La predisposición de los aragoneses hacia el cine solo es comparable a la de los naturales del Cuerno de África hacia las carreras de fondo. La lista de ejemplos es inagotable. En esta afirmación de fácil comprobación empírica no hay ningún componente esencialista. Como demostró Félix Romeo, que soñaba con montar una sala de versión original en Zaragoza y protagonizó una película de Fernando Trueba, todos los escritores del mundo son aragoneses y eso vale también para los cineastas, porque el cine es una forma de escritura.
Si alguien alberga dudas, no tiene más que ponerse en contacto conmigo: puedo probar la aragonesidad de cualquier cineasta en tres pasos o incluso menos. Por poner un ejemplo, esta semana ha fallecido Teresa María, cantante y actriz de doblaje nacida en Garrapinillos, que puso voz a Julie Andrews en Sonrisas y lágrimas y Mary Poppins: así que no solo Julie Andrews sino también su difunto marido Blake Edwards son aragoneses, y una prueba adicional es mi frase favorita de la filmografía de este gran director y guionista: “Dios es un escritor de gags”, que pronuncia Josh Ritter cuando un tsunami lo derriba en Una cana al aire. Se trata de una de las mejores versiones de la clásica historia “De Zaragoza o al charco”.
Pero no hace falta recurrir a estas rigurosas operaciones de filiación para señalar el buen momento creativo, crítico y comercial del sector en la comunidad. Películas recientes muestran sensibilidades y formas de entender el medio muy distintas; también lo son las condiciones de producción, la ambición, los géneros practicados o la repercusión alcanzada. Este año el ayuntamiento de Zaragoza reconoce la trayectoria de algunos profesionales: tres directores, Paula Ortiz, Pilar Palomero y Javier Macipe, leerán el pregón en las fiestas del Pilar; les acompañarán en el balcón la directora de vestuario Arantxa Ezquerro, el actor Pepe Lorente y la directora y guionista Blanca Torres. La elección supone una clara mejoría con respecto a la grotesca decisión del año pasado, pero presenta elementos mejorables.
Pilar Palomero, Paula Ortiz y Javier Macipe son cineastas de enorme talento, con trayectorias y estéticas muy distintas. Cualquiera de ellos –y otros profesionales del audiovisual– merecería ser pregonero de las fiestas por separado, por su tesón, talento y brillantez, por haber contribuido a enriquecer el imaginario de la ciudad con una visión individual que ha conmovido a los espectadores.
Incluso un arte tan colaborativo e industrial como el cine es una manifestación de una mirada personal. El reconocimiento es valioso, pero ese enfoque colectivo/sectorial traslada un aire que oscila entre lo deportivo, lo folclórico y la feria de motor. Son jóvenes: sus mejores películas están por delante. Ellos y otros cineastas merecen también el reconocimiento de forma individual; esperemos que así ocurra en el futuro.