Escena de Heroico, de David Zonana.

Guadalajara 2023: los mariachis callaron

Contra todo pronóstico, los reconocimientos otorgados por el Festival de Cine en Guadalajara fueron a dar a películas valiosas por su propuesta estética, su provocación temática o su discutida y discutible posición ideológica.
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Modesta proposición para la RAE: “Mariachazo”. Coloq. Méx. Acto de premiar a la peor película posible en un festival de cine mexicano. Sustantivo usado y abusado por un servidor a partir del inesperado triunfo de cierta comedia inocua titulada Mariachi gringo (Gustafson, 2012) en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) de 2012.

No es broma: desde aquel año aciago, hace más de una década, es raro el festival de cine nacional que no cometa uno o varios mariachazos. Para no ir tan lejos, hace apenas una semana el jurado de la sección “Ahora México”, del FICUNAM, perpetró otro más al dejar de lado la obra mayor Tótem (2022), de la Unidad de Montaje Dialéctico, para premiar una curiosa película de vanguardia –en realidad, de retaguardia– que huele a naftalina.

La novedad es que, contra todo pronóstico –contra el mío, en todo caso–, el pasado FICG 2023 estuvo exento de mariachazos. En todas las categorías en competencia, sin excepción, los distintos reconocimientos fueron a dar a filmes valiosos por su propuesta estética, su provocación temática o su discutida y discutible posición ideológica. No es que hayan ganado todas mis películas favoritas –se fue en blanco Amor y matemáticas, de Claudia Sainte-Luce, por el imperdonable pecado festivalero de ser una comedia–, pero lo cierto es que en cada categoría en competencia los respectivos jurados lograron tomar decisiones que a ninguno de ellos debe avergonzar. Deberían contratarlos en los siguientes festivales nacionales.

Dos de las mejores películas programadas en el FICG 2023 obtuvieron el máximo reconocimiento en sus respectivas categorías. Como mejor largometraje animado internacional fue seleccionado Linda veut du poulet (Francia – Italia, 2023), dirigido a cuatro manos por Chiara Malta y Sébastien Laudenbach, un colorido filme presentado en los pasados Cannes 2023 y Annecy 2023. La encantadora historia está centrada en una inquieta niña –la Linda del título– que vive sola con su joven mamá viuda en algún edificio de departamentos de París. A través de una luminosa animación de clara influencia fauvista –esos vibrantes colores puros que bañan a cada personaje– seguimos los ires y venires de Linda, su mamá, su hermana soltera, un policía novato y un amable chofer, que se encuentran y desencuentran en un día cualquiera, común y corriente en Francia: una jornada de huelga general.

El asunto es que la agotada mamá de Linda castigó a la niña injustamente por una travesura que nunca existió y para resarcir su error le promete guisarle un pollo, comida que ella no ha hecho desde que su marido murió debido a un ahogamiento con ese platillo, cuando Linda era una bebé. Y, por supuesto, como hay huelga general, no hay nada abierto, así que, ¿dónde conseguir el susodicho plumífero? Estamos ante una graciosa odisea culinaria en la que una madre trata de restañar las heridas de su hija, mientras vislumbra la posibilidad de rehacer su propia vida, al lado de otros personajes que aparecen a su alrededor… y de una evasiva gallina.

Con toda justicia, Tengo sueños eléctricos (Costa Rica – Bélgica – Francia, 2022), opera prima de Valentia Maurel, fue premiada en el FICG como mejor película iberoamericana, con lo que culmina una serie de reconocimientos en el circuito festivalero del año pasado, pues la cinta dirigida por la cineasta franco-costarricense ganó tanto en San Sebastián 2022 como en Mar de Plata 2022, además de arrasar en Locarno 2022.

El guion escrito por la propia debutante está centrado en otra hija y en su relación, esta vez, con su padre. Eva (Daniela Marín Navarro) es una típica adolescente de 16 años que es hija de padres divorciados. Desde el inicio entendemos el por qué de la separación: Martín (Reinaldo Amien, formidable), su papá, es un carismático tipo de mirada penetrante y arranques violentos y narcisistas. Es un monstruo, sin duda alguna, pero es el monstruo de Eva, con quien ella quiere irse a vivir, pues su mamá busca imponer ciertas reglas de mínima convivencia, algo insoportable para cualquier adolescente que se precie de serlo.

La cámara nerviosa, siempre móvil, de Nicolás Wong, sigue muy de cerca a Eva y la compleja relación que tiene con su padre, con un amigo de él y hasta con su ingobernable “gato loco” al que, previsiblemente, ella no quiere abandonar, como tampoco quiere alejarse de ese atractivo monstruo, ese inmaduro aprendiz de poeta que, a veces, trata a su hija como una amiga o, incluso, como una mujer más. Y el problema es que Martín no tiene las mejores relaciones posibles con las mujeres que le rodean.

Maurel nos presenta la lenta maduración de Eva a través de la traumática aceptación de quién es su papá, para bien, para mal y para peor. Hacia el final de este notable filme, el espectador entiende que Eva ha crecido lo suficiente para poder separarse de su violento progenitor y saber que, acaso, nunca lo perdonará, pero también para entender que jamás estará lejos de él y difícilmente lo dejará de querer.

