Hola, Aloma:
¿Qué tal vas? Hemos quedado en hablar sobre el libro de Charmian Clift, Los buscadores de loto. Yo aún voy por la mitad, por el mes de junio. Me apetecía mucho leerlo en parte porque durante una época tuve la ensoñación de irme a vivir a una isla mediterránea, seguramente por haber leído a los escritores que cumplieron ese deseo. Normalmente anglosajones, me doy cuenta. Pensemos en ello. Del libro de Clift me gusta mucho cómo alterna la narración de la actividad con una especie de suspensiones del tiempo. En mitad del ajetreo que provoca cualquier actividad cotidiana en su isla griega, de las descripciones de los personajes, nos sorprende con unos fragmentos como ganados al tiempo, como si se liberase fugazmente de las imposiciones de lo cotidiano y captase aires antiguos, y estamos de golpe metidos en otro tono, y la sensación es la de que es capaz de comprender lo que está viviendo al tiempo que lo vive. He dicho “alterna”, pero debería haber dicho “extrae”. No son tonos distintos, independientes, sino solidarios. Si el trabajo de narración y descripción meticulosa de lo que tenemos a mano nos prepara para alcanzar epifanías, ella es uno de los mejores ejemplos. En parte es libro de aventuras y en parte poemas arrebatados. Es algo muy difícil, pero resulta muy natural. Creo que he estado un poco imprecisa. ¿A ti qué te gusta?
Besos,
B
Hola, hola:
No sé si te lo he dicho, pero juego con ventaja: este es mi segundo Clift. El año pasado leí Cantos de sirena: ahí comienza lo que sigue en Los buscadores de loto. El primero se fija un poco más en el paisaje, tiene algo de mirada hacia lo éxotico, que no es lo que más me guste en general. Creo que en Cantos hay un hallazgo un poco fortuito y en Los buscadores ya sabe dónde buscar. Me gustan tantísimo los dos que cada semana pienso que mi favorito es uno distinto.
Me gusta mucho la mezcla de humor y, no sé cómo llamarlo sin sonar muy cursi, una cierta entrega al discurrir de la vida, a los baños en el mar, las amistades, la conversación y el alcohol. (Creo que trasegaban mucho, se ve en el libro cuando ella cuenta que su marido se gasta parte del dinero que llega de adelantos editoriales invitando en la taberna.) Esa especie de balancín entre la preocupación por el dinero y el desprendimiento, o las servidumbres domésticas, que a veces son una lata y otras las lleva con alegría, me gusta esa mezcla.
Algunas frases, las buenas o muy buenas, me hacían pensar en ti cuando las leí: esta frase la podría haber escrito Bárbara. Por ejemplo: “Me siento sorprendida, de un modo algo distante, y al mismo tiempo bastante satisfecha de haber averiguado la razón tras los regalos de Chloe de cremas faciales y polvos y preciosos tarritos y frascos con la inscripción ‘Hace milagros’, y tras las sugerencias cotidianas de Dora de que haga algo con mi pelo”.
Un beso,
A
Aló:
Me alegra haberme colado entre las páginas de Clift o haber viajado a Hydra mediante tu evocación. Si no te parece mal, voy a referirme ahora al prólogo del libro. En parte también porque nos acabamos de enterar de la muerte de Sinéad O’Connor, y me ha parecido ver ciertas similitudes entre las dos, aun siendo diferentes, como la búsqueda empeñadísima de una vía para atajar el sufrimiento y honrar la vida, y con sus muertes, tan tristes, que quedan como la derrota final de una batalla que se advertía errada. El prólogo me pareció muy bueno para informarme de muchos detalles de la vida de Clift, pero sobre todo por cómo comprende y defiende su tenacidad a la hora de intentar montarse una vida que le satisficiera, que por lo visto se vio siempre, desde fuera, como un empeño condenado al fracaso que no podía acabar bien. Entiendo que Clift encarnó un destino casi arquetípico de la que se pasa de lista por tratar de hacer las cosas a su manera, y el final de todo eso no puede ser más que la tragedia, y funciona como un chivo expiatorio para la sociedad conforme consigo misma. Lo mismo que Sinéad O’Connor, con menos espectacularidad. Lo que es muy interesante aquí es que la autora del prólogo, Nadia Wheatley, fuese la nuera de Clift. Y aquí salen cosas nuevas, porque el hijo de Clift, Martin Johnson, murió tan joven como su madre, a los 43 años, de un ataque al corazón derivado de su alcoholismo. Aquí hay una semblanza de él que aún no me ha dado tiempo a leer, pero lo haré. Y entonces me acuerdo del documental de hace unos años, Marianne & Leonard: Words of Love, sobre la estancia de Leonard Cohen con Marianne Ihlen en Hydra, y de toda esa comunidad de amigos del matrimonio Johnson-Clift, que es un documental amargo donde quedan muy claras las injusticias sufridas por Marianne y también se le ven las costuras a Cohen, pero yo ahora quería recordar a los niños, a los hijos de toda esa comunidad, que también se ve que a pesar de haber tenido una infancia al parecer idílica, en una maravillosa isla mediterránea llena de libertad y estrellas de mar, muchos se quedaron muy tocados: mientras los padres vivían todas las fases de la aventura, desde el entusiasmo al desencanto, los niños estaban padeciendo unos conflictos a los quizá nadie tenía tiempo de hacer caso, y que por supuesto ellos mismos no podían aplacar bebiendo retsina en la taberna, no tenían herramientas para resolver. Es una cosa muy triste, y en el documental se veía, y cómo no asociar el alcoholismo y la muerte prematura de Martin con los de su madre. Que a saber adónde se remontaba. Y sin embargo cómo señala Wheatly los puntos luminosos.
Besos,
B
Hola:
No me di cuenta de que Wheatly era la nuera de Clift. Las malas lenguas dicen que se suicidó porque su marido iba a publicar una novela donde contaba infidelidades en la isla. Yo creo que tiene que ver con lo que dices tú. Si te fijas, en el libro hay bastantes pistas del empeño de Clift en estar bien. No sé por qué mes vas, cuesta mucho que el suicidio de ella no empañe la lectura: el libro es luminoso y muy muy divertido. Clift murió el día que Marianne Faithfull intentó suicidarse, recuerda Wheatly. Creo que al señalar esa coincidencia quiere decir que fue así, como podía haber sido al revés: las dos jugaban con fuego, estaban cansadas y gritaban ayuda.
Es curioso eso que comentas de los niños, y bastante frecuente: los niños necesitan límites y ese estado aparentemente idílico quizá no sea tan bueno. También está el idioma y la educación y ver a los adultos borrachos, etc. Tampoco sé cómo se sobrelleva que tu madre se enrolle con Leonard Cohen y que le dediquen una de las canciones más hermosas de la historia.
A veces, mi amiga A se burla de nuestro estilo de crianza –perdón, odio esta palabra– y dice que alguno de mis hijos será notario.
Te recomiendo que cuando termines Los buscadores de loto, si puedes, acudas a Cantos de sirena. Es el camino inverso, pero tiene gracia, yo creo.
Que estés bien,
A
Hola, Aloma:
Dicen que la vocación de notario nace entre los seis y los dieciocho meses, así que probablemente tu amiga acierte.
El loto y las sirenas: es todo de Ulises, claro, y sobre salir de viaje y volver a casa. Cuando voy por ahí en coche y veo tantas casas me digo “¡cuántas casas hay en el mundo y qué extraña casualidad que ninguna sea mía!”
¡Besos!
*Gatopardo ediciones ha publicado Cantos de sirena y Los buscadores de loto, de Charmian Clift con traducción de Patricia Antón.