La vida repetida de Martin Frost

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Martin Frost tuvo su primera vida en el año 2002; duraba entonces 41 minutos y era en blanco y negro, pero pocos lectores de Paul Auster la habrán olvidado, ya que estaba insertada en una de las mejores novelas del autor, El libro de las ilusiones. Próximo el desenlace, David Zimmer, el protagonista y narrador de la novela, se sentaba con Alma, la mujer con el antojo en la cara de la que se ha enamorado, a ver en una proyección privada la cuarta película realizada por el legendario director Hector Mann, y David, que está tratando de preservar de su inminente destrucción el legado cinematográfico de Mann, describe con todo detalle (a lo largo de treinta páginas) el argumento y la realización de ese mediometraje titulado La vida interior de Martin Frost. Como es conocido, Auster había escrito en 1999 con el mismo título el guión de un corto para un proyecto alemán de película de sketches que nunca se hizo y que poco tiempo después reciclaría tal cual en la novela. Pero Martin Frost estaba destinado a más larga vida. Desde la primera instancia de su concepción, cuenta Auster en una entrevista con Céline Curiol que precede al guión completo ahora publicado por Anagrama, La vida interior de Martin Frost continuaba tras la escena en que Martin le devuelve el aliento a su musa Claire, quemando para ello el manuscrito de su relato en la chimenea; Auster sólo escribió entonces un esquema, “una serie de notas para meditar en un futuro”, futuro hoy llegado en forma de homónima película en color protagonizada por David Thewlis e Irène Jacob y con una duración de 93 minutos que se hacen eternos para el espectador, en todo momento añorante de la capacidad de síntesis que parecía tener, por encima de su creador, la criatura austeriana de Hector Mann.

Lo peor de esta segunda vida de Martin Frost no es que le sobren de manera lacerante cada uno de los 50 minutos extra que tiene la película estrenada; la alarma de quienes admiramos tanto al novelista como al cineasta –codirector de Smoke y guionista y director él solo de la fascinante Lulu on the Bridge– surge del temor de que, viniendo el film a continuación de un libro tan vacuo y autocomplaciente como Viajes por el scriptorium, nos hallemos no ante un tropiezo sino frente a una esterilidad creativa. La noticia, dada por el editor español de la obra yo creo que completa de Auster, Jorge Herralde, de un nuevo libro de ficción en ciernes, debería desmentir la sospecha y acabar con la decepción.

Rodada en un Portugal deslocalizado que parece un no-lugar ameno y solar, La vida interior de Martin Frost cuenta desde su inicio con el atractivo de David Thewlis, un gran actor británico (el protagonista de la extraordinaria Asediada de Bertolucci) cuyo rostro produce siempre la sensación de un impending doom, una inminente catástrofe aliviada por el desgaire y la sombra cómica de sus rasgos. En la película, sin embargo, no hay alivio a la calamidad; desde el instante en que Claire aparece inexplicablemente junto a Martin en la cama, vemos a una Irène Jacob tan mal dirigida que a ratos dudamos (las arrugas que ahora tiene su bello rostro, trece años después de interpretar el Rojo de Kieslowski, acentúan la incertidumbre) de que sea realmente ella. Es indigno de un creador de la categoría de Paul Auster que la única caracterización del elusivo personaje angélico de Claire sea la bobalicona sonrisa que Jacob ha de forzar durante toda su actuación.

La vida interior de Martin Frost empeora, con todo, en el añadido de Auster al esquema inicial desarrollado en El libro de las ilusiones. La “vida corta” terminaba con la irresolución misteriosa del único conflicto de la historia, y me atrevo a decir que ningún lector o espectador quería saber más: era un final de gran cuento, tan rotundo como sugestivo. La alargada continuación de la película es pura “vida exterior” banal, con un humor grueso encomendado al personaje del manitas local James Fortunato (encarnado cargantemente por el actor Michael Imperioli) y un asomo de seducción lolitesca que ni siquiera la inquietante belleza de la hija del director, Sophie, logra plasmar. Para rematar la falta de confianza en lo rodado, Auster incurre en un defecto propio de un primerizo del cine español: confiar el vacío de su relato al llenado musical, una omnipresente y machacona banda sonora que él juzga “extraordinariamente bella”. Salí del cine con la agridulce noción de que también los artistas más admirados pueden ser recalcitrantes en el error. Mantengámonos optimistas mientras llega el nuevo libro de Paul. ~

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Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
más reciente es 'El tercer siglo. 20 años de
cine contemporáneo' (Cátedra, 2021).


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