Amigas con hijos

Con la posibilidad de elección surgió también el germen para la división entre madres y no madres, a ver si este debate sobre la vida privada iba a ser el único que no se polarizara.
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Hasta que apareció la posibilidad del control reproductivo más allá de métodos caseros de dudosa efectividad, como el ojino –la abstinencia siempre fue el método más eficaz–, las mujeres no elegían ser madres: era algo que sucedía, que debía suceder, que venía en el paquete de la feminidad. Con la liberación de la mujer llegó la posibilidad de elección. 

Con la posibilidad de elección surgió también el germen para la división entre madres y no madres, a ver si este debate sobre la vida privada iba a ser el único que no se polarizara. Las razones por las que las mujeres deciden no ser madres son diversas e inapelables. Lo que se puede discutir es si hay mujeres que quieren ser madres y no pueden por circunstancias que la sociedad podría mejorar, como estabilidad laboral, conciliación, precio de la vivienda, etc. Una queja frecuente entre quienes no tienen hijos y están en edad fértil es que se sienten presionadas por la sociedad: les llegan ofertas para congelar óvulos, los ginecólogos les advierten sobre la caducidad de su sistema reproductivo, les han hablado de la reserva ovárica y saben lo que es; los conocidos les preguntan, escuchan insinuaciones molestas que invaden su intimidad, etc.

Es incómodo, lo entiendo. Y a la vez supongo que lo que dispara ese interés en la reproducción ajena es una especie de cerebro reptiliano global que se angustia por la extinción de la especie. Y meterse en la vida de los demás, que da mucho gusto. Pero lo que quiero decir es que tan inapelable es la decisión individual de una mujer como absolutamente cierto que si nadie tiene hijos, nos extinguimos. Nadie tiene hijos para salvar a la especie, como nadie tiene hijos pensando en las pensiones –ni siquiera creo que nadie tenga hijos pensando en que alguien les cuide durante la vejez–. La verdad es que no sé por qué la gente tiene hijos con casi todo en contra: nacieron niños en la pandemia, nacen niños en las guerras, en los campos de refugiados, etc. Ni siquiera sé muy bien por qué tuve yo hijos, en parte se dio: tenía pareja que tenía estabilidad laboral y fue fácil. Todavía ahora veo un bebé y siento un deseo irrefrenable de estar embarazada (por eso me puse un DIU, siguiendo el consejo de mi matrona: ella se hizo una ligadura de trompas), admito que no soy la norma. 

“Cuando mi mejor amiga me dijo que estaba embarazada, me puse a llorar. Y no precisamente de alegría.”, empieza Alba Muñoz su ensayo “Muchacha 2”, que escribe en parte para saber qué piensa sobre la maternidad y para decidir si congela o no óvulos. Lo empecé a leer esperando encontrar una explicación al abandono de la amiga que estuvo en el parto de mi hija mayor, y para cuando la niña empezó a gatear ya había dejado de responder a mis mensajes. Entre medias, recuerdo ahora alguna escena que debió de darme pistas: la niña tenía un mes y ella sugirió que la podía dejar con su padre e irme con ella de viaje. Cosa que habría sido perfectamente posible, pero yo era el tipo de madre primeriza que piensa que si deja de mirar a su bebé su bebé se muere. Luego se me pasó.

Por supuesto, en el texto de Alba Muñoz no encontré la respuesta que buscaba, pero quise ver una pista que me daba la razón. Mi amiga y yo ya no somos amigas, a veces nos cruzamos mensajes. Los míos ya no tienen rabia, me he curado de ese desengaño amistoso. Una vez le dije que me había dolido y ella negó todo. Ahora, creo, tiene óvulos congelados en algún lugar. Alba Muñoz dice que su rechazo a la maternidad de su amiga, seis años más joven, tenía que ver con que la quería para ella, de pronto desbarataba sus planes juntas. Muñoz explica lo que le dice su amiga A.: “Me contó que temía que la gente estuviera dejando de proponerle planes, como si ya la dieran por acabada. Y otro día formuló la frase que resumía toda la angustia y la soledad que las dos atravesábamos desde hacía semanas: ‘Cuando alguien te dice que está embarazada, en lo primero que piensas es en ti’. Ella misma lo había experimentado mucho antes de saber que iba a ser madre. Alguien le daba la buena nueva y ella la recibía como una flecha en su vientre desocupado. Esto no solo le ocurría a las mujeres que querían tener hijos, dijo A., sino también a las que dudaban y a las que habían decidido que no querían. Incluso a algunos hombres.” Creo que lo que pasa cuando tus amigas se quedan embarazadas es que te preguntas si tú deberías estar embarazada, hace que te preguntes qué estás haciendo con tu vida, lo mismo que si una se compra una casa o anuncia su boda. Creo que en realidad la reacción es tan visceral e incontrolable porque de pronto esa noticia grita alto y claro que el tiempo pasa también para ti y que a lo mejor no llegas a hacer todo lo que quieres hacer, además de apelar a tus propios dilemas sobre la maternidad. 

Alba Muñoz cita La hija oscura, debut de Maggie Gyllenhaal como directora, adaptación de una novela de Elena Ferrante, que habla de sentimientos ambivalentes de la maternidad. Cita también El acontecimiento, la película que adapta el libro de Annie Ernaux donde cuenta su aborto clandestino en los sesenta. Hay una frase de La isla de Bergman, de Mia Hansen Løve que no me quito de la cabeza: a propósito de Bergman, que tuvo nueve hijos, la protagonista se pregunta si se puede formar una familia y a la vez crear una obra importante. “A los 42 años, Bergman había dirigido 25 películas. ¿Crees que habría podido hacerlas si hubiera estado cambiando pañales?”, le responde una de las expertas. Quizá no les cambió pañales, pero los hijos son para siempre, el trabajo no se acaba una vez que controlan esfínteres. También se pueden hacer películas y escribir novelas después de los 42. Ariella Garmaise ha escrito en Lit Hub a propósito de dos libros, Maternidad de Sheila Heti y Either/or, de Elif Batuman (llega en octubre a España), que presentan la maternidad para las escritoras como disyuntiva excluyente. Garmaise piensa que tal vez tengan razón (Elizabeth Hardwick decía que era compatible si solo tenías un hijo, Zadie Smith que no eran incompatibles para nada, pero ella tiene al menos dos casas), pero que aun así quiere tener hijos, por impopular y uncool que suene. 

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