Una crítica feroz a la iglesia

El Club, del director chileno Pablo Larraín, es una película estupenda, y una crítica frontal a los esqueletos que oculta la iglesia latinoamericana.
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En el 2012, el director chileno Pablo Larraín presentó en el Festival de Cannes la cinta No, largometraje que culminaba su aclamada trilogía sobre diferentes etapas de la dictadura chilena. La cinta, protagonizada por el mexicano Gael García Bernal, le valió la nominación al Oscar en la categoría de mejor película en lengua extranjera. La trilogía había comenzado con las excelentes Tony Manero (2008) y Post Mortem (2010). El director chileno continúa presentando temas incómodos para la sociedad chilena con El Club, que pone en evidencia los secretos y encubrimientos de la iglesia católica en el país sudamericano.  

El Club se sitúa en un pueblo costero, apenas poblado, donde cuatro curas y una mujer religiosa viven en un especie de confinamiento. Todos ellos cometieron algún tipo de delito en su vida sacerdotal y la iglesia, al alejarlos del sacerdocio, los ha enviado a esta casa en forma de penitencia y arrepentimiento: uno de ellos fue cómplice de los militares durante la dictadura, otro robaba niños a madres de bajos recursos para venderlos a familias adineradas, un tercero cometió actos de pedofilia y el cuarto, quien sufre demencia, nunca nos dirá su delito.  

El Club, que se refiere a la casa que todos habitan, parece más un club de retiro que un centro de arrepentimiento: los curas beben alcohol con frecuencia, tienen un perro de carreras con el que apuestan y ganan dinero, y a menudo caminan por la costa. Como en sus trabajos anteriores, Larraín permite que su actor fetiche, Alfredo Castro (quien ha trabajado en todos sus largometrajes; aquí es el cura pedófilo), presente un personaje que perfectamente merece la definición de una persona perturbadora. En todas las cintas de Larraín, Castro ha representado a un hombre psicológicamente frustrado, como los personajes que realiza en Tony Manero Post Mortem, donde su trabajo actoral es parte fundamental de las cintas. En El Club, Castro hace mancuerna con otros grandes actores chilenos, quienes son los curas que habitan la casa, y en conjunto logran hacer de la cinta un trabajo complejo, que trata de entender el razonamiento de los sacerdotes ante sus crímenes cometidos. El director jamás otorga al espectador la mínima oportunidad de sentir simpatía por los criminales religiosos. Monstruos son y así los muestra: como miserables y mezquinos.

El trabajo en la fotografía de Sergio Amstrong, otro socio de Larraín a lo largo de su obra, otorga a El Club la atmósfera perfecta para contar la tremenda historia: los colores grises, el cielo deslucido, así como la música atinada del compositor Carlos Cabezas, logran que el universo sea como debe ser: opaco, desolado y triste.

Pero en El Club –como la iglesia actual del Papa Francisco lo quiere hacer- las cosas deben cambiar. La llegada del Padre García (interpretado por Marcelo Alonso), trata de modificar la aparente tranquilidad de la casa. El Padre García es Jesuita, mucho más joven que los curas recluidos y fue educado en el extranjero. Él es el enviado de la Iglesia católica chilena por el país para cerrar las decenas de casas similares a El Club que existen y llevar a la justicia a los curas. Inevitablemente, el Padre García, perteneciente a esa ola reformadora, se enfrenta a los recientes y múltiples crímenes de la congregación católica y deberá decidir qué es más importante, su iglesia o la justicia.

El guión de El Club fue construido a cuatro manos por el novelista y critico de cine Daniel Villalobos (quien con El Club se estrena en cine) y el ya reconocido guionista Guillermo Calderón (colaborador de la nueva cinta de Larraín, Neruda, recientemente estrenada en Cannes). Y aunque El Club no está basada en un hecho real, casas similares funcionan en Latinoamérica, y recientemente el obispo emérito de Tlaquepaque, Juan Sandoval Iñiguez, acaba de publicar un libro de memorias donde afirma que en La casa Alberione de Tlaquepaque, Jalisco, manejada por la arquidiócesis de Guadalajara, se daba rehabilitación a sacerdotes pederastas.

Con El Club, Pablo Larraín arremete de nuevo contra los poderes fácticos de su país, entregándonos además una obra de una fuerza visual y psicológica brutal.

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Gestor cultural y periodista. Director del Vancouver Latin American Film Festival.


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