Rostros penetrables

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Fue uno de los logros de un gรฉnero que siempre hemos execrado, la traducciรณn espaรฑola de los tรญtulos de pelรญculas extranjeras. Con una rara inspiraciรณn poรฉtica, nada sintomรกtica, a alguien, en algรบn lugar, se le ocurriรณ cuando su estreno en 1961 que One-Eyed Jacks, el extravagante pero nada desdeรฑable western interpretado y dirigido por Marlon Brando, se llamase El rostro impenetrable; un tรญtulo que esquivaba el difรญcil juego de palabras con un naipe y un comportamiento insincero, conteniendo a la vez –si le seguimos dando crรฉdito de ocurrencia al anรณnimo retitulador del original– una mordaz alusiรณn a la manera estudiada, metรณdica, con la que el gran actor ocultaba sus facciones en una mรกscara de opacidad, de impermeabilidad.

Me he acordado de esa pelรญcula, que vi de adolescente y me penetrรณ, leyendo el libro de Manuel Gutiรฉrrez Aragรณn A los actores (Anagrama, 2015), en el que se hace una lรบcida separaciรณn del relato fรญlmico y el literario no basada en la manera de contar sino en el cociente de los actores, que, escribe el cineasta y novelista, “son un antes, una seรฑal en el tiempo, una prioridad, no una preferencia”, aรฑadiendo, pรกginas despuรฉs, con caracterรญstica sorna: “siempre he procurado no perder de vista al actor, por si me engaรฑa con la cรกmara, esa desaprensiva”. Las cรกmaras de cine, incluso ahora, en su portรกtil conformaciรณn digital, son desaprensivas en la gula; se tragan todo lo que tienen delante, y en ese festรญn las personas son los tropezones mรกs sustanciosos del paisaje. Ahora bien, un actor no es solo el intรฉrprete de un personaje. No me acuerdo apenas de la enrevesada trama edรญpica de El rostro impenetrable, pero cincuenta aรฑos despuรฉs me acuerdo de los tics de Brando debajo de un sombrero mexicano. El actor crea memoria en el espectador, y esos recuerdos se superponen, creando una especie de urpersonaje o supermarioneta que unas veces es solo mecรกnica, y no por ello decepciona, y otras inteligente, significativa.

He visto en las รบltimas semanas pelรญculas que no eran ni mucho menos obras maestras y complacรญan enormemente mientras duraba en pantalla la escapada adรบltera del actor y la actriz con la cรกmara, que les amaba tanto que se olvidaba de su legรญtimo enlace con el director. Filmes como Cut Bank, de Matt Shakman, en el que un genio como John Malkovich decide que la historia narrada y el modo de narrarla son tan elementales que hay que compensarlos facialmente. Su personaje, improbable, y por ello mรกs apetecible, de sheriff en un remoto villorrio de Montana, “el pueblo mรกs frรญo de Estados Unidos”, conduce la pelรญcula cuando รฉl aparece en pantalla, mirando lo que sucede a su alrededor con una conmiseraciรณn escรฉptica que completa el sentido del thriller grotesco. En Mi casa en Parรญs (My Old Lady), de Israel Horovitz, comedia รฑoรฑa en la que tres excelentes actores, Maggie Smith, Kevin Kline y Kristin Scott Thomas, se han de desgaรฑitar para dar verdad a una trama de poco recorrido, quien sale mรกs airosa es la “vieja dama” inglesa, que recurre a una aรฑagaza en la que los actores de experiencia se sienten a sus anchas: los acentos recreados. La anciana interpretada por Smith es una francesa que habla perfectamente el inglรฉs pero con un deje, algo similar a otro tour de force reciente, el de Helen Mirren, britรกnica de pura cepa, deformando su inglรฉs con erres francosuizas en la comedia culinaria Un viaje de diez metros.

Los grandes actores, una vez alcanzado el estrellato, quieren no ya solo acumular premios, sino hacer el ganso, una de las facetas mรกs nobles y mรกs primigenias de su oficio. De ese modo, en una comedia hรกbil, de รฉxito en Italia, Latin Lover, aquรญ traducida, esta vez con poca poesรญa, como Mi familia italiana, la realizadora Cristina Comencini, semejante a su padre Luigi en la combinaciรณn de intencionalidad crรญtica y trazo grueso, cuenta el vacรญo estruendoso que deja al morir un actor celebrado y conocido tambiรฉn por su donjuanismo. Los sucesos, que tienen una gracia limitada y una interesante sorpresa final, importan menos que el desmadre a la espaรฑola que aportan, en un reparto donde tambiรฉn despuntan Valeria Bruni Tedeschi y Virna Lisi (que muriรณ poco despuรฉs del rodaje), Marisa Paredes, Candela Peรฑa, Lluรญs Homar y Jordi Mollร , haciendo un sainete gestual y vocal en un italiano macarrรณnico que vitaliza mucho las escenas en que aparecen. La Paredes en particular se desboca y se deja poner un pelucรณn intolerable que, lejos de rebajarla entre el elenco de viudas del difunto donjuรกn, le da una dimensiรณn de gran histriรณnica dueรฑa de los recursos cรณmicos incluso cuando los desborda.

En Mr. Holmes, el director Bill Condon, que ya sabรญa por un trabajo conjunto anterior, Dioses y monstruos, lo que Ian McKellen es capaz de hacer, le deja suelto en una extensiรณn japonesa mรกs bien inverosรญmil de las andanzas del detective imaginario, y una subtrama familiar con cansina fabulaciรณn apiaria. Los incidentes detectivescos apenas importan, cuando el espectador tiene delante dos rostros, dos dicciones y una duplicaciรณn somรกtica en un solo intรฉrprete. Pues de eso trata Mr. Holmes esencialmente, de un actor, McKellen, haciendo de un Sherlock Holmes nonagenario que se levanta dificultosamente de los sillones y olvida las cosas, y de otro hombre que con treinta aรฑos menos estรก en plenitud deductiva y viveza corporal. Esa misma cara y voz a los noventa McKellen la convierte en un paisaje derrelicto de ojos sin lustre y labios sumidos que pronuncian, en uno de los grandes momentos del filme, la palabra “Portsmouth”, con un odio a ese lugar costero donde su ama de llaves quiere irse a trabajar en un hotel que hace del fonema un castigo bรญblico. La palabra, la cara, las extremidades: el romance privado que los actores de cine sostienen con la cรกmara, distinto al que ejecutan sobre las tablas teatrales. Ante el objetivo copulan sin que nadie ajeno al equipo les vea. Por eso el director puede sentirse celoso y cortar el plano, o montarlo sincopadamente. La pasiรณn clandestina quedarรก. ~

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Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).


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