Escena de What we leave behind.

SXSW 2022: historias de la frontera

Si el año pasado la pandemia fue un tema central, en la más reciente edición del festival celebrado en Austin volvió a emerger el interés por asuntos como la inmigración proveniente de México y América Central.
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En el segundo año de pandemia, el festival fílmico-musical texano South by Southwest dio un decidido paso hacia la “nueva normalidad”. Después de que el año pasado se organizó por completo en línea, del 11 al 19 de marzo de 2022, la ciudad de Austin recibió a los asistentes del SXSW con las medidas protocolarias que ya se han vuelto rutina en otros festivales de cine: certificados de vacunación, pruebas PCR negativas, aforos limitados en las salas de cine. A la vez, hubo una versión híbrida para todos aquellos que no volaron a Texas.

Es cierto que no todos los 99 largometrajes, 111 cortometrajes y 9 programas televisivos presentados en el SWSW 2022 estuvieron disponibles en línea, pero entre los que sí pudieron ser revisados a distancia no escasearon las sorpresas ni los descubrimientos. Por ejemplo, el thriller sobrenatural con elementos reflexivos sociales y raciales Master (Diallo, 2022), que muy pronto estará disponible en México en Amazon Prime Video; la meritoria comedia romántica canadiense Stay the night (Jayapalan, 2022), que le da un giro interesante a la fórmula ya clásica de Antes del amanecer (Linklater, 1995); la derivativa pero ingeniosa Bitch Ass (Posley, 2022), slasher-movie con un tímido afroamericano convertido en asesino serial, que rescata ecos de la seminal cinta de horror Candyman (Rose, 1992); la brasileña Raquel 1:1 (Bastos, 2022), película femenina y feminista llena de ideas sobre una jovencita enfrentada a los prejuicios religiosos en el interior brasileño; y, finalmente, It is in us all (2022), de Antonia Campbell-Hughes, ganadora de una mención especial por su “extraordinaria visión cinematográfica”, un intenso drama centrado en un joven ejecutivo que visita el pueblo irlandés de donde salió su madre para descubrir sus propias raíces, en más de un sentido.

A diferencia de lo ocurrido el año pasado, la pandemia de covid-19 no figuró de manera prominente en el SXSW, más allá de las reglas y protocolos ya descritos. Se ha vuelto, pues, a la normalidad festivalera, incluso en el aspecto temático. De esta manera, en las distintas secciones del festival volvió a emerger el interés por asuntos emblemáticos en el contexto texano, como la inmigración proveniente de México y América Central. Tanto en el terreno del cortometraje como en el del largometraje documental, la frontera entre México y Estados Unidos, la gente que lucha y vive en los dos lados de la línea, y la inevitable separación –física, emocional, psicológica– que sufren los migrantes, tengan o no documentos, aparecieron a lo largo del festival.

Split at the root (E.U., 2022), documental dirigido por Linda Goldstein Knowlton, cuenta precisamente esta historia. Al inicio de este filme, presentado en la sección Documentary Spotlight, una mujer guatemalteca se presenta frente a la cámara, sonríe y nos informa que está dispuesta a contar su historia para dejar claro a todo el mundo que todavía “existen personas de buen corazón”. En efecto, eso es lo que vamos a constatar en los 90 minutos siguientes: cómo un grupo de estadounidenses –la enorme mayoría mujeres– se dio a la tarea de confrontar la política migratoria de cero tolerancia del gobierno  de Trump a través de Immigrant Families Together, una asociación civil que dio a conocer en todo Estados Unidos la criminal política de separación familiar en la frontera, perpetrada por el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (el tristemente célebre ICE).

La asociación fue fundada por la insumergible Julie Schwietert Collazo cuando se enteró del caso de la guatemalteca Yeni González, una joven madre de familia que fue separada de sus tres hijos, quienes fueron enviados a Nueva York mientras ella permanecía recluida en “la hielera”, un centro de detención ubicado en Arizona. De la indignación vino la acción. “Solo las mujeres harían este trabajo de manera gratuita”, dice alguna de las bravas y heroicas voluntarias que han dado tiempo, dinero y esfuerzo para pagar fianzas, conseguir abogados y diseñar una ruta para buscar reunir a los miles de menores de edad separados de sus madres: más de 2 mil 500 niños en julio de 2018, más de 4 mil en febrero de 2020 y aún más de 2 mil en la administración de Joe Biden, que no ha podido encontrar a los padres y madres de estos menores debido a que los funcionarios trumpistas no se molestaron en hacer las identificaciones debidas cuando se llevaron a cabo esas separaciones. Desde su creación, Immigrant Families Together ha logrado reunir a 124 familias.