Otra opera prima, Kenya (México, 2022), de Gisela Delgadillo, salió del FICG con las manos llenas: Premio Maguey a la mejor película LGBTQ+, premio Mezcal a mejor dirección y premio del público, además de una mención del jurado joven, conformado por estudiantes de cine. El premio del público era más que previsible, porque estamos ante un gozoso documental militante que nos entrega la exultante crónica de los esfuerzos de Kenya Cuevas, una brava activista trans, que inicia una denodada lucha por hacerle justicia a una de sus más queridas “hermanas”, Paola, víctima de uno de los muchos transfeminicidios que suceden en este país.

Delgadillo se ha puesto al servicio de Kenya, de su carisma, de sus carcajadas, de sus exabruptos, de sus reclamos y hasta de su lucidez, como cuando la ingobernable mujer comenta, frente a cámara, que antes, cuando solicitar los servicios de una sexoservidora trans era tabú, se cobraba mucho mejor, pero que ahora, con tantas leyes e igualdad, ya hay que regatear para que los clientes paguen lo que deben (o sea, como quien dice, “contra los mochos y conservadores estábamos mejor”). Al final, lo que queda es la suprema desfachatez de Kenya, su desafiante alegría (“la mejor venganza es ser feliz”) y su escatológico dictum existencial que afirma que todos somos iguales porque todos amamos, morimos, cagamos y nos echamos pedos. Y sí.

La cinta ganadora del Mezcal a mejor película en el FICG fue, también previsiblemente, Heroico (México – Suecia, 2023), segundo largometraje de David Zonana, filme que además se llevó el premio FIPRESCI, el premio Mezcal joven y el premio a mejor actor (Fernando Cuautle). Anoto el adverbio “previsiblemente” porque Heroico es la clásica cinta ganadora festivalera. Sin duda, la película más controlada de toda la competencia Mezcal del FICG, Heroico presume una factura impecable hasta llegar a la rigidez asfixiante. La impecable cámara de Carolina Costa inmoviliza a todos sus personajes: el encuadre inmóvil, con ocasionales seguimientos y acercamiento, encaja a la perfección con el implacable proceso de deshumanización del que somos testigos.

Luis Nuñez (Cuautle) es un jovencito de apenas 18 años que ha entrado al Heroico Colegio Militar no tanto por seguir los castrenses pasos de su padre, al que realmente no conoce, sino para poder costear el caro tratamiento de su madre diabética (Mónica del Carmen). Otros muchachos de la misma edad, los cadetes o “potros” del primer año, tienen otras razones, ninguna que ver con proteger a la patria o ser los nuevos niños héroes: alguno porque es la única manera que encontró para hacerse de una vida, otro porque de plano la mamá lo obligó después de que embarazara a la novia.

Por supuesto, desde Cara de guerra (Kubrick, 1987) –incluso desde la prometeica cinta antibélica Sin novedad en el frente (Milestone, 1930)– ya sabemos que nada bueno puede provenir de la lógica militar: Luis está ahí para deshumanizarse y deshumanizar a los demás, la misma trayectoria que sigue el abusado soldado Pyle de Vincent D’Onofrio en el clásico kubrickiano. El sagaz uso del encuadre de parte de Zonana, escamoteando las acciones más violentas que ejecuta o atestigua Luis, aunado a un brusco montaje de Óscar Figueroa Jara, nos instala de principio a fin en un perturbador escenario habitado por dominados y dominadores, por víctimas que para sobrevivir tendrán que graduarse como feroces victimarios.

El discurso antimilitarista es más que oportuno en el México de hoy, aunque no deja de ser bastante obvio y hasta reduccionista, pero Zonana y su equipo han realizado un filme con una indudable fuerza estética, el mejor de toda la competencia en este aspecto. Sin embargo, el guion escrito por el propio cineasta abreva, acaso inadvertidamente, de una veta inocultablemente racista que proviene del cine de la Época de Oro del cine mexicano. Y es que nuestro juvenil antihéroe no es un muchacho marginado cualquiera que ve al ejército como una forma de sobrevivencia económica, sino un indígena náhuatl que no quiere hablar su primera lengua. Algunos de sus compañeros también son indígenas, y hasta el poderoso encubridor director del Colegio Militar se descubre también como un recio indio que, en cierto momento clave, le dice a Luis, ¡también en náhuatl!, que él podría, en algunos años, estar en su sitio. Ser un general. Tener poder.

Al final, Heroico deja un mal sabor de boca: como en los mejores/peores ejemplos del cine clásico nacional de ficción –que siempre se ha mostrado incapaz de ver al indígena a los ojos–, Zonana nos advierte que, en efecto, el ejército es una institución que deshumaniza –quién lo dijera– y que en manos de esos oscuros indígenas ladinos que pueden llegar a ser hasta generales, la amenaza es aún mayor. La imagen final, formidable, nos remite al origen del cine mismo –The great train robbery (Porter, 1903)– y, por desgracia, al recurrente miedo al otro, a la desconfianza paranoica hacia los indígenas. No hay peor pesadilla que un indio armado. Y con poder. ~

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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