Girls

Reseña de la serie de Lena Dunham, una especie de Sex and the City para el siglo XXI.
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Girls, el debut televisivo de Lena Dunham –de fama Sundance por su debut cinematográfico, Tiny Furniture– terminó su transmisión en Estados Unidos el domingo pasado. Diez capítulos que rondan la media hora cada uno; cinco horas, aproximadamente, para contar la historia de cuatro chicas neoyorquinas y sus devaneos sexuales, románticos y existenciales: una especie de Sex and the city para el nuevo materialismo hipstérico.

La serie comenzó con un capítulo que es casi un manifiesto generacional: la estudiante de licenciatura graduada que lleva dos años de becaria en una editorial en la que está segura obtendrá pronto un empleo; los padres que están hartos de mantener su groovy lifestyle  sentencian:no more money; la chica ahora debe enfrentarse, por sí misma y sin auxilio paterno, a esos demonios llamados renta, despensa y gasto corriente. Los diálogos y el guión de los primeros tres episodios de Girls tienen un contenido social importante; I went to college too, you know what it left me?  Fifty thousand dollars in student loans, dice Ray en el primer episodio, una frase que sintetiza el contexto de toda una generación de estudiantes norteamericanos (y, en menor medida, españoles, o chilenos). La trama dejaba a Hannah, la protagonista (encarnada por la misma Lena Dunham, que repetía la faena realizada enTiny Furniture), a su merced en una NY que parecía que iba a devorarla inminentemente. Y allí comienza la temprana caída deGirls. Lejos de mostrar un proceso, de ver a Hannah creciendo, adaptándose (de tratarla mal, vaya, de destruir un poco al personaje para que de sus escombros salga algo que valga la pena; algo que tenga qué decir sobre su mundo o el nuestro) la historia dio un bandazo: el primer gran tropiezo, aquel episodio, el cuarto (Hanna’s Diary), en el que Hannah consigue un trabajo de oficinista godínez; nada aporta y la trama no avanza hacia ninguna dirección. El quinto capítulo, Hard Being Easy, fue acaso el punto en el que algunos renunciaron a la serie: nuevamente la oficina, donde Hannah renuncia a su trabajo, lo que la deja exactamente en el mismo sitio que dos episodios antes; un escarceo en el que Marnie (la hermosa Allison Williams en el papel de la amiga linda, conservadora y fresa) ensaya regresar con su exnovio sólo para tener sexo, darse cuenta que no quiere estar con él y botarlo después.

Para este momento, resultaba ya evidente que de las historias centrales de las protagonistas: Hannah, Marnie, Jessa (la amiga inglesa que va por la vida como si de verdad no le importara) y Shoshanna (la prima inexperta de Jessa), sólo importaba una, la de Hannah, y la de Marnie resultaba apenas interesante, pero no por ella. La razón es sencilla: pese a estar escrita, protagonizada y pensada por chicas –el nombre del show no es en vano–, Girls terminó siendo más un programa acerca de las repercusiones de las actitudes femeninas en los hombres.

Hay tres personajes masculinos centrales: Adam, novio de Hanna, interpretado por Adam Driver; Charlie, exnovio de Marnie, por Christopher Abbott y Ray, el amigo de Charlie, por Alex Karpovsky (que ya había aparecido en Tiny Furniture). Los tres están mejor definidos y presentan un mayor desarrollo que cualquiera de las tres protagonistas; mientras que ellos han avanzado, se han movido en alguna dirección, las chicas siguen allí, impávidas. Resulta curioso este síndrome, que no se presentaba en Tiny Furniture: en el debut de Dunham, las chicas son dominantes, definitivas y, lo más importante, son personajes delineados. Allí Dunham era más aguda; acá se ha vuelto torpe.

¿Qué es lo que cambió al trasladarse al formato televisivo? ¿El tiempo disponible? ¿La producción de Judd Apatow, quien en otras ocasiones se ha puesto la playera de lo nerd para disfrazar una obra bastante convencional? La respuesta es incierta; los resultados negativos no lo son. En la línea descendente de la segunda mitad de la temporada hay, con todo, un episodio que parece dar alguna esperanza: Welcome to Bushwick: The Crackcident, octavo episodio, tiene todo lo que debería de tener Girls para alzarse como una gran serie:timing, humor; lo más importante: en ese episodio sí suceden cosas. Pero todos los personajes femeninos avanzan. Las protagonistas se dan cuenta de cosas que acaso siempre han estado frente a ellas; la más reprimida, por ejemplo, tiene su encuentro con el crack. Acciones que empujan la trama hacia adelante.

(Apunte lateral: la fiesta de The Crackcident tiene un elemento de realismo inusual: se sabe que será el sitio donde estará todo Nueva York esa noche. La música que las recibe, lejos del típico playlist de pitchforkmedia que acostumbra la serie, no es otra que On the floor, de Jennifer López –feat. Pitbull. Incluso la tipografía y animación con la que aparece el título de la serie en cada capítulo es sustituida por otra, acorde a lo que se vive:

http://youtu.be/ZuM–jFLSf4

Este tipo de recursos no se repetirá de nuevo en los tres episodios restantes. Una lástima.)

El problema con Girls es ese, principalmente: una serie que desperdicia oportunidades que ella misma crea; que da rodeos sobre sí misma sin llegar a decir algo concreto (o, siendo generosos, diciéndolo muy pocas veces). Es una serie con apuntes interesantes, por supuesto: Dunham y su equipo saben hacer del diálogo una virtud y un gag, acaso su mejor arma; técnicamente, la serie está ejecutada con oficio y solvencia; es el suyo, también, un soundtrack tan contemporáneo que se agradece. Pero todo eso es accesorio cuando una serie no logra estallar, detonar; cuando la historia que cuenta es nula, aburrida. El final de Girls no va a ningún sitio: un par de escenas que sí valen la pena (gracias a los protagonistas masculinos, claro); la intervención de una boda que es un deus ex machina de trazo gordísimo, obvio (no todas las series saben usar ese elemento de forma que ayude avanzar: la única transmitiéndose actualmente que lo hace bien es Breaking Bad); una protagonista que se queda dormida en el metro después de vagar por NY y amanece en Coney Island. De todos los lugares posibles en la ciudad; de todos los símbolos que pudo utilizar; de todas las cosas que pudo decir, Lena Dunham decide que su protagonista, Hannah, terminará la primera temporada de su serie mirando al mar en Coney Island. Este mal uso del cliché es una metáfora mal pensada, malograda. Puede ser fruto de un mal momento o ser pura flojera creativa. Si es lo primero, podría corregirse en la segunda temporada. De lo segundo no esperemos mayores resultados.

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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