Marca personal a Mad Men: The Doorway

Inicia el seguimiento de sombra de la sexta temporada de Mad Men. Aquí algunos apuntes sobre los primeros dos capítulos.
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A dos temporadas de su conclusión, el aire de destino manifiesto que rodea a Mad Men –la inevitabilidad casi unánime con la que la crítica estadounidense está dispuesta a levantarle el brazo como la mejor serie en la historia de la televisión– comienza a resultar molesto y casi mueve a simpatizar por sistema con los detractores de la serie, quienes, sea por necedad o genuina incomprensión, se rehúsan a aceptar lo evidente: el peso de la obra de Matthew Weiner en la psique del entretenimiento global ha llegado un punto de no retorno en el que, al igual que Los Soprano, poco o nada importarán las recriminaciones que se le puedan hacer a sus capítulos finales, sean válidas o no (The Wire nunca habitó del todo este estadio de invulnerabilidad cuando estaba al aire: su celebración como fenómeno pop vino después, a manera de premio de consolación por no haber sido dimensionada como se debía a mediados de la década pasada).

El aspecto incómodo de tanto encomio es que, relativamente libres de la preocupación de perder audiencia o benevolencia crítica, Weiner y su equipo bien podrían caer en la trampa de entregar un cierre complaciente o insatisfactorio, sobre todo si se toma en cuenta la enorme ambición con la que han trazado su propio derrotero: utilizar el retrato de época como una superficie más, como un engaño para descubrir que el pasado es un presente continuo que nos explica y define. La expectativa es enorme y general, algo francamente raro en el fragmentado mainstream cultural de Occidente, tan tribalizado y ajeno a la galvanización.

Ante esto, no parece azotado o caprichoso darle un seguimiento de sombra, episodio por episodio, a la sexta y séptima temporadas de Mad Men. O si lo es, anticipo que el exceso no va a toparse con un trabajo incapaz de generar entusiasmo, incluso si resulta fallido o irritante. Esta semana comenzaremos con los comentarios a los primeros dos capítulos. Antes de seguir, algunos prolegómenos:

  1. La intención de estos apuntes semanales no es la de ser estrictos recaps que le sirvan al espectador a recordar en qué va y qué fue lo que pasó, sino la de brindar comentarios que busquen prolongar el placer que obtiene de la serie, así sea mediante el señalamiento de sus aciertos o errores.
  2. Si no han visto el capítulo en cuestión, no tiene caso leer el texto. Acá los esperamos cuando lo hagan.
  3. La intención no es abordar todo lo que le sucede a todos los personajes en un capítulo. Si el arco del personaje lo amerita, se le mencionará en una futura entrega, una vez que éste se encuentre plenamente trazado.

Establecido esto…

Episodios 01 y 02, "The Doorway"

1 El episodio final de la quinta temporada, "The Phantom", mostraba cómo Don Draper lidiaba con los fantasmas de su indolencia: las muertes de Adam, su hermano, y Lane Pryce, el director de administración de Sterling, Cooper, Draper and Pryce (SCDP). No es extraño, entonces, que la sexta temporada visualice al mismo Draper como una sombra que se proyecta en la vida y muerte de los demás.

Tómese el inicio de "The Doorway" como botón de muestra: mediante un POV que funciona como si fuera el del mismo Draper –pero que es el de Jonesy, el portero de su edificio–, contemplamos los intentos de un doctor por revivirlo de un ataque cardiaco (el médico, sabemos después, es el nuevo amigo de Don, Arnold Rosen, quien, al parecer, jugará un papel toral en esta temporada). Proveniente de un lugar etéreo, no terrenal –y que en un arranque agradecible de mala leche resulta ser Hawái–, Don recita en off el inicio deEl Infierno, de La Divina Comedia de Dante Alighieri: “A mitad del camino de la vida / en una selva oscura me encontraba / porque mi ruta había extraviado”.

