarga del sustento y de los detalles menores y circunstanciales, al tiempo que estรก siempre atento a conseguir todo el lucro y ventajas personales para sรญ mismo. Con la presencia de S. a su lado, Don Q. puede permitirse divagar y soรฑar, sin preocuparse de los aspectos cotidianos y materiales del viaje. En sus paradas y estancias breves son ahora Don Q. y S. reconocidos y saludados como personajes casi legendarios, del folklore, y las gentes simulan delante de Don Q. formar parte de ese mundo ficticio, lleno de glamour, en que รฉl cree moverse.

13. En una de sus escalas, alguien le habla a Don Q. de un lugar prรณximo y encantado que debe visitar: la Cueva de Maravillas. Es un lugar, le dicen, al que pocos se atreven a ir pero del que aquellos que lo visitan vuelven transfigurados. Don Q. siente inmediatos deseos de conocerlo, sobre todo espoleado por el riesgo implรญcito, y ante las protestas de S., que no se fรญa y teme una mentira o una trampa, se encamina hacia la cueva. Don Q. penetra en la Cueva de Maravillas, mientras S., aรบn temeroso, se queda fuera. La Cueva de Maravillas ocupa el amplio y tenebroso espacio de un caserรณn rodeado de parque y boscaje, lleno de recovecos y claros fantasmagรณricos; una mezcla de empobrecida Disneylandia y Jardรญn de Bomarzo de caprichosas estatuas. Tanto los jardines como el interior del caserรณn —que parece un viejo y polvoriento museo provincial de antigรผedades— estรกn poblados de objetos relacionados con el mundo del cine: viejos proyectores, linternas mรกgicas, muebles de atrezzo, รบtiles diversos, y sus paredes cubiertas de improvisadas pantallas en que se proyectan sin cesar pelรญculas antiguas. Don Q. lo observa todo con detenimiento y hace comentarios entusiastas, grandiosos, que no se corresponden con aquello que describe, ya que sus palabras lo falsean, lo engrandecen todo. En el รบltimo piso del caserรณn descubre una galerรญa de figuras (recortables, fotos gigantes o autรฉnticos maniquรญes) a modo de museo de "Madame Tussaud" de cรฉlebres estrellas, y, con aรบn mayor entusiasmo, casi con frenesรญ, Don Q. comenta ante cada una la historia o rasgos cรฉlebres del actor o actriz en cuestiรณn o del episodio del film al que pertenece la figura. Su sorpresa es enorme, sin embargo, cuando al final de la galerรญa descubre su propia imagen de cera, exactamente igual a รฉl y vestida con la misma y ya tรญpica vestimenta que ha llevado a lo largo de la pelรญcula. Este Don Q. ya convertido en personaje mรญtico estรก rodeado en el tableau de una serie de carteles y sรญmbolos cinematogrรกficos similares a los que rodeaban al verdadero Don Q. en su vivienda. Don Q. abandona finalmente la Cueva y reencuentra a S., que escucha incrรฉdulo las maravillas que su seรฑor le cuenta, sospechoso de que tras las paredes de un caserรณn ruinoso y en los rincones de un parque tan salvaje se escondan realmente esos prodigios.

14. Un grupo de aristรณcratas y ricos hombres de negocios, a los que acompaรฑan hermosas starlets y damas del gran mundo, rompen su dorado aburrimiento al escuchar que el cรฉlebre Don Q. (se supone que las aventuras de Don Q. duran aรฑos, y a lo largo de la pelรญcula el paso del tiempo se irรก sugiriendo sutilmente a travรฉs de distintos detalles) se encuentra muy cerca de la fastuosa casa de campo en la que se han reunido para pasar un fin de semana. Animados por la diversiรณn inesperada que les asegura tan extravagante personaje, salen en su busca y se presentan ante รฉl en aparatosa comitiva (coches lujosos, criados, mรบsica). Don Q., al ver tal profusiรณn de magnificencia, cree haber llegado por fin a El Dorado de sus sueรฑos, a ese imperio cinematogrรกfico-escรฉnico donde se van a reconocer sus mรฉritos estelares y va a hallar a Dulcinea. El grupo de adinerados asรญ se lo confirma y, habiendo instruido a sus sirvientes de que actรบen en la forma que Don Q. espera que las cosas se desarrollen, invitan a Don Q. y S. a la finca que presentan como autรฉntica meca. El recibimiento es apoteรณsico, y la estancia de los dos invitados transcurrirรก en el lujo y entre atenciones constantes, que Don Q., aunque complacido, rechaza, y de las que Sancho se aprovecha con creces. Los manjares y las bebidas abundan, las habitaciones que se les asignan estรกn ricamente decoradas y poseen numerosos adelantos automรกticos, y hermosas doncellas intentan servir, baรฑar y ayudar a vestir a Don Q., que se siente cohibido y las hace marchar.

