Metafísica de WALL-E

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Del aluvión de películas infantiles que cada año lanzan los estudios habituales, sobresale Wall-e (2008): su visión futurística enfatiza nuestro fugaz deambular por este mundo, al tiempo que deja ver cuánto espacio de acción nos ha robado la comodidad y el uso indiscriminado del confort tecnológico. Desde una perspectiva que no excluye al horror como moneda de cambio, Wall-e es profundamente depresiva. La no-vida de Wall-e es un retrato dadaísta de la misma no-vida del Obrero que se arrastra desde las mitologías marxistas: sin ideología, sin alma, sin arraigo ni pertenencia.

Pero esto es lo de menos. El director Andrew Stanton se arroja a explorar lo dispersos o atentos que pueden ser tanto los niños como los adultos que los acompañan. Semejantes por entero al teatro No japonés, los primeros cincuenta minutos transcurren en un silencio sólo poblado por los escupitajos sonoros de maquinaria agónica, en un planeta-residuo que busca afanosamente la vida entre los escombros. Wall-e fue creado con un propósito determinado, pero él lo ignora y lleva una vida ciega. Al igual que los errantes del siglo XX, Wall-e se desliza (¡transmisión por banda!) para apilar la basura de un mundo en ruinas. Imagino que J. G. Ballard soñó Wall-e y alguien más la hizo película animada.

La industria de la animación, de pronto, inicia una campaña de adaptación metafísica de los espacios cósmicos. La voz de Wall-e, por poner un caso, se diluye entre el tintineo augural de una nueva era: la del ser desprovisto de calidad ontológica, pero dotado de sentimientos que no pueden ser ignorados. Voz chiclosa, eco de un más allá que ya nos pisa los talones. El drama de Stendhal magnificado en la era en que los fierros que, apenas nacidos, pierden vigencia y utilidad. Heidegger: todo el ser es en el ser; Wall-e, por tanto, será idéntico, diariamente, a sí mismo.

Estructurado alrededor de una bizarra historia de amor entre seres armados de plástico y transistores, Wall-e es el primer proyecto de animación que arriesga en términos de mercado y organiza una historia que recuerda, en sus primeros minutos, a la entrada muda de voz humana que es 2001: Odisea del Espacio. En esos instantes de música que abren la historia, aparece delineado y a un tiempo desfigurado, todo un escenario macabro de voces que cruzan el espacio, de la historia humana que dejó de vivir como organismo para diluirse en murmullo y aparejo, en una canción sin voz de un dibujo perforado.

– Luis Bugarini

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(ciudad de México, 1978) es escritor y crítico literario.


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