Como persona, Don Draper no existe desde que una explosión terminó con su vida en Corea a principios de los cincuenta (en efecto: Draper es el primer fantasma de Draper). Como concepto, sin embargo, Richard Whitman había usurpado con tal éxito la personalidad de Don que parecía que podía trascender a través de ésta, casi de manera icónica, como una de las tantas invenciones publicitarias que hemos visto a lo largo de las primeras cinco temporadas. No más: Draper también está destinado a habitar un limbo alucinatorio donde no hay encarnación posible. Por eso es que la atmósfera del bar del hotel remite casi por default a El resplandor (Kubrick, 1980): todos son fantasmas.

La textura sacrificial que imbuye el diálogo entre Draper y el soldado PFC Dinkins en la barra es uno de los lances más conmovedores de la serie. No hay esperanza posible, sólo condescendencia disfrazada de generosidad. Nota al margen: de acuerdo con los registros de los “marines”, sí existió un PFC Dinkins. Murió en acción, en febrero de 1969, a poco más de un año del encuentro con Don.

2 Don se ve morir en otros, pero también quiere vivir en los demás. Uno de los aciertos de la quinta temporada fue el contundente desmontaje de Draper como un personaje moderno. A un mes de entrar a 1968, el punto de quiebre de la historia moderna, todos han cambiado menos él. Luce casi igual, con una elegancia anacrónica para la " Era de Acuario”. Sin mayores jugos creativos, pero con el ansia de reducir la velocidad de su disolvencia, Don busca ser el hombre valioso que no es mediante su amistad con Arnold Rosen. El affaire entre Draper y la esposa de Rosen cobra una relevancia que rebasa la mera pulsión, la del romance interpósita persona. El flirteo entre Rosen y Don en la oficina reafirma esta interpretación. Como reflejo inconsciente, más que cogerse a su esposa, Draper busca usurpar a Rosen, a quien admira y respeta. El cariño con el que Don despide a Arnold en medio de la nieve es genuino y, por ende, doloroso.

3 Las limitaciones de January Jones como actriz parecen funcionar a favor del frío e inescrutable delirio de su personaje, Betty Draper Francis. Ejemplo: la secuencia en la que conmina a su marido a violar a la amiga de su hija es en verdad perturbadora. Sale de la nada, pero tampoco luce fuera de lugar. Lamentablemente, después de ese destello, la subtrama de “Betty en la ciudad” no va a ningún lado. El encuentro entre Betty y los “rebeldes de la calle” es torpe y aburrido. Si Mad Men fuera un reporte contable, Betty sería su pasivo fijo. El personaje no se merece la negligencia.

4 La última vez que habíamos visto a Roger Sterling se encontraba desnudo y lisérgico, frente a la ciudad. A unos cuantos meses –la quinta temporada termina en la primavera de 1967, la sexta parte inicia en diciembre de ese mismo año–, Roger luce tan infantil como siempre, aunque hay algo engañoso en su aspecto: el funeral de su madre, y el subsecuente diálogo con su hija, lo descubre como un hombre consciente de su edad. La manera en la que explota en llanto al saber que su bolero ha muerto revela fragilidad detrás del cinismo. Otra nueva faceta: es curioso cómo Roger, el Id de SCDP, se ha convertido en el súper ego de Don, o por lo menos en una de las pocas figuras con el peso para cuestionarlo. Y es que, a diferencia de Draper, el canoso Roger, con sus patillas y sus viajes ácidos, luce más listo para enfrentar las turbulencias del 68; Don, en cambio, aún no logra siquiera entender a los Beatles.

5 Peggy Olson, como sabíamos desde que abandonó SCDP al ritmo de You Really Got Me, de TheKinks, se encuentra en plena ascensión laboral. Cuesta trabajo recordar un personaje televisivo cuyo éxito en el trabajo fuera tan creíble y gozoso. Plus: sin proponérselo, pero con lujo de contundencia, Peggy define el dilema que ha marcado la narrativa de los últimos tiempos: “si no puedes diferenciar qué parte es la idea y cuál otra es la ejecución de la idea, no eres de utilidad para mí”. Amén.

 

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Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.


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