¿Realmente se puede escapar de la herencia familiar, de los errores cometidos en el pasado por la gente que nos rodea, de los estigmas que provoca el entorno en el que se nació? Es la pregunta que lanza el tándem de directoras conformado por Astrid Rondero y Fernanda Valadez en Sujo, su nuevo largometraje, posterior al éxito obtenido por Sin señas particulares (2020). En este, un adolescente de algún punto rural de México vive con la sombra de ser el hijo de un sicario que fue asesinado años atrás y ve al destino como algo ineludible.
A propósito del próximo estreno de la película (tras haber ganado el premio del jurado en el festival de Sundance), compartimos una conversación con las cineastas, quienes hablaron de la influencia de las novelas de crecimiento del siglo XIX en la creación del guión, de las tensiones y fricciones que ocurren al interior de la sala de edición y también de cómo las imágenes menos espectaculares y grandilocuentes son las que mejor pueden capturar el pulso de la violencia en el país.
Tengo entendido que el germen de Sujo es la obra periodística de Javier Valdez, en especial su libro Levantones (2012). Astrid, una vez que llegó a tus manos, ¿qué encontraste de atractivo en su interior que te sirvió de inspiración para desarrollar esta nueva película?
Astrid Rondero (AR): Muy temprano en el proceso de escritura de Sin señas particulares, tuvimos claro que la manera en la que nos acercaríamos a contar la historia de aquella mujer que emprende la búsqueda de su hijo recorriendo un país destruido sería a través del trabajo del periodismo, el cual en México se ejerce de una forma realmente potente. Así llegué a Levantones, el primer libro que leí de Javier Valdez, quien todavía vivía en aquel momento. Al terminarlo me conmovió mucho, pues su trabajo trascendía la mera crónica: tenía esa capacidad humanista y la sensibilidad que solo poseen los grandes escritores de observar desde distintos ángulos una misma tragedia como lo son las desapariciones forzadas.
Creo que lo que más me conmovió de esas narraciones contenidas en el libro fue el comprender que todos somos parte de un mismo contexto, de una misma realidad brutal. Es cierto que cada uno reacciona de manera distinta ante esto, pero existen circunstancias muy determinantes en las vidas de muchas personas que las llevan a involucrarse en el crimen organizado a ser perpetradores de la violencia –tal y como aparece al final de Sin señas particulares–. Todas las historias tienen como común denominador una ausencia del Estado en gran parte del país, principalmente en la realidad rural de México. A partir de ahí, leí el resto de los libros de Javier Valdez. Para nosotras, esto marcó un antes y un después en el trabajo que hicimos en Sin señas particulares y, en 2018, fue el punto de partida para Sujo.
La historia de Sujo es narrada desde el coming of age de forma episódica. ¿Qué les ofrecía ese género y esa estructura?
AR: Esa pregunta es interesante porque ahora que estuvimos en Sundance y en otros festivales parece que este último año hay varias películas episódicas. Yo leía que la mayor parte de críticos y programadores coincidían en que quizás los directores ya estábamos muy influenciados por las series de televisión y plataformas. En mi caso, te puedo decir que no es así, yo ni acabo las series, no las aguanto (risas).
En realidad, la estructura de Sujo está contada de esa forma porque estaba muy influenciada desde el inicio –y eso posteriormente se lo compartí a Fernanda– por las novelas de crecimiento. Sentía que un género literario era el que podía permitirme contar mejor el concepto inicial de la película, porque yo quería hablar acerca de cómo el destino puede aparentar que una persona no tiene alternativas. Esa idea de determinismo, que definió en cierta medida a las novelas del siglo XIX protagonizadas por huérfanos y escritas para tratar de entender grandes cambios sociales, fue la que me hizo pensar que mi sueño era que Sujo hablara de un huérfano, pero con él se hablara de un momento histórico. Hay un libro que me marcó mucho desde que era adolescente que se llama Jude el oscuro de Thomas Hardy, en el cual se hace una disertación acerca de si hay libre albedrío o si uno está determinado a tener una vida a partir de donde viene y el contexto social. Entonces de ahí surgió mi interés.
Uno de los temas principales de Sujo es la herencia familiar y se plantea la posibilidad de renegar de esta, cuestionarla, burlarla. ¿Ustedes qué opinan al respecto?
