Entrevista a Jonás Trueba: “El cine de autor de hoy es oscuro y cínico. Nosotros somos idealistas, ¡regeneracionistas incluso!”

El cineasta, que estrenó a finales de agosto su nuevo filme, "Volveréis", reivindica las comedias románticas, habla de su filosofía de trabajo y defiende las películas que muestran explícitamente sus referencias.
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El cineasta madrileño estrenó a finales de agosto su último trabajo, Volveréis, sobre una pareja que decide separarse y celebrarlo con una fiesta, haciendo realidad la broma recurrente del padre de la chica, que es, por cierto, directora de cine. Eso abre un juego de espejos y trasvases entre el amor y el cine: se muestran los preparativos de esa fiesta a la vez que se enseña la trastienda de las películas. 

Volveréis plantea la ruptura de una pareja que decide celebrar la separación haciendo una fiesta, en parte de agradecimiento. Es una comedia romántica llena de guiños al género clásico y en concreto al “re-marriage”: pienso en Las tres noches de Eva, en Katharine Hepburn y el pijama de seda que la protagonista compra… ¿por qué una comedia romántica?

Por el hecho de que es un género maravilloso, que nos ha dado algunas de las grandes obras de la historia del cine aunque desde hace años vive un poco denostado. Me apetecía probar a nuestra manera. No tratando de imitar a los maestros (Hawks, Lubitsch, McCarey, Sturges, Hepburn, Grant, Tracy…) sino acordándonos de ellos. Nos seguimos preguntando qué tenían esas películas que nos siguen produciendo una clase de felicidad casi eufórica. Eran adelantadas a su tiempo, divertidísimas e inteligentísimas, pero sobre todo humanas, a pesar de su apariencia de sofisticación y hasta de frivolidad, sabían captar algo esencialmente vital. Creo que ya no somos capaces de hacer películas así, quizá porque nos hemos vuelto más cínicos como espectadores. Casi todas ellas acababan con finales felices, o lo que llamamos finales felices, porque en realidad no sé si lo eran. Pero acababan con un chimpún maravilloso que nos producía felicidad, aunque el mensaje, en realidad, no era ingenuo sino más bien cargado de confianza y esperanza en los seres humanos y el entendimiento, a pesar de todo. Ahora parece que solo se atreven a eso ciertas películas de consumo en plataformas, y antes de ellas ciertas derivas del género que acabaron por agotarlo y reducirlo a un cliché. Los cineastas más ambiciosos se apartaron del género como de la peste. El último en practicarlo a conciencia fue Woody Allen y algunos de sus herederos pero terminaron por darle la espalda también. El cine moderno se reveló en gran parte contra todo ese cine optimista y se impuso el prestigio del mal, es decir, el cine de autor de hoy que es básicamente oscuro, muy oscuro, y cínico, véase Haneke, Ruben Ostlund, Lanthimos… Así que contra esa tendencia vamos nosotros, Los ilusos… Me gusta pensar que somos idealistas, ¡regeneracionistas incluso!

¿En qué medida el amor es aquí una metáfora de otra cosa?

Más allá de la pareja que retratamos, estamos hablando de nuestra relación con el cine, o nuestra vida con el cine. Y de nuestra crisis con el cine, al menos la mía. Al final nos dimos cuenta de que estábamos poniendo ahí nuestra crisis vital y profesional, existencial, que por supuesto acaba afectando a tu vida en pareja. En vez de hacer una puesta en escena, creo que estábamos haciendo una “puesta en crisis”, nosotros y los personajes. Al equipo le decía que esto era nuestro particular Ocho y medio. Un exorcismo. Y al ponernos en crisis de esta manera, de poner los problemas, los cansancios y la duda sobre la mesa, es casi la única manera de sobrevivir juntos. 

¿Qué buscabas al añadir la metaficción a la película, enseñar el montaje, etc.?

Fue instintivo. Más que metaficción me gusta pensar que lo que hacemos ahí es transparentarnos, enseñar la artesanía que es hacer una película. No queríamos mostrar el cliché del cine que es casi siempre el rodaje, sino ese momento más íntimo y menos espectacular que es el montaje, la toma de conciencia, el confrontarse con las imágenes que has hecho, que a veces te devuelven una idea de ti mismo que no te agrada. 

Llevas años trabajando más o menos con el mismo equipo, gente talentosa y entregada, que confía en ti y en la que confías. Eso te permite trabajar de una manera muy libre, aunque haya alguna renuncia.

Hemos tenido mucha suerte de haber podido hacer todas estas películas juntas. Soy consciente de que es mi gran privilegio como cineasta, contar con todos esos otros cineastas a mi lado, actores y técnicos, que han ido renovando su confianza en lo que les proponía con cada película. La clave ha sido no dar nada por descontado, sino hacer de cada día de trabajo y de estar juntos una experiencia que mereciera la pena. Quizá es lo que mejor sé hacer: gestionar ese caudal humano y creativo entre todos nosotros. Pero no quiero dar por hecho nada. He hecho esta película como si fuera la última que hacíamos juntos…

Película a película has ido construyendo una especie de obra-río, el equivalente en cine a la novela en marcha, con sus variaciones y desvíos, claro.

