Imagen: Escena de La Mami

Entrevista a Laura Herrero Garvín. “Quise ver los claroscuros de estas mujeres y no verlas desde un lugar necesariamente romántico”.

Una charla con la directora del documental La Mami.
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La Mami, tercer largometraje documental de la cineasta española Laura Herrero Garvín, narra el encuentro entre Olga, la sexagenaria encargada de guardar el orden en el legendario cabaret Barba Azul, y Carmen, una nueva e inexperta fichera que llega al lugar con la intención de ahorrar el dinero suficiente para poder pagar el costoso tratamiento que su hijo enfermo de cáncer requiere.

Tras su participación en los festivales de cine de Guanajuato, Morelia y el FICUNAM, donde obtuvo menciones honoríficas, y su estreno en salas comerciales, la directora habla sobre el proceso de filmación de La Mami, desde el acercamiento a sus mujeres protagonistas hasta la interpretación de los espacios del cabaret donde se intercambian consejos, se adoptan personalidades y se refuerzan alianzas.

 

En tu filmografía, te has concentrado en retratar a mujeres vulnerables, invisibilizadas, que se encuentran en medio de ambientes hostiles: una presidiaria lesbiana en Nora. El sabor de su boca (2011); una joven universitaria que desea ser luchadora profesional mientras la violencia va contaminando las calles y las arenas por donde ella transita en ¿Me vas a gritar? (2018); o una fichera primeriza en esta nueva película. ¿Qué es lo que te atrae de este tipo de personajes?

Como directora busco a mujeres que, a mi parecer, transgreden situaciones que la sociedad estigmatiza constantemente, como lo puede ser una fichera o una campesina transexual, tal como ocurría en El Remolino, mi largometraje anterior. Para mí es importante mirar cómo grupos de mujeres se alían para resistir cuando son juzgadas, y siempre las retrato desde el poder de decisión, de agencia, de ser fuertes y salir adelante.

 

¿Cómo llegaste al Barba Azul y cómo se dio tu primer acercamiento con Olga? ¿Qué te atrajo de ella?

Llegué al Barba Azul una noche de enero de 2015, en una salida con amigos para festejar un cumpleaños y bailar salsa, en una época en la que no llegaba al cabaret tanta clientela nueva, que más adelante lo gentrificaría. En un momento de la noche, subí al baño y una de las chicas que trabajan ahí le dijo a Olga “¡Ay, Mami, me ha pedido matrimonio y no sé qué hacer!”, y ella, muy serenamente, le respondió, “Mira, ya te viene pidiendo matrimonio desde hace dos semanas, no le hagas caso”. Luego se acercó otra chica y le preguntó “Ay, Mami, ¿qué tal me queda este vestido?”; después, una más se quejó “¡Ay, Mami, me duelen los pies, ya estoy cansada!”, y así sucesivamente. De repente entendí lo importante que era que una persona como La Mami estuviera en ese baño, como pilar en medio de esa locura de alcohol y baile, así como el hecho de que existiera ese espacio donde las chicas pudieran desahogarse. Entonces, me acerqué a ella y le platiqué mi deseo de poder visitarla, conocerla un poco más y contar su historia; ella me dijo que fuera la semana siguiente a verla. Y así empezó todo.

 

En los escasos cabarets y table dance que sobreviven, la figura de mujeres como Olga es muy respetada: amiga, cómplice, psicóloga, cuidadora y, justamente, una madre sustituta.

Sí, totalmente. Yo soy de España y mi familia se encuentra allá. Y, mientras estaba filmando en Ciudad de México, pensaba todo el tiempo que al final buscamos una imagen, un símbolo de la madre cuando estamos lejos de la nuestra o cuando no la tenemos.

 

En el documental también está Carmen, quien, conforme avanza la película, se vuelve una suerte de espejo de Olga. ¿Cómo fue tu encuentro con ella?

