El trabajo sexual es trabajo, dice una frase que se repite con insistencia para intentar darle dignidad a la actividad de intercambio económico por sexo. En cierta forma, la consigna se ciñe a la idea, ya bastante avinagrada, de que el trabajo dignifica al hombre. Pamplinas. A las primeras de cambio, Anora olvida su trabajo como stripper y escort y se enamora de uno de sus clientes cuando este se encandila con ella. No importan las diferencias entre ellos, por lo menos al inicio. No importa que él sea un poco más joven que ella. Tampoco que sea ruso, hijo de una familia millonaria, y ella una chica que renta un departamento sin mayor encanto en Brooklyn. ¿Para qué vivir para trabajar si vivir puede ser una fantasía?
Para hablar del canon de la prostituta en el cine ya hay que pensar en Anora (2024). Pero Anora no es tan ingenua como la joven Julia Roberts de Mujer bonita (1990) ni tan desconfiada y asustadiza como Holly Golightly (Audrey Hepburn) en Breakfast at Tiffany’s (1961). De hecho, la protagonista del film de Sean Baker tiene más la desvergüenza y el corazón de Irma la dulce (1963), es decir, la chica alegre del filme de Billy Wilder con Shirley MacLaine. Graciosa y aguerrida, Anora, que se enreda como una fogosa serpentina en el tubo donde baila, sabe que se merece las mejores cosas, un buen amor, vivir dignamente, la ropa, los mejores restaurantes y hoteles. También sabe que nada de eso se consigue como producto del esfuerzo del trabajo. La fortuna es un regalo, una invocación.
El director Sean Baker, que ya es un referente del cine del primer cuarto del siglo XXI, hizo méritos suficientes para obtener con Anora la Palma de Oro en el Festival de Cannes con Anora y los óscares a mejor película, mejor director, mejor guion original y mejor edición, además del que recibió Mickey Madison como mejor actriz.
En la cinematografía de Baker, vinieron antes las estrellas porno de Starlet (2012) y Red Rocket (2022), así como las prostitutas trans de Tangerine (2015). También la descripción del trabajo informal y la fuerza destructora del turismo de Proyecto Florida (2017). No solo es el tema del trabajo sexual: el trabajo mismo como imposición que deforma a las personas es un asunto constante del cine de Baker. Sin embargo, ni la forma ni el fondo de su obra tienen el sambenito de cine social de décadas pasadas –por ejemplo el de los Dardenne, que los belgas alucinan porque consideran que su idea de la pobreza es una estafa para su país–. Si algo tiene la mirada vibrante y colorida de Baker, en suma pop, es un tremendo humor, a veces rosa y otras muy negro, filo que rasura la moral de los personajes, que se rebelan al trabajo por múltiples motivos, y los vuelve cercanos, y más que nada sinceros.
Anora afina las observaciones de Baker. Lo hace a partir de elementos narrativos de los cuentos de hadas. Aquí no hay una zapatilla, pero sí un anillo olvidado que sirve como promesa de amor. Igual que en la historia de la Cenicienta, aparece una encarnación de la hermana y el pasar de las horas reduce el tiempo del hechizo maravilloso.
La sustituta de la hermanastra envidiosa es Diamond, otra stripper que compite con Anora por los clientes y celebra todos y cada uno de sus infortunios. Como es una historia contemporánea, en este cuento de hadas los personajes se bufan constantemente y las chicas, entre ellas, no se bajan de “perra” y “puta”. Destinada a ser antagonista, Diamond afirma en la historia la suerte de Anora, que quizá proviene del brillo enigmático de una belleza inusual, de una sensibilidad audaz. Justamente es la magnética osadía de sus movimientos y su mente lo que envuelve a Vanya, el ruso que la contrata para que sea su novia durante una semana.
Los días del amor de Anora y Vanya son una farra envidiable que incluye fiestas, alcohol, drogas, sexo, videojuegos y un viaje a Las Vegas. Igual que la incauta Britney Spears a inicios del milenio, la parejita se casa en “la ciudad del pecado”, la contraparte moral de Disneyland, que Baker satiriza en El proyecto Florida; antes, claro, hay una propuesta de matrimonio con un anillo carísimo que no solo va a terminar en otras manos sino que va a funcionar de forma simbólica como posible alianza postrera e inesperada. El after de la fiesta extendida, donde los amigos van a ser sustituidos por los matones rusos encargados de parar el desmadre o hechizo –como los señoriales caballos que luego de la medianoche vuelven a ser ratones–, será un largo viaje por la noche para buscar al príncipe huidizo. En una inversión de roles, Vanya es quien se escurre para esquivar la inminente llegada de sus padres.
Sin la huida del muchacho, que es como el after de la Cenicienta, Anora no alcanzaría a criticar la imbecilidad de la meritocracia. La pareja huye de sus aplastantes actividades, pero no en el sentido de la madurez, como pasa en un coming of age aleccionador. Anora y Vanya huyen de las trampas del trabajo, se rehúsan a él y saben muy bien por qué lo hacen. Además, cada uno enfila en dirección opuesta. Ella cree que esa unión es su oportunidad para dejar de esforzarse por una vida en la que jamás pasará de perico perro, de malvivir de desvelos soportando patanes en los privados. El trabajo, cualquier tipo de trabajo, es una ratonera. Él ve en ella la posibilidad de evadir por un rato más el llamado de trabajar para su padre; cuando sus papás se enteran de sus andadas de animal party, dan instrucciones de separar a su hijo de Anora y anular a cualquier costo el matrimonio. Con lo que no cuentan es que ella no es dócil, es una fuerza que va a patalear, gritar y morder para defenderse.
Baker amplifica la complejidad de los personajes con el humor de sus reacciones y no a costa de ellos. Vanya es un junior, pero menos acartonado y prepotente que cualquier hijo de un político o empresario mexicano, sabe cómo pasársela bien, es bello como un efebo, fogoso y divertido, espléndido. En la película la idea de la fiesta, la celebración de vivir y sentirse unido a otros, se afirma como una manera de resistencia. Anora, determinada e insolente, quizá no cree en los cuentos de hadas, pero sí en las ilusiones y su realización; Anora cree en el amor, sentimiento milagroso, casi bélico, lucha por él en un mundo que opone a su ilusión los rendimientos, la utilidad y el provecho, lo contante y sonante.
Para Vanya, solo en apariencia más sensible, el amor es el juego de la mujer bonita en el que él es el patrón, una transacción de la que incluso obtiene una green card para quedarse en Estados Unidos y no volver a su país. En toda esta torpeza amorosa, casi de screwball comedy pero con más golpes y gritos entre ellos y los cuidadores de Vanya, se descubre que el muro de la realidad entre ellos, donde ella es la empleada y él el empleador, no se puede derribar; en su relación pesa más lo concreto que la fantasía. Sin embargo, es elocuente que su amor adolescente, que la película logra transmitir como un boom interno con fuegos artificiales en el cielo de Las Vegas, lo vivieron con intensidad y así lo aquilatan en retrospectiva.
Anora y Baker son la contraparte del cine de la crueldad. El director no es un misántropo, expresa y transmite genuina empatía, aún cree en la fantasía y prueba de ello es que recurre a lo maravilloso, el encanto imperecedero de los cuentos de hadas, para contar su historia. La fortuna de Anora es una invocación, magia que se manifiesta cuando menos se la espera, como un objeto mágico olvidado en el bolsillo, por ejemplo una argolla, emblema de una nueva promesa de amor a la cual anudarse. ~