The Perks of Being a Wallflower

El trío central rescata a esta adaptación de la novela homónima de Stephen Chbosky.
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El éxito de todas las películas sobre un hombre común y corriente enamorado de una mujer inalcanzable depende de que el espectador también se enamore de la chica en cuestión. Desde bodrios ochenteros como Lucas hasta aventuras de superhéroes como Spider-Man, pasando por cintas tan distintas entre sí como Adventureland y Cinema Paradiso, la fuerza del drama central depende de la luminosidad de la dama en pantalla. The Perks of Being a Wallflower, culebrón adolescente, sacarino hasta el punto del coma diabético, le apuesta a la belleza de Emma Watson, quien pasó ocho años secuestrada en el set de Harry Potter, para que sostenga la atención de Charlie, el protagonista, y del resto de la sala. La apuesta es acertada. Watson, a la que el director Stephen Chbosky filma con pinzas, como si la actriz se fuera a romper si la iluminara con más de 20 watts, vale el boleto. A Charlie y al espectador le bastan tres escenas para enamorarse de ella. Para cuando Sam, el personaje de Watson, se pone de pie en la parte trasera de una pick up, mientras esta cruza un puente de luces ambarinas al ritmo de Heroes de David Bowie, nuestra atención no vuelve a abandonar la pantalla.

                Afortunadamente para Chbosky, su director de casting vuelve a acertar al escoger a Logan Lerman como Charlie y a Ezra Miller como Patrick, el medio hermano gay de Sam. El trío enriquece la trama, adaptada de la novela homónima, escrita por el propio Chbosky, aun cuando esta desmerece. The Perks of Being a Wallflower sigue a Charlie, quien acaba de volver de un hospital psiquiátrico, en sus primeros días de clases como preparatoriano. Su único amigo es su profesor de literatura, interpretado por el siempre agradable Paul Rudd. Nada nuevo parece ocurrirle, hasta que decide sentarse al lado de Patrick y Sam en un partido de futbol. Contra todo pronóstico -y verosimilitud- Charlie entabla una relación con ellos, ambos cuatro años mayores que él. La amistad, por supuesto, le cambia la vida, tal y como dictan las leyes de la adolescencia hollywoodense: prueba las drogas, se atreve a hacer cosas que nunca ha hecho, encuentra una vocación auténtica, da su primer beso y, obviamente, se enamora de Sam, quien parece más interesada en jóvenes oligofrénicos de universidad que en Charlie.

                Nada nuevo bajo el sol, salvo que Chbosky agrega elementos disonantes a la mezcla: el pasado turbio de Sam, la enfermedad mental de Charlie, la impotencia de un romance trunco entre Patrick y un jugador de futbol americano. A diferencia de Adventureland –una cinta que tanto en tono como trama es casi idéntica a esta (pero mucho mejor)- el director no sabe balancear la cara oscura y la ligera de su narrativa. The Perks of Being a Wallflower despega en las secuencias dulces y cojea en aquellas que pretenden imprimirle tragedia al proceso (el final, en particular, es melodramático e innecesario). Eso por no hablar de la cantidad de cabos sueltos que Chbosky deja en el camino. Dylan McDermott y Kate Walsh interpretan a los padres de Charlie y a duras penas emiten tres palabras, mientras que la hermana del protagonista obtiene una trama en los primeros minutos de la cinta y después no volvemos a saber de ella. Da la impresión de que, al adaptar su propio libro, Chbosky no quiso deshacerse de nada. A su película le hace falta un mejor guionista, pero sobre todo un mejor editor.

                Lo que nos lleva de vuelta al trío central y a Sam en particular. La química entre Watson y Lerman es ineludible. Si la efectividad del cine se midiera en instantes y no en narrativas redondas, The Perks of Being a Wallflower valdría la pena solo por dos secuencias, ambas dentro de una recámara, entre los dos protagónicos. Watson, con ojos de venado de Disney y sonrisa infantil, platica con Lerman, cuya voz parece doblada por un cantante de ópera y cuyo rostro bien podría ser el de alguien diez años mayor. Ninguno de los dos se conoce, aunque creen que sí, como siempre ocurre en la adolescencia. Aquí, una cinta que se ha cansado de subrayar todos sus temas –la juventud incomprendida, la importancia de ser original- deja que fluya el río subterráneo de lo que no puede expresarse porque habita adentro, lejos de las palabras. Sabemos lo que sienten Sam y Charlie, aunque no lo digan. Ojalá el resto de The Perks of Being a Wallflower gozara de esa contención. 

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