Recordando a Jessye Norman

Con una presencia imponente y una voz sublime, Jessye Norman se consolidó como una de las más emblemáticas cantantes de ópera. Conversamos con tres expertos en la materia sobre su legado.
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La soprano estadounidense Jessye Norman falleció el pasado 30 de septiembre, a los 74 años de edad. Dueña de una voz potente que le permitía explorar diversos géneros, de música sacra a ópera, fue una de las cantantes norteamericanas más laureadas. En cinco ocasiones ganó el Grammy, cuatro por sus grabaciones y uno por su trayectoria, y en 2009 recibió de manos de Barack Obama la medalla Nacional de las Artes. Norman extendió el camino que Marian Anderson, Dorothy Maynor y Leontyne Price abrieron a las cantantes de ópera afroamericanas. Gracias a sus papeles protagónicos en obras clásicas como Carmen y Aída y a sus presentaciones en el Met, la Royal House y La Scala alcanzó fama mundial.

Con motivo de su partida, Eduardo Lizalde, Gerardo Kleinburg y Luis de Pablo Hammeken nos comparten sus recuerdos de la cantante.

 

Eduardo Lizalde

Jessye Norman fue la más grande cantante soprano dramática que había en el mundo, la más grande que hemos visto en México y en el extranjero. Fue una cantante extraordinaria de todo género, de materiales operáticos y no operáticos, de canciones populares y spirituals. Aunque en Wagner fue una especialista formidable, también cantó repertorio italiano y francés, como la Carmen de Bizet. Tenía esta versatilidad porque nació con unas facultades extraordinarias: un genio de cantante.

Independientemente de lo que hubiera hecho como figura política, aunque por supuesto fue una mujer muy liberal y defensora de las cantantes y la raza negra, Jessye Norman fue primordialmente una figura artística. Era una promotora incansable de la música, consideraba fundamental la educación musical desde la infancia. La música es sumamente importante para cualquier persona, para generar una sensibilidad que es necesaria en la sociedad, en ese sentido, Norman fue una figura para oír la vida.

 

Gerardo Kleinburg

Vi a Jessye Norman en varias ocasiones, pero recuerdo especialmente un recital en el marco del festival de Salzburgo. Había tanta demanda de localidades que tuvieron que poner sillas en el escenario. Yo tuve el privilegio de estar en una de esas sillas, la tuve a unos cuantos metros de distancia. Lo más impresionante de ese concierto es que al final salió ella sola, pensamos que para recibir aplausos, pero se sentó al piano y se empezó a acompañar ella misma tocando spiritual, que cantó a boca cerrada, ni siquiera tenía letra, simplemente vocalizaba. Cuando terminó íbamos a aplaudir, pero ella dijo con las manos: no, no hay aplausos. Se levantó y se acabó el concierto. Ese es el recuerdo personal que yo me quedo de ella.

Ahora, como una persona involucrada con la ópera, alguien que ha producido, escrito, enseñado, divulgado ópera, con lo que me quedo es con una artista e intérprete diferente. Yo creo que en casi cualquier disciplina están los buenos, los muy buenos, los mejores, los extraordinarios y luego están los diferentes. Jessye Norman, en más de un sentido, fue diferente. Su carrera de ninguna forma tiene que ver con la carrera tradicional o habitual. Fue una intérprete musical vocal más que una cantante de ópera. ¿Qué quiero decir con esto? Que ella escogía de una manera muy personal un repertorio que era difícil de entender para algunos. De pronto podía cantar un ópera razonablemente tradicional, como Carmen, pero sorprendía con Les Troyens de Berlioz, o podía cantar Erwartung de Schoenberg y después El castillo de Barbazul de Bartók, o hacía un Dido y Eneas de Purcell y a la vez un recital de canciones espirituales.

Eso en cuanto al repertorio que escogía y la manera en que se acercaba a la interpretación pero, por otro lado, en términos estrictamente vocales, Jessye Norman fue una cantante sui generis, una cantante que no se puede comparar con otra. Aunque me dedico a escuchar voces, es muy difícil para mí decir qué tipo de voz tenía Jessye Norman. Era una soprano dramática: sí; era una mezzosoprano: sí, era una soprano spinta: también. Podía abordar como contralto algunos pasajes o algunas partituras: sí. Era una cantante con un instrumento que le permitía cantar cualquier cosa. En el sentido más puntual de la taxonomía sonora, yo diría que era una soprano falcon, es un tipo de soprano muy extraño que viene del nombre de una cantante, Marie-Cornélie Falcon, y es un tipo de tesitura que está como encabalgado entre una mezzosoprano lírica y una soprano dramática.

Irónicamente, Jessye Norman fue criticada por hacerlo muy bien, con tal pulcritud y estudio, en cada uno de los rubros del canto: un solfeo inmaculado, una técnica vocal prodigiosa, una pronunciación alucinante en cada idioma, un cuidado de la interpretación musical absoluto.

