To Rome With Love

Serรญa injusto pedirle obras maestras a Woody Allen todos los aรฑos. Sin embargo, To Rome with Love es una obra floja que apenas si se sostiene gracias a sus personajes.
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Si algo hace bien Woody Allen es dirigir actores, aunque siempre serรก un misterio cรณmo lo hace: al director no le gusta ensayar, ni repetir tomas, ni platicar con sus actores, ni tener contacto con nadie. Sin embargo, Naomi Watts se refiere a รฉl como “el mejor director de actores” con el que ha trabajado, y Mariel Hemingway recuerda con nostalgia cuando Allen le enseรฑรณ la ciudad de Nueva York antes de empezar a rodar Manhattan (1979). Pero a menos de que se trate de la musa (Scarlett Johansson), la (ex) novia (Diane Keaton), o la (ex) pareja (Mia Farrow) del director, los actores llegan al set sin saber casi nada y rogรกndole a la divina providencia que no los despidan a media filmaciรณn. Llamรฉmosle tรกctica de intimidaciรณn, timidez del cineasta, o confianza y libertad total hacia los intรฉrpretes, lo importante es que funciona. Desde la simpรกtica Keaton, la multifacรฉtica Farrow, o el adorable John Cusack (entre muchos, muchos otros), Allen ha logrado interpretaciones memorables de parte de sus actores. Todos quieren trabajar con รฉl y hacer el papel de sus vidas. La รบltima entrega de Allen no es la excepciรณn: desde Roberto Benigni, Judy Davis, Penรฉlope Cruz, el mismo Allen, y una pareja de italianos que se lleva la cinta, casi todos logran grandes actuaciones. Pero una pelรญcula no se sostiene sรณlo por los actores, y parece que Allen se ha olvidado de lo mรกs importante: el guiรณn. La pelรญcula es muy divertida, pero para cualquiera que haya tenido el placer de ver las grandes obras de Allen, To Rome with Love es una cinta menor. Asรญ como Annie Hall sacrificรณ comedia por historia, ahora parece que es al revรฉs: muchas risas y poca sustancia.

To Rome with Love cuenta varias historias episรณdicas. Una pareja de reciรฉn casados de provincia (Alessandro Tiberi y Alessandra Mastronardi)llega a la gran ciudad con la ilusiรณn de una vida nueva; un director de รณpera (Woody Allen) y su mujer psiquiatra (Judy Davis) vuelan desde Nueva York para conocer a su futuro yerno; un arquitecto angelino (Alec Baldwin) se pierde en la ciudad, se encuentra con su yo del pasado (Jesse Eisenberg) y vuelve a vivir o recuerda o se imagina -no es claro- el clรกsico triรกngulo amoroso que no puede faltar en una obra de Allen; un hombre comรบn y corriente (Roberto Benigni; entraรฑable) se vuelve famoso de un dรญa para otro y sufre/goza de las consecuencias de la fama. Argumentos paralelos contados en lo que parece el curso de un dรญa cuando en realidad ninguno se cruza, uno sucede en otra รฉpoca y todos se desarrollan a ritmos distintos: un dรญa, una semana, varios meses… Pero Allen los fusiona de una forma tan sutil, que uno se olvida que estรก viendo a cerca de trece protagonistas que nada tienen que ver unos con otros. Pero no hay fusiรณn temรกtica, al menos no como lo que el director neoyorquino ha logrado magistralmente en otras cintas (ver: Crimes and Misdemeanors). Allen recurre a un narrador –un policรญa romano de trรกnsito- que no sirve de nada y que termina la pelรญcula con una insustancial conclusiรณn: Roma tiene muchas historias que contar. Y eso es precisamente lo รบnico que une a todos estos personajes: una ciudad llena de clichรฉs. El Nueva York de Woody Allen es inolvidable porque es una visiรณn profundamente personal de su ciudad. El problema con Roma es que se queda en el lugar comรบn. Es la ciudad de la guรญa Lonely Planet, con su fuente de Trevi, sus plazas, y su Foro Romano. (Una de las escenas cumbre de amor sucede a media noche debajo de las ruinas del Coliseo.) Un artista puede retratar con ojos de extranjero. Ahรญ estรก Lost in Translation, de Sofia Coppola, vista desde los ojos de una turista, pero con una historia que no podรญa haber sucedido en ningรบn otro lugar. Y es precisamente esta mirada turรญstica la que hace mรกs evidentes las conexiones y desconexiones entre los personajes. No es el caso de To Rome with Love.

Woody Allen tiene su propio universo; analizar una pelรญcula de รฉl es recordar que esa cinta es apenas una pequeรฑa parte de una obra extensa que incluye otras disciplinas como cuentos, chistes, ensayos, y obras de teatro. Serรญa injusto pedirle obras maestras todos los aรฑos. Sin embargo, To Rome with Love es una obra floja que (apenas) se sostiene sรณlo gracias a sus personajes. ¿Serรก que Allen ya se cansรณ? ¿O serรก que ya no le interesa hacer una obra maestra siempre y cuando el cine lo distraiga de la angustia diaria? En el reciente documental de PBS sobre la vida y obra del director, Allen contestรณ que preferirรญa vivir dos aรฑos mรกs en lugar de hacer su obra cumbre, su Ladrรณn de Bicicletas. (Muchos estaremos de acuerdo en que el cineasta ya hizo mรกs de una obra maestra.) Lo ha dicho hasta el cansancio: sus pelรญculas no son un reflejo de su personalidad. Pero cuando Judy Davis, en su papel de la esposa/psiquiatra que no puede evitar analizar a su marido, le dice a Allen que para รฉl, jubilaciรณn es igual a muerte, es claro que este comentario es una proyecciรณn del director, quien usa su trabajo para escapar de la incertidumbre que lo ha perseguido desde que descubriรณ la teorรญa de la expansiรณn del universo y por ende la finitud de todo lo que existe -experiencia que inspirรณ la famosa escena de Annie Hall. (Y acรก la opiniรณn de Allen sobre la muerte: estรก “completamente en contra”.)

Hace algรบn tiempo, alguien le preguntรณ al director si no serรญa conveniente hacer una pelรญcula cada dos aรฑos y tener mรกs tiempo para descansar y planear mejor. Woody contestรณ –asรญ como si fuera la respuesta mรกs obvia- que eso no tendrรญa ningรบn sentido. Tiene razรณn. ¿Quรฉ sentido tendrรญa hacer menos pelรญculas? ¿Darle gusto a la crรญtica? Despuรฉs de todo, hasta sus cintas menos celebradas siempre tienen algo que aportar: la escena de la fiesta de Alice donde el personaje de Mia Farrow tiene que esquivar a todos los hombres que se han enamorado perdidamente de ella; la primera mitad de Small Time Crooks; la cinematografรญa expresionista de Shadows and Fog; las escenas de comedor de Interiors (una pelรญcula menospreciada); todas las veces que Fabio Armiliato canta enla regadera en To Rome with Love… Lalista nunca termina. El cine de Allen es como esa amante voluble que aparece en todas sus cintas: audaz, inestable, algo neurรณtico, y algo pesimista. Pero si algo hemos aprendido de la visiรณn –romรกntica- de la vida del director, es que, a pesar de las pelรญculas menores, quedan esos momentos inolvidables, como este final perfecto de Stardust Memories, en blanco y negro, con la mรบsica de Louis Armstrong y la sonrisa de Charlotte Rampling. Asรญ sรญ vale la pena tener a Woody todos los aรฑos. 

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Escritora y guionista.


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