Autocrítica periodística

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El periodismo mexicano es uno de los temas más complicados que uno puede tratar cuando habla con alguno de los muchos diplomáticos que, inmersos en la perplejidad, viven en nuestro país. Después de varias charlas puedo intuir algunas cosas. Me parece que les sorprende la notable fractura del gremio en tiempos de evidente crisis. No ven, en los periodistas mexicanos, ninguna voluntad real de solidaridad con sus propios colegas (esta preocupación la comparten varias ONG). Tampoco ven —y esto no sólo les sorprende sino que les indigna— ninguna voluntad de reflexión sobre el papel del periodismo en la búsqueda del bien común; la idea de que el periodismo no sólo sirve para informar con rigor y sobriedad sino que, sobre todo en tiempos de extrema amenaza a la sociedad en la que y para la que se desenvuelve, debe pensar en trabajar al menos con una mínima noción de construcción de país.

Pero sobre todo, creo, les asombra esa mezcla tan peculiar de soberbia e ingenuidad en el periodismo mexicano. “Parece que los periodistas en México ya lo saben todo”, recuerdo que me dijo un importante miembro del cuerpo diplomático de un país europeo hace no mucho tiempo: “es muy difícil hacerles una sugerencia”. Es verdad. Habrá que dejar que algún historiador del periodismo mexicano moderno explique a detalle por qué prevalece, en muchos de nosotros, la idea de que el periodista no está sujeto al escrutinio de nadie ni a la crítica de nadie ni mucho menos (¡Dios nos libre!) a la regulación de nadie. Valga otro ejemplo: en alguna otra ocasión le escuché sugerir a otra embajadora la idea de que en México se formara una suerte de comisión independiente en defensa del lector en la que, bajo reglas establecidas por ellos mismos, los editores pudieran ejercer una urgente autocrítica. Aparentemente, la embajadora se reunió con algunos responsables de diarios mexicanos. Sobra decir que no tuvo mucho éxito.

Todo esto viene a cuento porque el periodismo, una profesión noble y socialmente fundamental, atraviesa por un momento de crisis. A la suma de nuestros defectos como gremio se agrega, ahora, una amenaza mayormente inédita en México: el crimen organizado ha puesto al oficio en la mira. A la intimidación cotidiana en los medios de comunicación locales se agrega, ahora, la voluntad de dictar tiempos, tono, y forma de los contenidos periodísticos, a través de métodos bárbaros, que obligan a una reacción inmediata y contundente que marque un parteaguas tan definitivo como el Acuerdo por la Discreción del 99 en Colombia. Para lograrlo, sin embargo, el gremio periodístico mexicano tendrá que bregar contra lo peor de sí.

Todo eso que asombra a los diplomáticos extranjeros erosiona no sólo la potencia del oficio periodístico mexicano sino su efectividad para responder a las amenazas externas. Lejos estoy, evidentemente, de conocer siquiera el principio de las respuestas —de los protocolos, de los acuerdos, de los pactos—, pero algo sí creo tener claro: nunca más un periodista mexicano deberá asumir que su trabajo está mágicamente deslindado del rumbo del país. La publicación de imágenes, historias, narcomantas, cabezas, vísceras y voces tiene un impacto inmediato en esta batalla que (y esto también creo debería quedar claro) nos incumbe a todos. Naturalmente, el periodismo mexicano debe exigir la protección del Estado. Pero no puede, al mismo tiempo, desdeñar por completo las consecuencias de sus decisiones editoriales, mucho menos si son —y muchas lo son, no nos engañemos— en aras de una mayor venta de ejemplares o mayor audiencia televisiva. No se necesita ser McCombs o Shaw para saber que los medios de comunicación establecen agendas, contextos y, sí, hasta humores y disposiciones sociales. En estos malditos tiempos, abusar del mandato del periodista para publicar lo que nos venga en gana sin pensar en el país no es sólo irresponsable: es inmoral. Ese era el caso en la Colombia de los 90. Ahora, en la era de la red, lo es aún más. La solidaridad con nuestro gremio empieza con la solidaridad con nuestro país. Sólo así, creo, podremos salvarlos. A ambos.

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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