Muerte, robots e inconsistencia

Love, Death + Robots, la serie creada por Tim Miller y presentada en Netflix, es una antología tan disfrutable como dispareja.
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“Estos son mis principios, pero si no les gustan… ¡acá tengo otros!”, dicen que dijo alguna vez Groucho Marx. Este cínico apotegma digno de nuestra clase política –y, en sentido estricto, de cualquier clase política en cualquier parte del mundo– se puede aplicar a la perfección a la antología televisiva Love, Death + Robots (EU, 2019), estrenada hace unos días en Netflix. Conformada por 18 cortometrajes (17 de ellos animados), con duraciones que van de los 6 a los 17 minutos y basados en prestigiadas plumas de la ciencia ficción, la fantasía o el horror (como Joe R. Landsdale, Alastair Reynolds y John Scalzi), esta teleserie antológica se sostiene más por la variedad que por la consistencia.

Por ejemplo, al episodio cinco, “Vendrá por tu alma”, de Owen Sullivan, una pasable aventura arqueológica indianajonesca realizada en estilo anime, le sigue una pequeña obra maestra del humor, “El yogurt que conquistó al mundo”, basada en un cuento de John Scalzi y dirigida por Víctor Maldonado y Alfredo Torres, que nos muestra la aviesa manera en la que el maléfico yogurt del título se apoderó de nuestro planeta. Es decir, lo mejor de esta serie creada por Tim Miller (director de Deadpool) es que no da tiempo para la decepción. Si hay un cortometraje que no llenó nuestras expectativas, no hay de qué preocuparse: de inmediato sigue otro. Y luego otro. Y otro más. Alguno tendrá que ser interesante. Y así pasa: más de uno lo es. Yo diría que por lo menos la mitad.

El problema, por supuesto, de este tipo de antologías es su inconsistencia. Y más cuando los 17 cortometrajes fueron realizados por catorce compañías de animación –hay uno más, con actores de carne y hueso– y cada uno de ellos presume un realizador diferente –con la excepción de los españoles Víctor Maldonado y Alfredo Torres, que dirigieron tres episodios. La inconsistencia proviene desde el mismo título, que nos promete historias de ciencia ficción (apocalípticas, de aventuras o de anticipación) cuando, en realidad, no son pocas las que exploran otro tipo territorios que pertenecen, más bien, a la literatura fantástica o al horror.

Por ejemplo, “La guerra secreta”, de István Zorkóczy, nos muestra al ejército soviético luchando contra unos monstruos salidos del infierno en plena Segunda Guerra Mundial; “Noche de pesca”, de Damian Nenow, trata de un par de vendedores que quedan varados en el desierto de Arizona, donde se les aparecen unos fantasmas prehistóricos; “Mutantes”, de Gabriele Pennacchioli, está centrado en unos soldados licántropos peleando en alguna guerra gringa en Medio Oriente; y la ya mencionada “Vendrá por tu alma” trata de un grupo de arqueólogos y aventureros que se topan con el mismísimo Drácula y toda su progenie. Estos son, curiosamente, los cortometrajes menos logrados, aunque la idea de “Mutantes” no carece de interés y su colorida animación sicodélica contrasta con los demás capítulos, que presumen una paleta más oscura y sombría.

Las influencias visuales, temáticas y cinefílicas en muchos de los cortometrajes son bastante obvias y parte del placer que provocan algunos de los episodios está en identificar las múltiples referencias y conexiones que nos proponen. Así, “La ventaja de Sonnie”, de Dave Wilson, nos presenta una pelea de avatares monstruosos entre un “Kharnivore” que parece primo-hermano del indestructible Alien, el octavo pasajero (Scott, 1979) y un “Turboraptor” que bien podría ser pariente cercano del Depredador (McTiernan, 1987); “Testigo”, de Alberto Mielgo y escrito por él mismo, se apropia de la premisa del clásico hitchcockiano La ventana indiscreta (1954) para extrapolarlo a una historia circular y pesadillesca; “Trajes”, de Franck Balson, parece un spin-off de Titanes del Pacífico (del Toro, 2013) solo que en un entorno (falsamente) campirano; “Más allá de la grieta” -con la dirección colectiva de Léon Bérelle, Dominique Boidin, Rémi Kozyra y Maxime Luère–, está basado en un relato del autor británico Alastair Reynolds, pero la sombra de Philip K. Dick cubre toda la historia, centrada en una falsa realidad de la que su protagonista no debería de querer huir; “El vertedero”, de Javier Recio Gracia, no parece más que una muy divertida derivación de La tiendita de los horrores (Oz, 1986) solo que, desgraciadamente, sin música; “Necesito una mano”, de Jon Yeo, es un claro homenaje –tanto en lo visual como en lo temático– a la obra mayor de Alfonso Cuarón Gravedad (2013); “Piezas únicas”, de Robert Valley, sobre otro cuento de Alastair Reynolds, tiene ecos de cierto relato magistral de Isaac Asimov, “Versos iluminados”; “Trece de la suerte”, de Jerome Chen, bien podría pasar por algún episodio menor de la saga de Star Wars; y “Buena cacería”, de Oliver Thomas, nos remite a lo mejor del anime retrofuturista steampunk, con todo y alguna escena de acción que proviene del wuxia.

Los dos mejores cortometrajes de esta serie son los menos claramente derivativos y los dos son dirigidos por los cineastas españoles Víctor Maldonado y Alfredo Torres. Ya mencioné “El yogurt que conquistó al mundo”, sobre un experimento fallido que provoca la aparición de un yogurt consciente que termina apoderándose de la voluntad de una raza humana tan soberbia como torpe. Pero mejor aún es “Tres robots”, en la que vemos a los tres cachivaches del título –uno descendiente del XBot, otro de un monitor de bebé y otro acaso de Alexa­­– deambular por un planeta devastado por algún apocalipsis ecológico, nuclear o de otro tipo. No hay seres humanos a la vista, así que los tres robots se pasean de un lado a otro, intentan jugar con una pelota de basquetbol, discuten sobre la lógica del proceso de digestión humana, reflexionan sobre la torpeza del divino creador de los humanos y, finalmente, se topan con lo que, al parecer, es el único ser sobreviviente: un ronroneante gato. La vuelta de tuerca del final –basado en un relato de John Scalzi– es más disfrutable si usted es amante de los felinos. Y de la ciencia ficción. Y de la sátira. Y no lo vaya a olvidar: no deje de acariciar a su gato. Y no confíe mucho en él.

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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