Gravedad cero, la nueva colección de relatos de Woody Allen, reúne diecinueve narraciones inéditas del escritor y cineasta. Por cortesía de Alianza Editorial, publicamos uno de esos cuentos y compartimos el prólogo del libro, a cargo de la escritora y periodista Daphne Merkin, que puede descargarse aquí.
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Que mi esposa fuera capaz de transmutar los ingredientes de una premiada receta de brownies de chocolate en doce cuadrados perfectos de granito es una hazaña que solo los alquimistas medievales podrían apreciar.
Cuando mordí uno de ellos, mi diente hizo el mismo sonido que el Krakatoa en el momento de su desaparición y acabé en la sala de espera de la consulta de mi dentista, donde tuve que tratar de distraerme de los agudos chillidos que lanzaba algún pobre yonqui de los caramelos cuando le excavaban la muela con el equipamiento más moderno de Black and Decker. Fue en ese momento cuando me llamó la atención un pequeño artículo en las páginas de USA Today. Según sus fuentes, hasta seis mil pacientes al año salen de los quirófanos estadounidenses con esponjas, fórceps y otras herramientas quirúrgicas olvidadas por error en su interior. Sufriendo como estaba de un bloqueo creativo desde que los críticos reseñaran mi última obra como si fuera un virus necrosante, me aferré a ese dato sensacionalista como un punto de partida viable para un posible pastiche de Broadway que tal vez podría hacerme recaudar los billetes necesarios para subsidiar la demencia que tenía planeada para mi jubilación. Se levanta el telón y vemos a nuestro protagonista, Miles Goatley, un exuberante joven de veintiséis años que lleva una precaria existencia vendiendo precarios. Qué son los precarios exactamente es algo que supongo que podré responder a medida que desarrolle los personajes y entre en materia.
Basta con decir que Goatley está enamorado de la suculenta Palestrina quien, con sus cabellos color cuervo y su belleza mediterránea, es capaz de llevar a los marineros a la perdición. Podría haber en el escenario un coro de marineros perdidos, como un coro griego, que ayuden a aclarar la trama. Tal vez podríamos tener un verdadero coro griego, también, e incluso un partido de softball entre los dos coros, si la historia se ralentiza, puesto que algo va a hacer falta. Aunque Palestrina ama a Goatley, su padre, un vendedor de alfombras armenio de la vieja guardia, el señor Zarrapastrosian, desea que su hija se case con un pretendiente de su misma clase, básicamente Larry Fallopian, el marchante más prestigioso de Nueva York. El personaje de Fallopian está basado en el Murray Vegetarian de la vida real, quien cimentó su reputación como dueño de una galería de arte cuando vendió por seis millones de dólares una sublime acuarela de Marie Laurencin sobre dos lesbianas kosherizando una gallina. Jurando que se convertiría en un hombre de éxito, Goatley forma un grupo de actuación que interpreta obras de vanguardia escritas en palíndromos, pero el grupo va reduciéndose poco a poco a medida que sus miembros empiezan a morir de hambre. El Acto Uno termina con el coro advirtiendo de que uno no puede esconderse de Dios, pero que a veces se le puede engañar con un bigote falso.
En el Acto Dos nos encontramos con Anders Wurm, el genial cirujano, y su esposa Vendetta, quien tiene un romance con Wasservogel, el guardabosque. Como los Wurm viven en un apartamento de Park Avenue, el doctor Wurm no entiende para qué precisan de un guardabosque. Wurm ha aprendido a convivir con los deslices de su esposa, pero solo porque no sabe qué son los deslices, ya que ella lo convenció de que es una comida mexicana. Él busca auxilio romántico con Ingrid Shtick Fleish, una baronesa que viene de una otrora gran familia de industriales alemanes que después de la guerra convirtieron sus fábricas de helicópteros y que ahora fabrican gorras de molinete. Ella y su hermano Rudolph heredarán una gran fortuna cuando muera su padre, pero él está en coma desde hace treinta y seis años. Han desconectado el enchufe en numerosas ocasiones, pero cada vez que se van, su padre vuelve a enchufarlo. A Wurm le encantaría huir con Ingrid, pero no se atreve a hacerlo, porque, si bien posee un patrimonio de innumerables millones, es todo dinero del Monopoly. Mientras tanto, Goatley pide la mano de Palestrina en matrimonio. Palestrina acepta, pero cuando Goatley descubre que lo único que ella le concede es la mano, mientras que el resto del cuerpo es para Larry Fallopian, se traga una cápsula de cianuro que hace dos años que lleva encima, ansioso por utilizarla antes de la fecha de caducidad. Se desploma aferrándose el abdomen y lo llevan deprisa al hospital, donde lo ingresan en el pabellón de Apatía Intensiva. Al borde de la muerte, pide poder echar una última mirada a Palestrina o, si ella no está disponible, a cualquier mujer que haya conseguido aparecer en la portada del número especial de trajes de baño de Sports Illustrated. Es necesaria una operación y el doctor Wurm recibe una llamada de emergencia pidiéndole que se presente en el hospital en el mismo instante en que descubre a Wasservogel y su esposa haciendo el amor. Reta a duelo a Wasservogel. Se plantean floretes o pistolas y Wurm escoge un florete, mientras que Wasservogel decide utilizar una pistola.
Pero en ese momento la emergencia médica tiene prioridad, por lo que Wurm sale corriendo.
