Carta de Nueva York

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Esto es -lo juro- una historia real. Las fechas son aproximadas.

– 11 de febrero: Noto que mi tándem lavadora/secadora no está ni lavando, ni secando como debería. Después de lavada, mi ropa tiene surcos de detergente; después del ciclo de secado, está húmeda.

– 12 de febrero: Mi chamarra favorita, digna de un esquimal y pieza básica de mi vestimenta de invierno, se pudre por dentro debido a que mi secadora no la seca y que a mí se me olvida sacarla de dicha secadora. Más tarde, tras llorarle, tiro la chamarra al basurero (apenas cabe en el cesto).

– 13 de febrero: Salgo a Nueva York en busca de una lavadora nueva. Tras varios intentos por localizar la tienda de General Electric, me topo con ella. Sólo que no es la tienda. Es el headquarters internacional de dicha marca. En la sexta avenida.

– 13 de febrero (más tarde): Voy a Best Buy. Una chica amable, de indudable procedencia neoyorquina (su acento es Niu Yahk puro), me pregunta qué quiero. Las opciones son: comprar una lavadora y secadora por separado (una compra deseable, dado que ambas máquinas parecen sacadas de una cinta de ciencia ficción), un tándem moderno o un tándem como el que tengo: claramente fuera de moda. Escojo la segunda opción. Lily -la chica- me pregunta si mi departamento tiene salida de gas o eléctrica. No sé, respondo. Después me pregunta si mi edificio pide una póliza de seguridad (”someone might get injured while installing the machine, you know”). No sé la respuesta a esta pregunta. Después me pregunta de qué tamaño es el hueco para la lavadora/secadora. Vuelvo mañana, le digo. Y me voy.

– 15 de febrero: Regreso a Best Buy con toda la información necesaria y compro un tándem lavadora/secadora moderno. Me siento como un adulto. Mientras tanto, mi tarjeta de crédito aúlla. Lily me asegura que “a más tardar en una semana” tendré la lavadora.

– 23 de febrero: Comienzo a lavar mis calzones y calcetines en la regadera. Tras oler mis pies, una amiga me regala un par de calcetines. Decido preguntarle a un handyman de mi edificio si conoce un laundromat por aquí. El más cercano queda a cuarenta cuadras, me dice.

– 25 de febrero: La lavadora no ha llegado. Llamo a Best Buy. Hay un problema con tu edificio, me dice Lily: no nos han enviado la póliza de seguridad que tenemos que llenar, sacar copias de y mandar a los encargados de entregar e instalar la lavadora.

– 25 de febrero (más tarde): Decido hablar con el gerente del edificio. Me asegura que pronto le enviará la información a Best Buy.

– 1 de marzo: La información fue recibida y Lily me asegura que me enviarán la lavadora en breve.

– 7 de marzo: La lavadora no ha llegado.

– 9 de marzo: Vienen a instalar la lavadora, pero llegan con las manos vacías (una imagen particularmente extraña, admito). Los instaladores me preguntan que dónde está la máquina. Supuse que ustedes la traerían, replico. Ambos puertorriqueños (los encargados de la instalación) se voltean a ver, contrariados. No, me dicen, nosotros sólo instalamos. Y se van.

– 11 de marzo: Llega la lavadora. Para mi desgracia, no cabe en el espacio que había medido. Se la tienen que llevar.

– 12 de marzo: Regreso a Best Buy. Ahí, soy atendido por Natasha, la mujer más amable del mundo. Me asegura que todo va a estar bien. Me pide que le entregue mi tarjeta para que anule el cargo de la lavadora que no cabe en mi espacio y después me pide que compre una nueva. Me voy por el tándem anticuado (pero mucho más barato). Mi tarjeta de crédito suspira, aliviada.

– 15 de marzo: Vuelo a México (vacaciones).

– 22 de marzo: Vuelvo a Nueva York. La lavadora sigue sin estar instalada.

– 24 de marzo: Le hablo a Natasha. Me asegura que me traerán la lavadora en dos días.

– 26 de marzo: La lavadora no ha llegado. Le hablo a Natasha. Me dice que Best Buy me habló para confirmar la entrega pero que no les contesté. ¿Y eso qué?, pregunto, ¿no fue suficiente confirmación el hecho de que les hablara a ustedes hace dos días? No, me dice: tienes que asegurarlo vía telefónica y nosotros te tenemos que hablar.

– 28 de marzo: Llega la lavadora, cargada por los puertorriqueños. Ambos -que insisten en hablarme en inglés a pesar de que hablan español entre ellos- me preguntan si la lavadora está desconectada. No sé, les digo. Se asoman y le echan un ojo. No está desconectada.

Nosotros no podemos desconectarla, me dicen: por cuestiones de seguridad. No entiendo de qué están hablando, ni qué peligro conlleva desconectar una lavadora, pero les aseguro que en dos segundos puede subir un handyman del edificio a desconectar la lavadora. No podemos esperar, me dicen, sin chistar. ¿Por qué? Por política de la empresa.

¿Quieres que te dejemos la lavadora?

Y yo pa’ qué la quiero, replico. Llévensela.

Y se la llevan.

– 1 de abril: Vuelvo a Best Buy, esta vez en persona. Pregunto por Natasha. Tras diez minutos de explicaciones, entiende lo que le estoy diciendo y me pide que desconecte la lavadora y después vuelva a marcarles. Esa misma noche hago todo eso y descubro, para mi infinita molestia, que el “elaborado proceso de desconectar la lavadora” no le tomó ni un minuto al handyman.

– 3 de abril: En el día en que habíamos quedado que la entregarían, me quedo esperando tres horas en mi departamento. ¿Por qué esperando? Porque, al parecer, no pueden entregarla sin que yo esté presente.

– 5 de abril: Recibo la llamada telefónica: ¿le queda bien mañana entre 1 y 4 de la tarde? Tengo clase a las tres, pero no voy a correr ningún riesgo. ´Ta bien, les digo, haciéndome a la idea de dos semanas más de fregar mi ropa con Head & Shoulders.

– 6 de abril: Me avisan que llegarán más temprano.

– 6 de abril (más tarde): Los puertorriqueños -que insisten en hablarme en inglés- traen la lavadora. ¿La van a conectar?, les pregunto. Ellos echan un vistazo a la máquina, cerciorándose de que esté desconectada y después, como si nada, me avisan que no compré un cable necesario para la instalación.

Estoy a dos segundos de romperles la madre.

Se dan cuenta.

Mira, lo que podemos hacer, me dicen, (por primera vez en español) es usar el viejo cable para conectar la nueva lavadora, sólo que nosotros no podemos hacer eso, por políticas de la empresa, así que tiene que venir tu handyman a hacer el trabajo.

Le hablo al handyman. Conecta el viejo cable en la nueva lavadora (le toma un segundo; por suerte no fallece en el proceso). Los boricuas conectan la lavadora. Y se van.

Hoy: Lavo, por primera vez en dos meses, ropa en mi nueva lavadora.

Para que luego no me digan que los gringos siempre son eficientes.

– Daniel Krauze

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