Marca Personal a The Americans: Dyatkovo

La quinta temporada de The Americans ha girado en torno a la toma de conciencia de los protagonistas, producto de una lenta combustión interna.
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En el prólogo de El almuerzo desnudo -la famosa novela de William Burroughs que narra las aventuras del adicto William Lee en México, Tánger y la Interzona, un mundo paralelo donde el sexo, el espionaje y la violencia se entremezclan con pulsión alucinante y alucinada-, el escritor explica que el título de la novela no es de su autoría, sino que fue una sugerencia de Allen Ginsberg, el poeta estadounidense creador de Aullido. El significado, explica Burroughs, es casi literal: “el almuerzo desnudo es ese momento frío donde todos pueden ver con exactitud lo que se encuentra al final del tenedor”.

Hasta ahora, la quinta temporada de The Americans ha girado precisamente en torno a la toma de conciencia de los protagonistas respecto a lo que se encuentra en sus respectivos platos. La llegada a este punto no ha sido producto de giros de tuerca o una acumulación de situaciones desesperadas, sino de una lenta combustión interna. El horizonte luce inquietante. La erosión existencial de los personajes es la antesala del colapso de sistemas que están a punto de desaparecer, como el comunismo en la Unión Soviética, o de experimentar una drástica transformación, como la democracia liberal estadounidense. En cuestión de unos años, el triunfo globalizador declarará, equivocadamente, el “final de la historia”. ¿Dónde estarán los Jennings cuando esto suceda?

En esta entrega de Marca Personal, analizamos los capítulos What´s the Matter with Kansas?, Lotus 1-2-3, Crossbreed, The Committee on Human Rights, Immersion, IHOP, Darkroom y Dyatkovo.

+Darkroom, episodio diez de esta temporada, se centra en dos liturgias. La primera es una de las pocas secuencias abiertamente románticas de The Americans. Sin preámbulo alguno que nos permita sospechar de sus intenciones, Philip (Matthew Rhys, cada vez más impresionante) lleva a Elizabeth (Keri Russell) a una construcción abandonada, la clase de nave industrial desierta a la que acuden los criminales cuando quieren deshacerse de un cadáver. El motivo, no obstante, es de una naturaleza diametralmente distinta: ratificar el vínculo amoroso del matrimonio a través de una boda simbólica llevada a cabo por un agente soviético que funge como sacerdote ortodoxo en Washington. El momento es agridulce. Por un lado, si bien nació de la necesidad de establecer una fachada para instalarlos en Estados Unidos como una familia nuclear, queda claro que la relación entre Elizabeth y Philip ha evolucionado en un auténtico vínculo amoroso. La boda, lamentablemente, llega en un momento en que las lealtades ulteriores de ambos parecen ubicarse en ideales distintos. Philip es un hombre quebrado que ya no cree en la causa. Elizabeth, en cambio, está harta de la vulnerabilidad emotiva de los americanos, así como de la facilidad con la que el capitalismo seduce a varios de sus compatriotas, incluido su propio marido. Se podría hacer un catálogo con los gestos exasperados de Elizabeth ante lo que percibe como reacciones quejicas de los estadounidenses. La manera en la que voltea los ojos tras una misión que involucra recibir los consejos condescendientes de un psicólogo en Crossbreed raya en la hilaridad.

La segunda liturgia no se muestra literalmente como tal, pero opera como un rito iniciático. Tras leer subrepticiamente el diario del pastor Tim, Paige descubre que su mentor religioso no la ve como una joven prometedora y estable, sino como una adolescente que ha sido dañada, quizá irremediablemente, por sus padres. Elizabeth expresa su desprecio por Tim, a quien imagina condenándolos como una deidad mezquina que los ve a la distancia mientras toma notas en su pequeño libro. Esta temporada ha consolidado una dimensión religiosa en los personajes. Philip, sobre todo, parece estar en busca de una absolución. El encuentro con el sacerdote, quien le urge a abrirse a la posibilidad de creer, es una pista en este sentido. En una jugada que la revela como un personaje malicioso y manipulador, y no como la chica bienintencionada que aparenta ser, Paige toma fotos del diario de Tim con el fin de revelarlas con sus padres y, en teoría, darles más contexto sobre cómo estructurar una operación que les ayude a mudarlo de Washington. Paige, en realidad, desea que sus padres lean lo que el pastor piensa de ellos, no sólo para asegurarse de que Tim salga de sus vidas, sino para que ellos sepan la carga que ha tenido que sobrellevar desde que le confesaron que eran unos espías al servicio de la Unión Soviética. Elizabeth y Philip observan ante la presencia de Paige las fotos del diario mientras escuchamos Slice of Life, de Bauhaus. La edición trepidante, el rojo del cuarto de revelado y la sincronía con la banda de Peter Murphy crean una atmósfera demoniaca. Las palabras de Tim aparecen como tatuajes en un cuerpo a punto de ser exorcizado, violentas e insolentes. El Dios que han encontrado los Jennings no es una fuerza redentora dispuesta a ayudarlos a expiar sus pecados, sino un juez hipócrita disfrazado de hombre comprensivo, presto a condenarlos por siempre en la hoguera. Paige se limita a mirarlos en silencio, consciente de que no hay marcha atrás para ninguno de los tres. El almuerzo desnudo está en la mesa.

“¿Son monstruos? No lo sé, pero por lo que le hicieron a su hija debo llamarlos monstruos. He visto abuso sexual, he visto infidelidades, pero nada se compara con lo que P.J.  ha vivido… Quizá la fe pueda ayudar, pero me temo que el daño ya está hecho”.