15. En la finca, los anfitriones hablan a Don Q. de sus proyectos para dar a conocer al mundo entero su talento. Ante la insistencia del caballero de entrar finalmente en contacto con su adorada Dulcinea, le dicen que esa gran dama, estrella famosa y por tanto huidiza del clamor de las masas, vive recluida en una isla del Mar Egeo, pero que si Don Q. confรญa en ellos y sigue sus instrucciones le podrรกn llevar hasta ella. A tal efecto, Don Q. y S. deberรกn hacer el viaje hasta la isla montados en un ingenio mecรกnico casi sagrado y portentoso que les transportarรก a travรฉs de los aires, pero a condiciรณn de que acepten ir con los ojos vendados y sin hacer preguntas al silencioso piloto que les conducirรก. Don Q. asiente entusiasmado, a pesar de las reservas y protestas de S., y los anfitriones les muestran el fantรกstico aparato volador en que han de viajar hasta Dulcinea: una especie de estilizado caballo automรกtico lleno de resortes y metales brillantes. El triunfal Don Q. y el aprensivo S. montan, y la expectaciรณn entre anfitriones y criados de la mansiรณn es grande. Se prepara una gran diversiรณn. Una vez que se les ha vendado a ambos los ojos, todos los presentes arrastran el caballo volador y a sus dos jinetes hasta una enorme estancia del palacete que es, en realidad, un gran platรณ cinematogrรกfico, con falso cielo raso, decorados, etc. Todos les desean buen viaje a los dos aventurados viajeros y ponen en marcha el resorte que mueve al caballo: aunque รฉste, desde luego, no vuela, sรญ se agita, da saltos, cocea, y lanza desde su interior nubes de polvo y llamaradas. Para completar los efectos de movimiento, los anfitriones ponen en funcionamiento todos los aparatos del platรณ: ventiladores gigantes que producen viento, sonidos especiales, grandes focos, y una pantalla en la que proyectan transparencias que representan distintos paisajes y ciudades remotas, frente a los que se recorta la silueta de Don. Q. y S. La ilusiรณn de desplazamiento, de altura, es profunda, y los dos jinetes responden a ella con expresiones de jรบbilo y emociรณn.

16. El viaje inmรณvil termina, y los anfitrionesabandonan en sigilo la estancia para seguir el resto de la farsa desde unos espejos dobles camuflados en una pared. Antes de marcharse, sin embargo, modifican de nuevo el decorado del platรณ y retiran un lienzo que cubrรญa, a pocos metros de donde se halla el caballo mecรกnico, a una figura femenina envuelta en gasas e inmรณvil, a la que iluminan y colocan de manera muy efectista. Detenido el artefacto, Don Q. y S. descienden de รฉl y, aรบn turbados por el viaje, tantean el lugar donde se encuentran y se quitan, finalmente, los antifaces. Mientras S. descubre en pocos segundos la trampa del lugar, Don Q. se extasรญa descubriendo ese paraรญso en el que cree hallarse y, sobre todo, acercรกndose —con una mezcla de arrobo y temblor— hasta su Dulcinea, que es de hecho una madura y nada atractiva cocinera de la casa a la que han maquillado y vestido con exageraciรณn hasta convertirla en un fantoche de oropeles y afeites. Entre tanto, ha aparecido por el fondo de la estancia la troupe de actores ambulantes, ahora vestidos todos ellos exactamente igual que Don Q. e imitando sus gestos y movimientos. Con fingida extraรฑeza al ver al autรฉntico Don Q. asediando a Dulcinea, los falsos quijotes pretenden todos tener la primacรญa respecto a la dama y se acercan a ella, a lo que Don Q. responde con ira, ahuyentรกndolos de palabra y con las manos. Se enzarzan todos en una pelea por la posesiรณn de Dulcinea, y en el tumulto de los adornos y perifollos de la bella caerรกn por tierra, y la verdadera naturaleza de Dulcinea quedarรก al descubierto. Desnuda y desenmascarada, huye la sirvienta avergonzada, y los actores tambiรฉn escapan con grandes risotadas. Don Q. parece por fin darse cuenta de la realidad de las cosas que lo rodean; husmea entre los jirones de la ropa de Dulcinea, toca el cartรณn-piedra del decorado, observa los aparatos que han creado la ilusiรณn escรฉnica en la sala. Recorre de un rincรณn a otro el platรณ; al abrir una puerta se encuentra con los camerinos de la troupe —donde, aรบn risueรฑos, los actores se estรกn quitando los disfraces— y poco a poco parece entender la vulgaridad y falsedad del entorno en el que se ha estado moviendo. ร‰l mismo va apagando, antes de salir, los focos de luz de color y eliminando los efectos especiales del platรณ, y se despoja no sin melancolรญa de sus ropajes.

17. A pie y cansados, polvorientos, Don Q. y S. llegan a la ciudad de la que salieron, ahora igualados por la sencillez de su atuendo y el gesto comรบn de desencanto. Don Q. despide a S. y se lamenta de no haberle podido dar las riquezas y honores que le prometiรณ un dรญa, al principio de su epopeya, y aunque S. protesta y afirma querer seguir al lado de Don Q., รฉste le conmina a la separaciรณn. Mientras S. se aleja en solitario, vemos a Don Quijote subir cansinamente los desvencijados escalones de su antigua morada, y en el momento en que abre la puerta de sus habitaciones, aparece en la pantalla la palabra.
     FIN

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Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).


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