Una vez en el hospital y justo cuando se está poniendo una bata quirúrgica, la enfermera, la señorita Waxtrap, irrumpe y le informa jadeando de que él acaba de ganar trescientos sesenta millones de dólares en la Lotería de Nueva York y que por fin pueden huir juntos. Creo que un segundo romance entre la enfermera Waxtrap y el doctor nos brinda una excelente trama secundaria con gran potencial para suscitar estallidos emocionales, en especial si hacemos que ella sea una gemela separada al nacer.
Repentinamente más rico que Creso, Wurm llama a su abogado, Jason Hairpiece, y le ordena que le entregue a Vendetta una demanda de divorcio en la que la acusa de un temerario aumento de peso y donde sostiene que, si bien él había jurado en el altar que se quedaría junto a ella en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la adversidad, y en las alegrías y las penas, el rabino jamás mencionó la grasa. Ahora Wurm debe decidir entre casarse con la enfermera Waxtrap o con Ingrid Shtick Fleish y escoge a la enfermera debido a que los tres maridos anteriores de Ingrid habían muerto tras sospechosos accidentes y él se niega a aceptar esa eventualidad en el contrato prenupcial. Eufórico ante la perspectiva de una nueva vida, Wurm efectúa la operación a toda velocidad, salva a Goatley y sorprende a la enfermera Waxtrap con un diamante de un millón de dólares del tamaño de un pomo de puerta. Cuando ella señala que se trata de un verdadero pomo, él se percata de que pagó de más. Loco de alegría por su nuevo amor, el doctor imagina una vida de lujos junto a Mona Waxtrap. Lo único que falta es que Wurm cobre el billete de lotería, alquile un Gulfstream y vuelen juntos hasta la isla caribeña donde él se enamoró de ella por primera vez y a lo lejos. Ella estaba allí de vacaciones con su marido de entonces, el director cinematográfico francés Jean-Claude Toupé. A la bonita joven rubia le gustaba zambullirse entre las rocas y se había golpeado la cabeza. Wurm, como cirujano, propuso amputársela. Los dos iniciaron una conversación y empezaron a tener un romance bajo las narices de su marido, pero descubrieron que no había espacio suficiente para estirarse debajo de esas narices, aunque era el único lugar con sombra en toda la isla. Ahora, dos años más tarde, Wurm está dispuesto a deshacerse de la infiel Vendetta y agenciarse una nueva novia.
Pero, hola, ¿qué es esto? Wurm está hecho un lío porque no puede encontrar el billete de lotería. Se revisa frenéticamente los bolsillos del pantalón. ¿Dónde lo ha puesto? De pronto, lo recuerda. En lugar de arriesgarse a dejar el billete en el casillero mientras estaba en el quirófano, lo había mantenido aferrado a la palma de la mano, sujetándolo bajo el ceñido guante quirúrgico que llevaba. Luego, como más de seis mil médicos que operan cada año y dejan objetos en el interior de sus pacientes, se había olvidado distraídamente el guante dentro de Goatley, junto con el billete ganador. En un arrebato de desesperación, corre al hospital y se dispone a volver a abrir a Goatley, diciéndole que, cuando ejecutó la operación, se dejó dentro la cartera con sus tarjetas de crédito y la licencia de conducir. Por no mencionar el reloj Rolex y las llaves de su casa de la playa. Goatley sospecha, revisa sus radiografías y descubre el billete ganador. Se ofrece a dividir el dinero del premio y Wurm lo opera. Así llegamos al momento climático del dilema moral. Wurm se da cuenta de que si Goatley no sobrevive a la cirugía, el dinero sería todo para él. Con eso en mente, coloca una bomba de relojería dentro de Goatley y lo cose. El coro, en tono de reproche, maldice a Wurm, recordándole el juramento hipocrático, que prohíbe la utilización de explosivos en el tratamiento de trastornos estomacales. Lleno de remordimiento (y aquí se me ocurre que la conciencia de Wurm estaría posada en su hombro, instándolo a que haga caso a sus buenos sentimientos, aunque necesitaríamos a un actor muy pequeñito), el doctor finalmente quita el dispositivo antes de que detone y Goatley sobrevive. Por fin, justo cuando el público piensa que todo está bien, el destino, ese caprichoso titiritero que mueve los hilos de todos nosotros, lleva a cabo su truco definitivo y Wurm descubre que la enfermera Waxtrap leyó mal los números de la lotería y que el billete no vale nada. La enfermera revela sus verdaderas intenciones al abandonar a Wurm diciéndole que lo amará siempre pero que ahora mismo quiere una orden de alejamiento.
Goatley, que estaba bajo el efecto de la anestesia, descubre en sueños para qué podrían utilizarse los precarios, sobrevive, consigue comercializarlos, gana millones y desposa a Palestrina. Wurm, que había estado locamente enamorado de la enfermera Waxtrap, termina con su gemela idéntica, así que lo considera un empate.
Por supuesto que quedan algunos cabos sueltos y todavía me falta resolver el problema de qué es lo que sueña Goatley que son los precarios en realidad, pero pienso que unas semanas en una isla del Caribe podrían ser justo lo que necesito para despertar a mi musa, en especial acompañado de una de esas chicas que modelan trajes de baño en Sports Illustrated. Si estoy en lo cierto, Broadway, allá voy. ~