The Fly y el horror en los ochenta

Reseña de The Fly, uno de los mejores remakes en la historia del cine.
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El primer libro que leí en mi vida fue un compendio de críticas, todas escritas por un mismo autor, sobre las mejores películas de terror, llamado The Modern Horror Film. El libro, escrito por un tal John McCarty, empezaba con The Curse of Frankenstein de los estudios Hammer y cerraba en 1989, con The Lair of the White Worm. Aunque concisas, sus reseñas tenían la virtud de diagnosticar las cintas a partir de hipótesis del autor. Me gustaban tanto –y las leí tantísimas veces- que acabé aprendiéndomelas de memoria. The Exorcist, de William Friedkin, no es una cinta sobre posesión demoniaca sino una parábola de la ansiedad que los padres norteamericanos con sus hijos después de la guerra de Vietnam; Alien, de Ridley Scott, es, en realidad, la historia de una casa embrujada (una casa con nombre conradiano, que vuela a través del espacio y que transporta quién sabe qué); Jaws es una continuación de la temática de Duel, la primera cinta de Spielberg. No obstante, la mejor de estas teorías gravitaba en torno a una película que yo no vería hasta mi adolescencia. The Fly, dirigida por David Cronenberg, cuenta la historia de Seth Brundle (Jeff Goldblum), un científico ermitaño que, despechado por una supuesta infidelidad de su nueva novia Verónica (Geena Davis), decide probar su teletransportador, sin saber que una mosca se ha introducido dentro de la máquina junto con él. La consecuencia es sabida por todos los fanáticos del horror moderno: Brundle lentamente deja de ser humano para convertirse en un híbrido de mosca y hombre, incapaz de sentir: anárquico, animal y, finalmente, asesino.

                The Fly, apuntaba McCarty, es una cinta de horror sui géneris porque ninguno de sus tres personajes principales (en el reparto hay que añadir a Stathis Borans, ex novio de Verónica, interpretado por John Getz) son héroes ni villanos. En su dúctil tablero narrativo, Cronenberg se entretiene reasignando roles: Brundle comienza en el papel del héroe mientras que Borans, el editor de la revista que ha comisionado el artículo que propicia el encuentro entre Veronica y Brundle, da la impresión de ser un hombre sin escrúpulos, dispuesto a cualquier cosa para volver a tener al personaje de Davis en su poder. De manera paulatina, The Fly invierte los papeles; llena de nuevos matices a Borans, le otorga una misión dentro de la historia, y relega a Brundle al papel de la amenaza. No se me ocurre un mejor testimonio a la habilidad de Cronenberg que ver cómo maneja este enroque: víctimas se convierten en victimarios, los personajes simples se vuelven complejos, y, como dice McCarty en aquel ensayo, al final nos compadecemos de los tres. En The Fly –cinta de exquisito pesimismo Cronenbergiano- todos, absolutamente todos, pierden.

                Sin embargo, la ineludible potencia de The Fly -y lo que hace que sea, en mi opinión, el mejor remake de la historia del cine- está debajo de la superficie, en el subtexto de la trama. Partiendo de un guión mediocre de una cinta de horror de los cincuenta, Charles Edward Pogue reinterpreta la trama y, con ayuda de Cronenberg, llena de significados ocultos una premisa que jamás deja de resultar ligeramente absurda. El director destila sus obsesiones recurrentes (las enfermedades terminales, el deterioro, la falibilidad de la ciencia), las coloca en el género del terror, y convierte a The Fly en el diario descarnado de un hombre, infectado por una enfermedad terminal, que poco a poco deja de reconocerse en el espejo. Aquí Cronenberg deja toda sutileza de lado, y basta con ponerle un poco de neurona a la interpretación de la cinta para entender de lo que hablo. Brundle comienza como un hombre que se enferma. Al principio no es claro cómo le afectará, hasta que una tarde descubre que sus uñas se están cayendo. Con el paso del tiempo, Brundle pierde todo, hasta el centro de su virilidad (los morbosos pueden encontrar su pene, escondido detrás del espejo, en una toma breve). Finalmente, avasallado por la enfermedad, Brundle confiesa, frente a una cámara, que no puede comer nada sólido, como un viejo que no tolera algo que no sea una lata de Ensure. Finalmente, tras su último fallido intento por volver a ser humano, el enfermo se funde con la máquina, tal y como los enfermos terminales pasan sus últimos días conectados a respiradores artificiales, sueros y electrodos.

                El terror de Cronenberg suele ser explícito y desagradable, mas nunca vacío. Lo que lo hace un realizador distinto al resto es que su gore jamás es gratuito. Siempre hay un mensaje, un lienzo complejo, detrás de las vísceras y la sangre. Y The Fly no solo no es la excepción a la regla sino que es, a fe mía, la mejor de todas sus películas (A History of Violence incluida): un trágico triángulo amoroso que tiene las agallas de usar una premisa ridícula para hablar de temas genuinamente profundos, desde una óptica jamás igualada. McCarty tenía razón.

                Nota: a diferencia de lo que mucha gente piensa, la muerte del padre de Cronenberg no inspiró la narrativa de The Fly, como queda claro en esta entrevista.

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Profesor adjunto de Cinema Studies en la Universidad de Edmonton. Autor de Kinesis o no Kinesis: ¡Cinema Verité!


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