El último día de la estancia de Letras Libres en el festival fue uno exclusivo de cine latinoamericano. Medianeras, cinta proyectada en Mamita’s Beach en una gala en plena playa (gente con los pies enterrados en la blanca arena incluida), es un interesante trabajo argentino, completamente afincado en Buenos Aires, que recupera en cierta forma el drama de las comedias europeas (hay varios ecos de existencialismo y posmodernidad; incluso, altermodernidad) y el humor netamente alleniano (hay un homenaje descarado a Manhattan que parece forzado). Medianeras funciona porque su guión está bien escrito y cimentado, con todo y las inevitables constantes del género; sus actuaciones son convincentes y sus protagonistas, simpáticos (Javier Drolas como un neurótico nerd que diseña sitios web; Pilar López de Ayala es una arquitecta venida a diseñadora de interiores que vive en depresión constante); la cinta resulta una interesante visión, un tanto con afán eurocentrista, pero efectiva, de la Buenos Aires de la contemporaneidad. Los guiños arquitectónicos – el título mismo y varios monólogos hacen referencia directa al tema – forman parte medular del filme y contribuyen a su discurso. Medianeras es un filme con enorme potencial comercial; su distribución en México podría resultar un éxito rotundo, tal y como ya lo está siendo en Argentina.
Paraísos Artificiales, el primer filme de ficción de Yulene Olaizola tras el documentalIntimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, por otra parte, es un poco sintomático de lo que está mal con el cine de ficción mexicano: un guión movedizo, sin mucho trasfondo y, principalmente, el uso de actores no profesionales – mismos males de la ganadoraLos Últimos Cristeros – dan al traste con lo que es un correcto trabajo técnico y la actuación de una protagonista que no lo hace mal. La anécdota de una chica drogadicta que está en Jicacal, Veracruz, perdiendo el tiempo (y, eventualmente, haciendo que nosotros también lo perdamos) se extravía en un co protagonista sin ninguna simpatía (o idea de lo que está haciendo frente a la cámara). Una pena. El cine mexicano, desde ya, debe de entender que no todos los cineastas son Carlos Reygadas, y que no cualquier actor no profesional o improvisado puede sacar adelante un trabajo complejo; lo amateur no es sinónimo de autoral. Lecciones de una guerra, de Juan Manuel Sepúlveda, documental que ya pudimos ver en Ambulante, adolece casi de lo mismo (la constante es preocupante: de seis cintas nacionales vistas, tres resultan destacables; el logro es, precisamente, romper el molde de tomas largas, bellamente filmadas, pero excesivas, que padecen las otras tres): un tema que podría resultar interesante (el desplazamiento de nativos indígenas, descendientes de mayas, en la zona de Guatemala), pero perdido en la exasperación de largas tomas, encuadres bellísimos pero que no corresponden con la acción, aburrimiento inevitable. Los escasos chispazos que muestra la cinta no le pertenecen a ella como mérito: son los comentarios que los mismos indígenas hacen en su idioma y que, después de la traducción, resultan divertidos por su ingenuidad, completamente ajenos al contexto de la cinta.
Mucho menos lenta, Silvestre Pantaleón, de Roberto Olivares, convierte lo que inicialmente era un documental sobre el proceso de elaboración artesanal del lazo a manos de un indígena guerrerense en una profunda y entretenida disertación sobre el envejecimiento, el dinero en la vida cotidiana y la inevitabilidad de la muerte. Silvestre Pantaleón, habitante del pueblo de San Agustín Oapan, en Guerrero, fabrica un lazo para la fiesta de San Miguel Arcángel a partir de la fibra de maguey. Olivares encontró, en una demostración de buen ojo y tino autoral, una historia en el personaje, no en el proceso, y creó un filme que, aunque se pudiera encasillar como documental, trasciende las fronteras del género y se manifiesta casi como una cinta de ficción: en ningún momento estamos ante un filme documental de manual, sino ante una cinta que, aprovechando los recursos narrativos y estéticos que el mismo protagonista le dio, logra hacerse un nicho para sí misma. Un trabajo entrañable que se va de gira por Europa, donde seguramente seguirá cosechando buenas críticas y, si todo sale bien, algún premio.
Cuates de Australia, ganadora del festival, parece una decisión más acertada que Los Últimos Cristeros: otro documental, pero mejor contado, sin ese regodeo en sí mismo que tienen algunas de las cintas exhibidas. Cuenta la historia de los habitantes de Cuates de Australia (de verdad se llama así), una comunidad en Cuatro Ciénegas, Coahuila, en la que los habitantes se ven obligados a mudarse anualmente por la sequía que padecen. Evitando los lugares comunes en los que hubiera sido fácil caer (las tomas largas y vacuas, la explotación de los personajes), Cuates de Australia, al igual que Silvestre Pantaleón, convierte una anécdota localista, a la usanza de Juan Rulfo, en una historia vital, universal; una muestra de lo que nos une como personas, no de lo que nos separa. Al final, es de las labores importantes del cine.
La estancia de Letras Libres arrojó un total de diecisiete cintas vistas y un par de entrevistas con directores, Roberto Olivares, de Silvestre Pantaleón, y Gabriella Gómez-Mont, de El Hombre que vivió en un zapato. El Riviera Maya Film Festival mostró una selección sólida, destacable para un festival que llevaba a cabo apenas su primer edición; el uso de las locaciones de la zona (Holbox, Xcaret, la misma playa, el autocinema, el cine rescatado del abandono en Plaza Pelícanos) le dio una dimensión distinta a otros festivales similares. La primera edición, con todo y sus bemoles (que resultaron mínimos al ver la totalidad del festival) fue llevada a cabo con éxito; no se puede pedir otra cosa salvo aumentar la publicidad entre los residentes de la zona (muchos de los habitantes de Playa del Carmen ignoraban que en un cine cercano, recuperado tras cinco años de desuso, se estaban proyectando cintas nacionales e internacionales del mejor nivel, ¡y de forma gratuita!). Y que la segunda edición sea mejor que la primera.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.