El Festival de Cannes tiene varios festivales en su interior. En primera instancia está, por supuesto, el prestigiado, el que presenta al mundo entero lo que considera lo mejor del cine contemporáneo y sus autores, en el que se compite por la Palma de Oro de cada año –al momento de escribir estas líneas, los momios se inclinan porque la ganadora de Cannes 2023 sea The Zone of Interest (2023), de Jonathan Glazer, sobre una novela del recientemente fallecido Martin Amis. En segundo lugar está el festival de la frivolidad: las alfombras rojas, las polémicas artificiales, las conferencias de prensa en las que se puede hablar de todo ¡hasta de cine! y donde siempre destaca alguien por alguna anécdota chistosona –este año, la periodista que le dijo a Harrison Ford que todavía estaba “bueno” y la respuesta del octogenario actor. Después, en tercer lugar, está el festival de los negocios, en el que se compran derechos, se planean películas y se anuncian el cierre de tratos. El festival del bisnes.
Hay otro festival de Cannes más: uno mucho más modesto, que no provoca el mismo interés de prensa y público. Me refiero al de las varias secciones paralelas, sean o no oficiales o de competencia, en el que se presentan algunas películas que resultan, a veces, más arriesgadas y meritorias de las que están en la liza por la Palma de Oro. Déjenme, pues, romper una lanza sobre este cine “paralelo” presentado en Cannes 2023, que debería merecer toda nuestra atención cuando aparezca en alguna sala de cine o en alguna plataforma de streaming en lo que resta del año.
Creatura (España, 2023), segundo largometraje de la actriz y ocasional cineasta Elena Martín (su opera prima es Júlia ist, de 2016), presentado en la Quincena de los Realizadores de Cannes 2023, está centrado en la pasión sexual insatisfecha de la treintañera protagonista, Mila (la propia directora Martín), quien regresa a la casa en la que creció para vivir con su tranquilo y bien portado esposo Marcel (Oriol Pla), mucho más interesado en su trabajo que en las exigencias amorosas de Mila. El rechazo primero discreto y luego directo de Marcel llevan a Mila a recordar ciertos momentos de su adolescencia y de su infancia, cuando empezó a sentir su propio cuerpo, aunque no entendiera bien a bien qué le estaba pasando y por qué.
El guion escrito por la propia Martín en colaboración con Clara Roquet nos presenta con una franqueza que llega a ser incómoda el origen de esa insatisfacción de Mila, que puede rastrearse a partir de su relación con su padre (Alex Brendemühl) y los fallidos escarceos eróticos de su adolescencia, marcados por la curiosidad natural de ella, la represión social que la rodeaba y la condena moral explícita que conlleva rebasar ciertos límites. La reaparición de una invasiva urticaria en la piel de la Mila de 35 años –el mismo tipo de urticaria que padeció a los 5 y a los 15 años– señala de una manera acaso demasiado obvia que los males internos siempre buscarán una forma de hacerse notar cuando nos negamos a afrontarlos con la verdad.
En el mismo terreno de la provocación, aunque en un amable tono de comedia ligera, Le syndrome des amours passées (Bélgica-Francia, 2023), filme dirigido a cuatro manos por Ann Sirot y Raphaël Balboni y presentado en la Semana de la Crítica de Cannes 2023, está centrado en otra exploración sexual, aunque en este caso resulta ser más bien una odisea. Sandra y Rémi (Lucie Debay y Lazare Gousseau, respectivamente) son una pareja treintañera muy bien avenida que, por alguna razón, no ha podido tener hijos. Cierto día, después del enésimo intento fallido, reciben la llamada de su médico de cabecera, quien acaba de llegar de un seminario de investigación sobre infertilidad. El doctor en cuestión tiene la cura para Sandra y Rémi: sucede que la pareja sufre del “síndrome de los amores pasados” del título, lo que significa que los dos están bloqueados porque no pudieron cerrar de manera satisfactoria sus relaciones sexuales anteriores. ¿La solución? Localizar a las personas con las que tuvieron algún encuentro sexual, hacer de nuevo el amor con ellas, con ellos, con elles, y así estarán curados.
La premisa es digna de una sexy-comedia italiana de los años 70 –o mexicana de los 80, en todo caso– y el guion, escrito por los propios cineastas, juega afablemente con la inversión “natural” de los personajes, pues resulta que Rémi solo tiene que buscar a tres mujeres para pedirles ese “favor” sexual, mientras que Sandra se ve obligada a hacer memoria, pues entre su adolescencia y primera juventud tuvo más de una veintena de parejas de varios colores, sabores y tamaños. Como dirían en el rancho, apenas dejó uno pa’ compadre.
La puesta en imágenes de Sirot y Balboni es adecuadamente juguetona ante los encuentros, desencuentros y múltiples enredos en los que se ven involucrados Sandra y Rémi –ella, por ejemplo, buscando a un elusivo DJ hasta Ámsterdam, él “entrenándose” con una pareja casual para poder cumplirle a sus únicos tres amores anteriores–, hasta culminar en la refrescante apuesta por una gozosa y abierta pansexualidad incluyente y multirracial, pues al final de cuentas, ¿cuál es el origen de una familia? El sexo, por supuesto. Pero también el amor.
Sexo y amor no están entre las prioridades de Marguerite Hoffmann (espléndida Ella Rumpf), una concentrada estudiante de doctorado de 25 años de edad que está preparando su tesis alrededor de la Conjetura de Goldblach, un problema que ha resultado irresoluble para varias generaciones de matemáticos. Con el apoyo de su profesor Laurente Werner (Jean-Pierre Darroussin, siempre bienvenido), Marguerite presenta públicamente su investigación sobre el Teorema de Szémerdi, solo para ser cuestionada por otro estudiante recién llegado, Lucas Savelli (Julien Frison), que señala ciertas debilidades de su argumentación que ella ni su maestro habían visto. De un plumazo, el trabajo de tres años de Marguerite queda en el cesto de la basura.
Le théorème de Marguerite (Francia-Suiza, 2023), tercer largometraje de la cineasta franco-sueca Anna Novion presentada fuera de competencia en Cannes 2023, convierte a las matemáticas en el apasionado y apasionante McGuffin de esta ingeniosa woman’s film aviesamente convencional. Me explico: Marguerite, su joven colega Lucas y el severo maestro de ambos, Werner, discuten y pelean por ecuaciones, fórmulas y teoremas con tal fuerza y convencimiento, que es claro para el espectador que descifrar esos garabatos es el sentido de sus existencias. Sin embargo, planteada la importancia cardinal de las matemáticas para estos personajes, especialmente para Marguerite, el guion escrito por la propia directora en colaboración con otras tres personas se dedica después a negar la premisa inicial.
Así pues, alejada de las fórmulas y los teoremas, Marguerite –que claramente es una autista muy funcional, con su pensamiento literal, su falta de sentido del humor y su desconocimiento de cualquier relación social más allá de la que tiene a distancia con su madre– empezará a experimentar con otros problemas un poco más complejos: sobrevivir sin la beca del doctorado, lograr encamarse con algún muchacho, negociar lo que siente con ese relajado rival que la puso en ridículo pero que es, acaso, el único que realmente la entiende.
La directora y coguionista Novion maneja con maestría las más añejas convenciones genéricas –la comedia romántica en la que ella aborrece al inicio a su futuro enamorado, el humillante fracaso inicial al tratar de resolver el susodicho McGuffin, el crecimiento y maduración de una joven mujer independiente– para entregarnos una película que nos sorprende a cada momento y con lo que ya esperábamos. En otras palabras, alquimia pura. ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.