Georgianas

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Antes de la desmembraciรณn del imperio comunista del este de Europa, el cine que venรญa de aquel inmenso paรญs parecรญa unitario sin serlo; las antiguas repรบblicas y regiones sujetas al rรฉgimen de Moscรบ producรญan pelรญculas en estudios propios, y algunos de los directores mรกs esenciales de lo que en el resto del mundo se conocรญa como cine soviรฉtico o cine ruso eran ucranianos (asรญ, por ejemplo, el gran clรกsico Dovzhenko), georgianos (Abuladze, Iosseliani) o armenios, como el genial y malogrado outsider Serguรฉi Paradzhรกnov, cuya incomparable y provocativa obra se estรก recuperando a travรฉs del dvd en el mercado anglosajรณn. El mapa creado por las รบltimas hostilidades, invasiones, movimientos separatistas y golpes de mano –la mano fรฉrrea y dictatorial– de Putin escapa a nuestra consideraciรณn, que solo quiere ser cinematogrรกfica y celebrar la coincidencia extraordinaria en la cartelera de dos pelรญculas en las que la calidad del relato alcanza una dimensiรณn superior, en tanto que ambas cuentan, sin duda por azar, la misma historia desde dos perspectivas dramรกticas y dos enfoques estรฉticos diferentes.

Se estrenรณ primero Mandarinas (Mandariinid, 2013), y tambiรฉn esa precedencia era provechosa, porque la conmovedora obra del georgiano Zaza Urushadze refleja a modo de parรกbola el trance, nunca del todo acabado, de la llamada guerra de Abjasia y Georgia en los aรฑos 1992-1993, situรกndolo en sus dimensiones patรฉticas. Ivo es un granjero estonio de avanzada edad que ha decidido no irse de la aldea georgiana donde ha vivido toda su vida, trabajando la madera; su hijo muriรณ al comenzar la guerra, y su hija huyรณ a Estonia, quedando รฉl solo ocupado en fabricar cajas en las que su vecino Margus, otro resistente pacรญfico, embala las mandarinas que producen sus huertas. A ese lugar despoblado, por el que cruzan soldados de las distintas facciones en liza, llega un dรญa la confrontaciรณn en toda su crudeza; hay una emboscada, la casa de Margus y sus frutales quedan arrasados, y dos heridos de gravedad, un checheno musulmรกn, Ahmed, y un georgiano cristiano, Niko, sobreviven a la matanza y son recogidos, alimentados y curados por Ivo en su propia casa, รบnico refugio ahora para los cuatro hombres. La rivalidad y el encono รฉtnico siguen latentes, de manera brutal, dentro de la vivienda, se producen mรกs escaramuzas y bajas, y el final de Mandarinas contiene un mensaje conciliador que pese a su discurso edificante logra conmover profundamente, por la falta de รฉnfasis, por la sutileza de los excelentes actores que interpretan a Ivo y a Niko, y por la potencia metafรณrica del emplazamiento marรญtimo de esa escena fรบnebre y esperanzada.

Corn Island (Simindis kundzuli, 2014) trascurre enteramente en un entorno acuรกtico, el del caudaloso rรญo Enguri que hace frontera entre Georgia y la regiรณn secesionista de Abjasia. La contienda en ese paisaje fluvial es la misma que en Mandarinas, el anciano granjero (sin nombre propio en el reparto) tambiรฉn estรก solo y entregado a tareas agrรญcolas, pero en su caso se produce, cuando la pelรญcula lleva casi media hora de metraje, la llegada casi feรฉrica de una adolescente que sabremos mรกs adelante que es su nieta, huรฉrfana del enfrentamiento bรฉlico. El director y guionista georgiano George Ovashvili compone un bellรญsimo poema telรบrico, sin alegato; hay disparos en la tierra firme, sonidos militares, lanchas de soldados que pasan voceando en distintas lenguas (ruso, georgiano, abjasio), pero la violencia nunca irrumpe en el delicado triรกngulo que forman el abuelo, la nieta risueรฑa y otro herido fugitivo al que acogen en su cabaรฑa y esconden del enemigo que le persigue. Entre la muchacha y el fugitivo se establece un minueto de coqueterรญa pueril y juegos de escondite que bordean la sexualidad sin llegar a nada. Las estacas clavadas en la arena, el crepitar del fuego al que asan los peces capturados, el ruido de la lluvia, el lejano canto de las aves de paso; esa es la voz natural del drama en sordina, sin apenas diรกlogo ni alusiรณn al trรกgico conflicto.

Sin embargo, esta pelรญcula lรญrica refleja el mismo impulso de intransigencia tribal que anida en los personajes de Mandarinas. El director de Corn Island lo resume con estas claras palabras: “Todo era felicidad hasta que un dรญa de agosto de 1992, un tipo de Abjasia, pistola en mano, me dijo: ‘Tienes que dejar nuestra tierra, eres georgiano. La guerra ha comenzado.’ Doscientos cincuenta mil georgianos que vivรญan en Abjasia tuvieron que abandonar sus tierras y sus hogares. Un pequeรฑo grupo de georgianos se quedaron para siempre.”

Los desplazamientos forzosos, los odios raciales, el arma de las religiones, tan lacerantes hoy como hace casi veinticinco aรฑos en el microcosmos de aquellas tierras caucรกsicas, son la materia de estas dos pelรญculas de historia contemporรกnea. Mandarinas pone al desnudo, con brรญo narrativo y severidad, el corazรณn del mal. Corn Island se detiene en el trazo de la desolaciรณn humana producida, y la imagen de la que se sirve en el desenlace es memorable: el islote feraz ganado al rรญo donde vivรญan calladamente abuelo y nieta es arrasado, en una ley de la naturaleza que sin duda ambos conocen de antemano, por la crecida anual de la corriente. La adolescente habรญa vuelto antes del diluvio a la ribera, dejando su muรฑeca de trapo, y esa figura blanda y descoyuntada es lo รบnico que permanece, enterrado en los arenales, cuando un hombre, un desconocido de quien nada se sabe, vuelve en un bote al lugar donde estuvo aquel maizal que un dรญa las aguas arrastraron llevรกndose al anciano, su frรกgil casa de tablas, sus campos labrados y su paraรญso hecho a la pequeรฑa medida de una vida sin guerra. ~

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Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).


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