De hombre de acero a uno de carne y hueso

El documental "Super/Man: La historia de Christopher Reeve" presenta todas las facetas, las más admirables y las que no lo son tanto, del mejor Hombre de acero que ha dado el cine.
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Nominada con toda justicia a seis premios de la Critics Choice Association a lo mejor del cine documental de este año, Super/Man: La historia de Christopher Reeve (E.U. – Reino Unido, 2024), tercer largometraje dirigido a cuatro manos por el suizo Ian Bonhôte y el inglés Peter Ettedgui, ha llegado, insólitamente, a las salas cinematográficas nacionales desde el pasado fin de semana.

Digo insólitamente porque no es muy común que, más allá de los documentales de conciertos que suelen aparecer programados continuamente en todo el país, el cine de no ficción merezca una distribución como la de este aviesamente convencional filme biográfico documental, centrado en la vida del Hombre de acero de mi generación y, alguien diría, el único auténtico Hombre de Acero cinematográfico habido y por haber.

Super/Man… está construido a través de la eficaz edición nominada de Otto Burnham. El concienzudo montaje nos presenta, mediante la voz en off narrativa del propio Cristopher Reeve (1952-2004) –saqueada del audiolibro de sus memorias–, la vida del mejor Supermán cinematográfico de la historia, dentro y fuera de los estudios de cine, a través de sus películas caseras y familiares, algunos fragmentos claves de su filmografía, testimonios de colegas y amigos (actores como Jeff Daniels, Glenn Close o Susan Sarandon, políticos y activistas como John Kerry y Brooke Ellison), además de extensas entrevistas con sus tres hijos (Matthew, Alexandra y Will) y con su primera pareja Gae Exton, pues su segunda mujer y única esposa, la insumergible Dana, falleció 18 meses después que él de un devastador cáncer de pulmón.

El filme inicia con el origen irónico de la tragedia sucedida el 27 de mayo de 1995 cuando, al participar en un ejercicio de equitación, Christopher Reeve fue derribado por su caballo, de manera tal que sus 97 kilos de peso cayeron sobre su cabeza, provocándole una lesión en la médula espinal que lo dejó cuadripléjico de por vida. Aunque Reeve fue desde siempre un tipo audaz y atlético (esquiaba en pendientes pronunciadas, volaba en planeadores, atravesó dos veces el Atlántico piloteando un avión), también era alérgico a los caballos; tuvo que superar este problema inyectándose cantidades industriales de medicamentos cuando filmó Ana Karenina (Langton, 1985), pues insistió en montar él mismo y no usar ningún doble. Una década después, no solo había vencido esa alergia, sino que se había transformado en un jinete bastante competente… hasta que su caballo, en ese aciago día, se negó a saltar un obstáculo, cambiándole su vida y la de los suyos en un instante.

Anoté antes que estamos ante un filme aviesamente convencional. Me explico: por una parte, es claro que los realizadores Bonhôte y Ettedgui van a la segura, pero también es cierto que se niegan a la beata apología del biografiado. He aquí la absorbente historia del mejor Hombre de Acero que ha dado el cine, quien paradójicamente nunca se vio  a sí mismo como un héroe, que no estaba completamente satisfecho de su carrera –las últimas dos secuelas de Superman, las de 1983 y 1987, las hizo sin mucho convencimiento–, que trató de romper conscientemente con las expectativas de sus fans –de manera desafiante interpretó a personajes gays, con todo y apasionados besos teatrales a Jeff Daniels y fílmicos a Michael Caine– y que, por cierto, tampoco fue el padre perfecto –sus hijos mayores apenas lo recuerdan cuando eran niños– ni mucho menos la pareja ideal de su primera mujer, pues cortó con ella con el clásico “no eres tú, soy yo”.

De hecho, ni siquiera como posterior activista a favor de las personas con discapacidad logró el consenso absoluto alrededor de él y de su lucha, pues por más que su fundación sí hizo y sigue haciendo todo el bien posible para apoyar las investigaciones de punta en células madre, su personalidad echada pa’lante lo empujaba a hablar de su discapacidad como una enfermedad que había que derrotar e, incluso, curar. Es decir, Reeve se mostraba siempre tan preocupado por el futuro –“algún día lograré caminar y dejaré esta humillante silla de ruedas”– que no se preocupaba mucho por el presente, por luchar por los derechos aquí y ahora de las 200 mil personas que, lesionadas de la médula espinal y solo en Estados Unidos, apenas si podían sobrevivir en el país más poderoso de la Tierra que, increíblemente, no brindaba instalaciones de ninguna especie para que alguien con una silla de ruedas pudiera movilizarse, aunque se llamara Christopher Reeve.

Dicho de otra manera, Super/Man… nos presenta todas las facetas, las más admirables y las que no lo son tanto, de aquel Hombre de acero, de tal forma que terminamos de ver el documental con un nudo en la garganta, aceptando que, si bien es cierto que Christopher Reeve siempre fue y será Supermán, también fue, qué remedio, un hombre de carne y hueso, con vicios y virtudes, con triunfos y fracasos, con esperanzas y frustraciones. Pero así son los héroes de verdad y, hacia el final de su existencia, aunque se negara a aceptarlo, este hombre extra/ordinario, dañado psicológicamente desde su infancia y quebrado físicamente por su caída del caballo, ya se había transformado en uno. ~

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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