Tampoco parece haber redención para Gabriel, cuyo retiro abarca buena parte de Lotus 1-2-3, Crossbreed y The Committee on Human Rights. Interpretado con inquietante ambigüedad por Frank Langella, Gabriel se encamina a una vejez amarga, aquejado por fantasmas despertados por las preguntas de Philip respecto a su pasado. Ahora sabemos que Gabriel se desempeñó como guardia en cárceles donde la violencia y las vejaciones eran ejercidas de forma sistémica. La fe en la madre Rusia solía ahuyentar a los espectros; en su retiro, como queda demostrado con su visita a Marta en Moscú, Gabriel requiere de la absolución de las vidas inocentes que quebró. No habrá banquetes para celebrar el heroísmo de Martha. Su almuerzo desnudo está representado, sin ironías, en una papa. “Entiendo perfectamente todo, no regreses nunca más”, le dice a Gabriel. El exjefe de los Jennings no encontrará el entendimiento trascendental que buscaba mientras caminaba por Washington en The Committee on Human Rights, frente a ese Dios indolente simbolizado por el monumento a Abraham Lincoln, el gran americano. No extraña que la despedida de Gabriel de Estados Unidos sea un dardo envenenado contra Philip. “Tenías razón con Paige, no está hecha para esto”.

No todo es oscuridad en la familia Jennings. Henry, el hijo al que Elizabeth y Philip nunca le pusieron atención, ha resultado ser un genio cuya aptitud para las matemáticas le ha conseguido el pase a una preparatoria privada de alto nivel, la cual podría funcionar como el trampolín para su ingreso en una universidad Ivy League. Henry es un genuino americano, con todo y visión económica. “¿No habría que capitalizar esto?”, le dice a su papá para convencerlo de que lo deje estudiar en el internado de chicos brillantes. La estrella de Henry consigue que Stan, su padre platónico, le permita visitar las oficinas del FBI. Lo que habrían dado Elizabeth, Philip o hasta Paige por esa oportunidad. Su encuentro con el robot repartidor de correos -intervenido por sus padres en Do Mail Robots Dream of Electric Sheep? (S03E09)- es casi encantador. “Cool!”, dice Henry. Ironías del espionaje. Si el hijo de los Jennings supiera que esa máquina les costó la vida a dos personas – una anciana contadora que cometió el error de quedarse a trabajar tarde en el taller de reparaciones, y un técnico de sistemas al que después se le acusó de traición-, probablemente su reacción no sería tan entusiasta.

A varios capítulos de haber sido introducida en la serie, aún no sabemos si Renee es una espía soviética o una mera entusiasta del gimnasio y la charla constante. Stan sigue en una luna de miel con ella (y al parecer, con el mundo en general). La duda sobre Renee parte en dos a Philip, quien no desea que Stan termine como Martha. Oleg, el amigo soviético de Stan, continúa su investigación sobre la estructura de corrupción y complicidades en la distribución alimentaria de su país. El desenlace de investigación, suponemos, será pernicioso para Oleg, pues enfrenta a una red cuya magnitud rebasa la relativa protección que le ofrece la posición de su padre como ministro de transporte. También es posible que los intentos de la CIA por reclutarlo se reactiven ahora que Stan parece haber repensado su negativa a vengar la muerte de su exjefe Gaad. “¡Él habría querido venganza!”, le dice su viuda a Stan, quien anticipaba una respuesta menos urgente. Todas las secuencias rusas -pasadas y presentes- están impregnadas de un verde triste y desolador, sobre todo cuando se desarrollan en edificios burocráticos. Quizá no encontraba satisfacción en Estados Unidos, pero Oleg debe extrañar los días en que paseaba por los bares y atracciones de Washington. De todos los personajes rusos en The Americans, es quizá el que anticipa con más lucidez el colapso que se avecina.

Tuan, quien al principio de la temporada lucía como un monstruo consumado, está preocupado por el bienestar del hogar que lo adoptó cuando llegó a Norteamérica; en específico, el niño de la familia, quien padece leucemia y lo trataba como un hermano. O por lo menos esa es la explicación que da en IHOP (S05E09) para justificar sus salidas de la ciudad. Al igual que la familia de Pasha (a la que busca entrampar para que regrese a Rusia), Tuan también tiene un hogar al que aspira regresar, sea Vietnam o la casa estadounidense que lo acogió antes de transformarse en espía.  

¿Son los Jennings unos monstruos? Dyatkovo, episodio once de la temporada, dibuja una respuesta. Elizabeth y Philip rastrean a Natalie Granholm, una traidora que asesinó a más de 1,000 compatriotas bajo la ocupación nazi de Diátkovo. Felizmente casada, Natalie ha reconstruido su vida con éxito. Los Jennings la presionan. “¡Eres un monstruo!”, le grita Elizabeth. Tras una serie de negativas, Granholm confiesa: en efecto, ella asesinó a todas esas personas. También explica que lo hizo después de que toda su familia fue asesinada y tras ser utilizada como juguete sexual por los nazis; intoxicada, fuera de sí, en otro lugar y tiempo. En América, Natalie es una mujer “maravillosa”, y no el monstruo descrito por los espías. ¿Acaso no es ese el sueño americano: la posibilidad de dar borrón y cuenta nueva? Philip lo entiende así; Elizabeth, en cambio, no duda y ejecuta a Natalie y a su esposo, quien nunca concilia la imagen del monstruo descrito por los Jennings con la mujer noble con la que ha vivido durante décadas. Otro almuerzo desnudo: Elizabeth sabe que la permanencia indefinida en América implica la pérdida de todo vínculo con su identidad rusa. A diferencia de Philip, ella no tiene interés en ser una americana. “Quiero salir de aquí -dice Elizabeth-. Lo digo en serio. Vámonos a casa”.

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Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.


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