Siempre digo que los documentales retratan procesos. Al principio, yo estaba obsesionada con otra fichera, quien al final tuvo que salirse por problemas familiares, y esto me puso muy triste. En ese momento, a unos cuantos días de comenzar el rodaje, Carmen llegó al cabaret. Entonces pensé, bueno, es una chica nueva, la empiezo a grabar y veo qué pasa.

Desde que nos conocimos ella estuvo dispuesta a participar. Creí que para seguir linealmente la historia era buena idea incluir el tema de su hijo. Sin embargo, conforme avanzaban las semanas, empecé a entender que Carmen era un personaje muy complejo, por lo que me interesó acompañarla en su proceso de aprender el oficio y en su relación con La Mami. Pero esto no fue algo inmediato; me costó verlo. Es ahí donde uno se da cuenta del peso que tiene el trabajo que emprende con sus personajes y lo difícil que es despegarse de ellos.

 

Cualquiera que haya asistido al Barba Azul sabe que sus baños son de breves dimensiones. Tomando en cuenta que gran parte de las acciones del documental transcurren en el baño de mujeres, ¿cómo se te ocurrió la puesta en escena?

Estuve tres años investigando y observando cómo era el lugar, cuáles eran sus dinámicas, cómo se movían las chicas, dónde se colocaba La Mami, etcétera. Al ser el cabaret un sitio tan estigmatizado y hermético, donde tuve que ganarme la confianza de las ficheras, tuvieron que pasar dos años y medio para que pudiera introducir la cámara por primera vez. Sin embargo, como estuve asistiendo semanalmente durante todo ese tiempo, hubo un punto donde yo ya sabía hacia dónde tenía que dirigir la cámara en cada situación. Quería que por momentos permaneciera estática, porque para mí era un espacio de quietud. Trabajar en un lugar reducido con tanta gente transitando y con espejos fue complicado, pero también trabajamos mucho fuera de campo y esto nos ayudó muchísimo a construir la historia con sonidos que venían de la pista de baile.

 

La charla trivial, la confidencia etílica, van describiendo el exterior del cabaret y cómo incide en la cotidianidad y personalidad de estas mujeres. ¿Qué proceso seguiste para decidir cuáles de esas conversaciones que forman un coro querías capturar?

Creo que cuando haces una película como esta debes tener mucha paciencia y humildad, y estar ahí todo el tiempo viendo qué pasa. También ocurre que cuanto más empiezas a conocer y entender a alguien, más lo complejizas, y creo que es importante que en el cine no tengamos miradas naif o superficiales de las cosas. Por eso mismo quise ver los claroscuros de estas mujeres y no verlas desde un lugar necesariamente romántico.

 

Una de las características del Barba Azul es su decoración, entre kitsch y estridente. Es de las cosas que más recuerda la gente cuando asiste. ¿Cómo construiste tu interpretación del lugar? Hay secuencias en las que, en vez de ver la pista de baile llena, el escenario con la orquesta tocando o las escaleras, optas por retratar al cabaret cuando este ya cerró.

Quería que el lugar fuera retratado de una forma singular porque, de algún modo, era el cuerpo masculino de la historia. Hay una anécdota que te habla de la relación intrínseca entre Olga y el cabaret: ella nació la misma semana que fue inaugurado el lugar. Ese retrato lo busqué con esas secuencias, que son de transición entre las noches y las mañanas, cuando los meseros y el resto de los trabajadores del cabaret se preparan y dejan todo listo para que lleguen las ficheras y puedan trabajar cómodamente.

 

Algo que distingue y une a estas mujeres es que todo el tiempo deben crear un personaje; cambian su nombre y entablan y coleccionan conversaciones ficticias con sus clientes. En el camino, algo va cambiando en ellas, la noche las va absorbiendo. ¿Cómo trabajas con personajes que tienen esta dualidad?