En cuanto a otros aspectos de la interpretación, no me parece que Norman partiera de las condiciones dramáticas o psicológicas de un personaje o de un texto. A mí me parece, pero es una opinión personal, que Norman se acercaba al canto como música y como música al canto. De una manera absolutamente instrumental, se trata de una forma de aproximación única, que para muchos de los melómanos operísticos más tradicionales resultaba un poco extravagante, exagerada o sobreinterpretada, pero para la gente que se acerca desde una perspectiva más musical, un poco más docta, resultaba un milagro, una intérprete suprema e insuperable.

En México fue recibida como ídolo absoluto. No quiero decir que era una mujer obesa sino que era una mujer gigante, masiva en todo sentido, con una apariencia única y un atuendo inimaginable. No decíamos “mira, ya salió a cantar la señora”. Como muchos tenemos ese recuerdo, vale la pena mencionarlo, esa mujer de color, afroamericana, estadounidense, y con un vestido increíble que emulaba la bandera francesa, se convirtió en la República francesa nada menos que en el bicentenario de la Revolución, cantando La Marsellesa sobre un carro alegórico al pie del Obelisco en París. Ver a Jessye Norman era ver un monumento absoluto.

En el sentido político, fue una activista moderada, que abogó por las mujeres, por los que menos tienen, por las minorías. Salió de cantar el gospel en los templos de las iglesias estadounidenses del sur y llevó ese canto y esa música a las salas de concierto de todo el mundo. Estuvo involucrada con la educación, con los niños, con las mujeres. A propósito de la formación de públicos, porque yo también tengo un programa muy amplio de divulgación y enseñanza operística, con toda humildad digo que mucha más gente debería de estar haciendo labores para acercar la ópera al público y el público a la ópera.

Se nos escapa de pronto que la música es algo más que entretenimiento, más que un negocio, más que una fuente de empleo, es uno de los rasgos que nos hacen humanos. Lo decía Nietzsche: “la vida sin música sería un error”. Un ser humano que no se acerca a la música no es un ser humano. Pobre, intensa, popular, clásica, elaborada, tangencial, comercial, todos nos acercamos a la música, eso a veces se nos escapa: entender que cuidar a la música es cuidarnos a nosotros.

 

Luis de Pablo Hammeken

Jessye Norman fue una cantante de una generación de intérpretes, junto con Leontyne Price y otras, que lograron colarse en una forma de arte muy elitista, siendo mujeres y afroamericanas. Lo que representa un gran mérito. Hizo su debut en Tannhäuser de Richard Wagner en Berlín; aunque sí cantó algunas de Verdi, lo que la hizo más famosa fueron las Lieder, canciones alemanas de Mahler y Schubert. Tenía un registro de soprano dramática que es muy apropiado para eso. También interpretó algunas piezas de Mozart, en particular, es memorable su papel como la Condesa en Las bodas de Fígaro.

Norman se hizo famosa por interpretar un repertorio sobre todo alemán, que no es el más popular, como el italiano, que fue concebido desde su creación para ser popular. En el siglo XIX italiano los compositores escribían música para un público más amplio, mientras que los alemanes desde el principio componían para un público más culto, más de élite intelectual que social, digamos.

En esta línea, Norman no hacía mucho crossover, es decir, cantar música popular como ópera y viceversa, sino que usaba las herramientas y las habilidades de una cantante de ópera y las aplicaba para spirituals, en canciones como “Amazing grace”, por ejemplo, con un efecto muy impresionante y conmovedor.

Existe además una parte histriónica en la ópera. Es un género teatral, dramático. Norman es un ejemplo de alguien que cantó mucha música no escénica: música sacra, piezas que no están compuestas como obras de teatro musical. A pesar de que no estuviera interpretando un papel, Norman sabía ponerle mucho histrionismo e interpretación a lo que estaba cantando. Ahí radica su éxito, aunque no se tratara de teatro musical.

Con todo, no me parece que ella sea una buena puerta de entrada a la ópera por el repertorio que interpretaba, que es un poco difícil de entender para el público mexicano, en principio por el idioma mismo. El italiano nos resulta un poco más cercano, y Norman abordó pocos papeles de ópera en italiano. En cambio, su repertorio fue más sofisticado, ópera contemporánea, de Stravinsky, de Strauss y mucho Wagner, que requiere un nivel mayor de concentración. No se debe a ella como artista sino al repertorio que abordó que quizá no sea la mejor puerta de entrada para alguien que no está muy familiarizado con la ópera.

Al respecto, desde hace varios años la ópera ha estado asociada con la clase alta y por lo tanto la mayor parte de la población la percibe como un género muy difícil y ajeno. Quizás sería bueno que se le tratara con un poco menos de respeto y con un poco más de cercanía: eso le haría un gran favor a la ópera.

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