Fernanda Valadez (FV): Esa es la pregunta que abre la película y no es algo que deseamos responder de una manera simple como directoras, porque creo que lo interesante de poder contar una historia es que no se tienen respuestas absolutas. En el caso de Sujo, cuyo protagonista es un huérfano del narco que parece tener un destino trágico ya prefijado, es una pregunta que nos hacemos por la crisis actual de violencia. Cuando estábamos cerca de terminar la postproducción de la película y preparando tanto la ficha técnica como la información que se iba a compartir a la prensa en Sundance, Astrid se puso a actualizar las cifras de huérfanos del narco en México; el fenómeno no está estudiado a profundidad, pues los números oscilan entre los trescientos mil y un millón seiscientos mil, dependiendo de la fuente. O sea, es un escenario tan atroz que debería cuestionarnos como sociedad.
Si hacemos un recuento de la representación que el cine mexicano ha hecho en los últimos veinte años de la violencia asociada al crimen organizado, encontramos pocos ejemplos de títulos en torno a la orfandad provocada por el narco. Se puede citar a Vuelven (Issa López, 2017), Cómprame un revólver (Juli Hernández Cordón, 2018) y poco más. ¿A qué creen que se deba esta escasez?
AR: Creo que en esta crisis que ha convertido a la violencia en un subgénero temático dentro del cine mexicano, siempre hay algo más vistoso. Por ejemplo, contar la historia del sicario; como cineastas podemos caer en esa trampa. Cuando estábamos preparando Sin señas particulares, en alguna ocasión nos hicieron un comentario acerca de que lo interesante era la historia del hijo, que hubiéramos contado cómo era entrenado y cómo el crimen organizado lo convertía en un asesino. Nosotras decíamos que, a nuestra forma de ver, la historia importante era la de la madre: esa mujer del campo, analfabeta, que comienza una aventura y una travesía terrible para buscar a su hijo; algo que ahora ya está más narrado, pero en ese momento casi no se hacía. Siento que a esas historias generalmente no se les presta atención, aunque guarden el mayor valor narrativo de una crisis.
Por eso, el tema de los huérfanos nos resonó mucho mientras hacíamos Sin señas particulares. Los hombres jóvenes son tremendamente vulnerables frente a la violencia. Eso fue algo que escuchamos constantemente en los relatos y las anécdotas que nos contaban los chicos que conocíamos mientras hacíamos el scouting para la película, pues parecía que solo tenían dos alternativas: quedarse en su lugar de origen y enrolarse en el cártel local haciendo cualquier tipo de trabajo o la migración. Y en Sujo esa segunda alternativa es la que toma el protagonista. Pero no es una migración al norte, fronteriza, sino la migración interna –que es otro tema pendiente de abordar públicamente–, a la Ciudad de México, en este caso. Pensamos que, a través de una historia así, podíamos tocar de forma más profunda y humana temas que ya están muy vistos, pero que no sé si han sido tratados con la seriedad que se debiera.
Ustedes han sido las editoras de sus propias películas. ¿Cómo es la experiencia al interior de la sala de edición, justamente para no caer en la tentación de la imagen obvia en torno a la violencia?
AR: Sabemos que no es lo más común, más ahora con tanto contenido televisivo donde es muy específico el trabajo de los editores, pero siento que en el cine sí hay una parte que el director se pierde si no está en el proceso del montaje. Claro, no necesariamente tiene que llevar toda la carga de la edición, debido a que es un trabajo especializado. Apenas hicimos un nuevo proyecto donde nosotras no fuimos las editoras y la verdad fue un proceso de mucho sufrimiento; queríamos estar en la mesa de edición, porque nosotras sabíamos por qué y cómo habíamos filmado las cosas. Aunque también hay un aprendizaje, porque en la edición es donde haces esa última síntesis, esas últimas experimentaciones con la forma y la narrativa. Una puede escribir por años una gran historia, puede tener los mejores asesores y las mejores becas para desarrollar el guión, pero nunca se le va a ocurrir algo con tanta claridad y lucidez como cuando se está en la mesa de edición. Ese es de los pocos lugares donde Fernanda y yo nos peleamos al trabajar juntas (risas) y siempre el pleito consiste en saber a quién le toca hacer el siguiente paso, porque cada una tiene ideas nuevas que quiere volcar a la pantalla, pero sabe que ese día le toca a la otra (risas). ~
(Ciudad de México, 1984). Crítico de cine del sitio Cinema Móvil y colaborador de la barra Resistencia Modulada de Radio UNAM.