La directora Goldstein Knowlton logra balancear el retrato de Julie y el grupo de voluntarias que la rodean con el acercamiento a las venturas y desventuras de Yeni y de otra guatemalteca más, Rosayra Pablo Cruz, a quienes seguimos en su lucha por lograr el estatus de residente en Estados Unidos. Por fortuna, Split at the root dista mucho de ser la facilona hagiografía de este grupo de nobles blancas salvadoras –aunque en realidad, eso es lo que son– y, en todo caso, se trata de una emocionante constatación de que, con todo y Trump en la presidencia –o, más bien, precisamente porque estuvo Trump en la presidencia–, todavía hay en el mundo y en Estados Unidos lugar para las acciones encomiables.

A esta misma conclusión podemos llegar después de ver el cortometraje de 15 minutos de duración El carrito (EU, 2021), dirigido por Zahida Pirani, quien ya había realizado el corto documental sobre el mismo tema, Judith: Portrait of a street vendor (2014). El carrito del título es precisamente un carro de supermercado que la protagonista, Nelly (Eli Zavala), ha rediseñado de tal manera que le sirve para llevar en él la comida que vende en la calle. Cuando una rueda del carrito se cae, Nelly busca remplazarlo con otro más grande, más nuevo, mejor equipado.

Estamos en los terrenos neorrealistas de la irrepetible Ladrones de bicicletas (De Sica), solo que en este caso no hay bicis sino carritos y la víctima es esta luchona inmigrante indocumentada que sobrevive en algún pequeño departamento de una ciudad estadounidense, cuidando además a su anciano padre enfermo. La directora Pirani logra en trazos sencillos y en una puesta en imágenes tan funcional como económica transmitir la genuina desesperación de su protagonista ante la desaparición de su recién adquirido carrito. Más que optar por el obvio chantaje sentimental, Pirani nos coloca en un escenario dramático dominado por la comprensión y la empatía.

What we leave behind (E.U., 2022), ópera prima documental de la productora texana Iliana Sosa, nos ubica desde la primera imagen en un terreno similar. El viejo Don Julián dice ante la cámara manejada por la propia Iliana, su nieta, que no se queda mucho tiempo ahí, en Estados Unidos, porque se aburre mucho. No tiene nada qué hacer más que ver televisión; por eso, no acaba de llegar a visitar a su hija y a su nieta cuando ya quiere regresar a su casa de San Juan del Río, en Durango. Luego nos enteraremos que ha seguido esta rutina –visitar a la hija en Estados Unidos, quedarse un par de días, regresar en camión a México– desde hace muchos años, mes tras mes. Don Julián cruza de un lado para ver a su hija que se fue al gabacho cuando tenía apenas 14 años, pero regresa para estar con otro hijo que, aunque peine canas, lo necesita más, pues es invidente.

La cineasta sigue a su abuelo hasta Durango para dejar el testimonio de vida de este correoso anciano “casi centenario” que tuvo siete hijos, quedó viudo a los 45 años y en determinado momento se fue de bracero a Estados Unidos para poder mantener a la familia. Sabiendo que la muerte no está lejana –aunque diga que “hay más tiempo que vida”–, Don Julián decide hacer una casa grande como herencia para esos hijos que se fueron, algunos de ellos a Estados Unidos, y que de vez en vez regresan. El resultado es una emotiva crónica familiar que, inevitablemente, se transforma en un relato universal.

Y es que “lo que dejamos atrás”, como dice el título en inglés, nunca lo dejamos en realidad. Se queda siempre con nosotros, en ese caminar cansado del abuelo, en esa cariñosa exasperación cuando ve llegar a su hijo algo pasado de copas, en ese cantar colectivo y familiar de alguna clásica canción ranchera (“San Juan del Río”, de Chayito Valdés, nada menos), y en esos paisajes mexicanos en los que descansan las raíces de Iliana Sosa y de tantos otros mexicanos y mexicanas que, faltaba más, no dejan nada atrás. Los orígenes no se olvidan.

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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