Me gusta lo de la novela en marcha, me dan envidia los escritores que hacen eso con sus libros, y he tratado de hacer eso con las películas. Y me daba cuenta de que el cine trabaja muy bien la repetición. Si filmas casi siempre las mismas cosas, las mismas personas, los mismos espacios, incluso las mismas situaciones o diálogos, pero con variaciones o confiando en sus mutaciones, al final se genera ese aire de familiaridad que caracteriza lo que hacemos. Ahora me gusta pensar que nuestro género es el cine-repetición.

Aquí eres bastante explícito en algunas referencias y guiños, la tumba de Truffaut, Cavell, que ya había aparecido en La virgen de agosto…, un poco como si te hubieras desmelenado en las referencias y homenajes.

Bueno, siempre me han acusado de poner demasiadas referencias, como si fuera un signo de pedantería o algo así, pero para mí siempre ha sido más bien un gesto de honestidad, de poner ahí delante las cosas que me inspiraban, que me servían a para encontrar el sentido a la película en cuestión. Aquí volvemos a hacerlo como lo hemos hecho siempre. Aparecen referencias a Truffaut, Bergman, Liv Ullman, Katherine Hepburn, Blake Edwards, Dudley Moore, Kim Min-hee, Hong Sang Soo, Milos Forman, Fernando Fernán-Gómez, Daniel Gascón, Félix Romeo… y muchas más que ahora ya no recuerdo. ¿Y cuál es el problema? A mí me parece una alegría poder acordarme de ellos y meterlos en la película, compartir las pasiones que me despiertan. Luego hay gente que va a comprarse el libro que aparece ahí, esos son los mejores espectadores. Es como dices, son homenajes. Pienso en la pintura de Ramón Gaya, que siempre estaba llena de homenajes; homenajes a Velazquez, a Murillo, a Van Gogh, a Cézanne, a Hokusai, a Galdós, a Juan Ramón… Y qué maravilla ese gesto. En otras disciplinas se acepta eso del homenaje con naturalidad, en el cine no sé por qué no.

En tus pelis siempre ha habido mucha referencia a otras artes: literatura y música, sobre todo, pero últimamente hay mucha filosofía. Aquí, además de Cavell –ejemplo de pensador cinéfilo–, está Kierkegaard (diría que has aumentado los préstamos de La repetición en muchas bibliotecas de España). ¿Cuál es la relación de tu cine con la filosofía?

Me han comentado en una librería que estaban vendiendo de repente muchos ejemplares del libro de Cavell El cine, ¿puede hacernos mejores? Pues me emociona mucho eso. Es cierto que Cavell le otorga al cine un poder para hacer filosofía mejor que la propia filosofía, y yo como cineasta me emociono con esa apreciación. También pienso que el cine puede mostrar el comportamiento humano, como lo creía Rohmer, y que la filosofía era eso también, observación y divagación. Pues eso hacemos, humildemente. Diría que cada una de las películas que he hecho lleva consigo una serie de ideas, intuiciones, cuestiones que las trabajan y que pueden tomarse como pequeñas cargas filosóficas, de nuestra vida cotidiana. 

Abel Hernández en Los ilusos, Miren Iza en Los exiliados románticos, Berrio en La reconquista, Chano Domínguez en Tenéis que venir a verla y en Volveréis, Alonso. ¿Qué buscas al incorporar de esa manera la música en tus películas?

Todos esos músicos que nombras también han sido buenos compañeros de viaje, como los cineastas o escritores que mencionamos antes. En las canciones que usé en cada película he encontrado una guía, lo más parecido a un guión, y muchas veces expresan lo que quería decir de la manera más hermosa, y por eso las incorporé también. 

Es muy emocionante el cameo de tu padre, más allá de la anécdota de Fernando Trueba debutando como actor. Tiene un valor enorme como retrato filmado y como declaración de amor de un hijo a un padre que no sé si sería posible sin la cámara como intermediaria.

Curiosamente, yo me decía a mi mismo que la cámara nos iba a estorbar, me decía que tenía que filmarlo como si no hubiera cámara. Menuda paradoja. Los dos teníamos nuestros nervios pero confiábamos el uno en el otro. Todo parecía encajar con naturalidad. Yo tomé una frase que le había escuchado a él, un consejo para la vida, y la convertí en la premisa de una película que me hacía recordar las comedias clásicas de Hollywood. Y en esas películas siempre había un personaje arquetípico, el padre de la novia. Así que tenía que ser. Y así cerrábamos un círculo.

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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