De alguna forma, todos tenemos dualidades y adoptamos personajes en cada situación. Por ejemplo, yo ahora, hablando contigo estoy adoptando un personaje muy diferente a cuando hablo con mi madre. Y sí, me daba curiosidad cómo ellas juegan todo el rato con esta máscara que se tienen que poner para encontrar clientes: no importa si arriba están tristes, cansadas o cabreadas, abajo deben estar contentas. Justamente es esa complejidad la que las vuelve más humanas.

 

En la película hay una serie de planos a los cuerpos asimétricos, a los vestidos que no siempre quedan, a los rostros que se maquillan esmeradamente con lo que se tenga a la mano. Más allá de buscar ser aceptadas por los clientes o de competir entre ellas, es notorio que existe un sentido de orgullo que tus personajes tienen hacia su físico, el cual reafirman cada vez que bajan rumbo a la pista de baile.

Siento que toda mujer tiene su belleza, y la de estas chicas rompe con lo estéticamente impuesto cuando dicen estoy un poco gordita, pero me da igual, me pondré el vestido ajustado que debería de ponerse una mujer delgada porque me apetece. De pronto, están retando cuál es el estándar de ser bella y eso me gusta mucho.

En mi papel como directora de fotografía, sabía que quería trabajar mucho con los espejos, que sirven para transformarse, para ver esta doble cara de la que hablamos antes, y tener la cámara constantemente al nivel de los ojos. Pero muchas de las imágenes no fueron pensadas antes, surgieron inconscientemente, y retratan la relación que tengo con mis personajes, al tiempo que reflejan mi admiración hacia ellas como mujeres empoderadas.

 

Películas mexicanas recientes, como Almacenados, Maquinaria Panamericana o Todo lo demás se han interesado en hablar de la precariedad laboral, las rutinas obsoletas y la falta de perspectivas reales. En La Mami vemos cómo después del ajetreo y el pequeño caos en el baño al inicio de la noche, el trabajo de estas mujeres consiste, básicamente, en esperar a que algo suceda. ¿Era tu intención mostrar esto también?

Desde el inicio quise retratar ese cabaret como un microcosmos, y el baño como un espacio necesario de sororidad y de alianzas para que ellas pudieran, de alguna forma, resistir a este mundo en el que viven. Pero se fueron dando problemas como la falta de trabajo o el cambio en sus dinámicas, por esta clientela de fuera que empezaba a llegar y gentrificaba el lugar. Al final, el documental como género es un proceso de dejarse ir, observar y guiarse por la realidad. Hubo cosas que no me esperaba, así que al final sí se tocaron esos temas.

 

Un aspecto llamativo es que, en medio del baile, el alcohol, el dinero y el desfogue, hay un lugar reservado para el ritual de carácter religioso, el rezo, la bendición.

Sí, la religión es un elemento muy importante en el Barba Azul. Pero ellas no le piden a la Virgen de Guadalupe lo mismo que le piden a la Santa Muerte porque sienten que pueden ser menos juzgadas por esta última; por ejemplo, es a ella a quien se le pide un cliente. Entonces es muy común que las chicas la lleven colgada del cuello o tatuada. También creo que es importante porque, como al final es un oficio con tan pocas certezas, la religión les ayuda a agarrarse de algo.

 

Al tiempo que se estrena el documental, el Barba Azul permanece cerrado desde hace ya varios meses por una falta administrativa. Pareciera que la vida nocturna de la ciudad, sobre todo aquella de origen popular, se va extinguiendo irremediablemente. ¿Qué opinas al respecto?

Estoy muy conmocionada de que el Barba Azul esté cerrado, porque es un espacio de desahogo necesario en la ciudad, pero sobre todo es fuerte porque la fuente de ingresos de las chicas se ha paralizado. Confío que en algún momento volverá a abrir.

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(Ciudad de México, 1984). Crítico de cine del sitio Cinema Móvil y colaborador de la barra Resistencia Modulada de Radio UNAM.


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