Me acabo de enterar hace unas horas de la muerte del profesor e historiador del cine P. Adams Sitney. Murió en su casa de Rhode Island la mañana del 8 de junio acompañado por sus hijos, nietos y pareja, una semana después de haber sido diagnosticado de un cáncer ya en estado de metástasis. Habría cumplido los 81 años en agosto.
A los 25 años, P. Adams Sitney fundó los Anthology Film Archives con Jerome Hill, Jonas Mekas, Stan Brakhage y Peter Kubelka. De esa asombrosa pandilla, Kubelka, de noventa años, es el único que sigue vivo. Hay una famosa foto en blanco y negro de Stephen Shore en la que aparecen, de izquierda a derecha, Ken Kelman, James Brougton, Sitney, Mekas y Kubelka, miembros del comité de selección de las películas que formaban el repertorio del cine esencial, una lista de trescientas treinta películas que consideraban imprescindibles en la historia del cine, entre las que se contaban obras de difusión tan amplia como Ciudadano Kane o El acorazado Potemkin como películas de cineastas experimentales y que aún forman parte de las proyecciones periódicas de los Archives. La foto tiene una composición clásica: ellos posan muy serios mirando a cámara, todos vestidos con chaquetas oscuras. Mekas y Kubelka llevan corbata convencional, Broughton una de cuero como las de los vaqueros y Kelman una camisa de cuadros; lo que llevase P. Adams no lo podemos ver, porque lo tapa su característica barba larga, que conservaría hasta el final. Están muy serios esos cinco hombres dedicados al serio asunto de espigar las más bellas y esenciales películas, pero la fotografía transmite humor y alegría. P. Adams no sonríe con la boca, pero si te quedas unos instantes mirándole a los ojos descubres una sonrisa burlona e invitadora, su disposición escrutadora y abierta. Una gran madurez en su juventud que es a la vez una curiosidad juvenil que le duró siempre.
Aunque ya había fundado a los 16 años la revista Filmwise, fue por la época de la foto, en 1969, cuando publicó en la revista Film Culture el artículo «Structural Film», donde establecía las características distintivas del cine estructural, categoría con la que siempre se le asocia. En un artículo-entrevista de Manuel Asín publicado en El País en 2018, se rebela contra esa pereza: “Es un desastre que semejante término haya prosperado […] Pero hay propuestas mías a las que nadie hace caso, por ejemplo sátira menipea”. Más tarde publicó libros como Visionary Film (una historia del cine de vanguardia norteamericano), Eyes Upside Down (en el que rastreaba la genealogía trascendentalista en una docena de cineastas como Mekas, Su Friedrich o Hollis Frampton), Vital Crisis in Italian Cinema (algo alejado de sus temas habituales de estudio, pero nacido de su amor a las películas que había sido cruciales en su formación como “teenage cinéphile”), Modernist Montage (acerca de ciertas teorías de la visión aplicadas al cine pero también a la obra de escritores como Maurice Blanchot o Gertrude Stein) o The Cinema of Poetry (sobre la expresión de la poesía en la obra de diez cineastas). Son títulos apabullantes por su erudición, su pasión y su capacidad de asociación, concienzudos y llenos de epifanías, y vitales para comprender no solo el cine de vanguardia sino también una parte muy importante de la historia del arte del siglo XX. Encuentro curioso que ninguno de estos libros haya sido publicado en España, aunque en la web de la revista Lumière pueden encontrarse algunos textos suyos traducidos. La editorial Athenaica, en su serie dedicada al cine, publicó hace un par de años Un ojo sin adoctrinar, un estudio sobre la puesta en escena de la infancia en el cine de Brakhage, Jean Cocteau y Joseph Cornell escrito por Marjorie Keller, que era su mujer y que murió antes de cumplir los 44 años. Lleva un prólogo de Sitney, que tuvo con ella a sus dos hijas pequeñas, mellizas, que tenían 4 años.
Conocí a P. Adams en un curso que organizó el Museo Reina Sofía con el festival Punto de Vista y la Elías Querejeta Zine Eskola, donde dedicamos dos días a analizar dos películas: la emocionante Ménilmontant, de Dimitri Kirsanoff, y la escalofriante Persona, de Ingmar Bergman. Fueron dos días, pero los recuerdo como las mejores y más estimulantes lecciones de cine que he recibido nunca. A partir de entonces mantuvimos una frecuente correspondencia por mail. Lo volví a ver el año 19, en una escala que hizo en Madrid volviendo de visitar a Peter Kubelka en Venecia. Fuimos a cenar a Casa Paco, un restaurante tradicional del centro que le encantaba, y a mí también. No bebía: lo había dejado cuando se quedó viudo con las dos niñas pequeñas. Dejó de fumar para vivir más tiempo y de beber para estar siempre dispuesto en cualquier emergencia. La primera vez que lo vi contó que cuando sus hijos (tuvo cuatro en total) eran pequeños, todas las noches les montaba la cena como si fuera un teatrillo de restaurante, dándoles a elegir lo que quisieran. Esta emocionante historia me parece resumir mucho de su generosa personalidad.
Durante mucho tiempo nos escribimos contándonos toda clase de cosas, recuerdos, lo que nos gustaba y lo que nos repelía. Muchas veces me sorprendía al detestar algo que a mí me encantaba, siempre apasionado. Aquella época de mi vida estaba siendo bastante convulsa para mí y hoy he revisado las cartas y he recordado cómo me acompañó en los tumbos que yo iba dando entonces, mientras él estaba en su casa de Rhode Island con su perro Zeno, llamado así por el libro de Svevo. Las cartas están llenas de bromas, de observaciones inesperadas, de recuerdos fascinantes con algunas figuras que desde aquí me parecían legendarias y de un montón de menciones a escritores que todavía tengo pendiente leer.
Hay una historia muy bonita sobre cómo, estando en Nueva York, él y Jonas Mekas decidieron encontrarse en Ávila en el verano de 1968, después de la gira europea de presentaciones de películas de vanguardia que había montado Sitney para esos meses. Mekas dudaba si ir, pero dijo que estaba dispuesto a ir para rendir homenaje a Santa Teresa si recibía un signo. Al decir esa última palabra, les cayeron encima un par de rosas salidas no se sabe de dónde. Por supuesto, Mekas decidió ir. La historia aparece también en El paraíso recobrado, el libro de Mireya Hernández sobre Jonas Mekas. En el libro de Mireya y en la carta de P. Adams los detalles difieren ligeramente, como en todo recuerdo verdadero. Así como él decía que, cuando eran jóvenes cineastas en Nueva York e imaginaban España, lo que les atraía no era en absoluto el flamenco, los toros y la Costa del Sol sino Santa Teresa y los místicos, también a través de él y sus libros nos hemos acercado a los Estados Unidos místicos, emersonianos. Me acordaré siempre de él.