Cuatro décadas de London Calling

The Clash redefinió y ensanchó los parámetros del punk con este álbum de lucha, que no es ni nihilista, ni sombrío, ni azotado, ni claudicante.
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Para Antonio Ortuño, por supuesto.

Parece mentira, aunque es pura coincidencia y curiosidad histórica, pero el mismo 1979 en que salió a la luz el clásico London Calling de The Clash (“la única banda que importa”, le decían sus propagandistas más entusiastas), había iniciado en México con la primera visita del papa Juan Pablo II. Se hizo popular una versión de “Amigo”, de Erasmo y Roberto Carlos, en las voces de la estudiantina del Instituto Miguel Ángel y la rondalla infantil del Colegio México, que acabó en formato vinil y vendió millones de copias. Antes de que me crucifiquen, diré que no escondo una en mi colección.

El entorno musical, como siempre, era variopinto. 1979 fue el año de “Bad girls” de Donna Summer , “I will survive” de Gloria Gaynor, “Lo pasado, pasado” y “Si me dejas ahora” de José José, pero también de perdurables testimonios post punk y new wave de la talla del Unknown Pleasures de Joy Division, del Metal Box de PiL, del Entertainment! de Gang of Four, del Fear of Music de Talking Heads, y del Candy-0 de The Cars. En la escena punk mexicana Dangerous Rhythm (luego Ritmo peligroso) y Size hacían sus pininos. Fue también el año de The Wall, de Pink Floyd, el más exitoso y viajado regodeo en la neurosis de una pobre estrella de rock.

En tierras mexicanas, el gobierno de José López Portillo hacía gala de frivolidad, dispendio, corrupción, fallida y vergonzosa “administración de la abundancia” petrolera; había roto relaciones con la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua y más tarde apoyaría a los sandinistas. En Inglaterra arribaba al poder el régimen conservador de “la dama de hierro”, Margaret Thatcher. El Ejército Republicano Irlandés (ERI) daba golpes de extrema violencia y el destripador de Yorkshire sembraba el terror y ocupaba espacios en la prensa sensacionalista.

Este 14 de diciembre se cumplen 40 años de que el vitoreado álbum doble de The Clash saliera al mercado en el Reino Unido; en Estados Unidos se lanzaría en enero de 1980. Si opto por la abierta nostalgia y la franca confidencia, diré que tuve acceso a él gracias a mi querido amigo Sergio Alcocer, hijo de un padre consentidor que solía traerle discos de sus viajes. También revelaré que, aunque con el paso de los años entendí que la mayor riqueza de esta obra era su diversidad de estilos, su admirable actitud de “todo cabe, sabiéndolo acomodar”, en primera instancia hice una selección de tracks que grabé en un caset TDK (¡ah, la prehistoria!). Me incliné por los rockers. Insisto: los años me enseñaron que el poder y perdurabilidad del London Calling está en su nutrida gama de estilos. Como bien lo reitera el scenester, promotor cultural y cineasta Don Letts cada vez que le hacen hablar de este clásico y sus autores, con este álbum doble The Clash redefinió el punk. Yo diría que ensanchó sus parámetros. Y mostró de manera brillante lo que se vivía en Brixton y en diversos barrios londinenses: una febril mezcolanza de razas, culturas y estilos musicales. Este es uno de los mejores catálogos de punk, rock clásico, rockabilly, reggae, ska, pop y hasta unos guiños a la música disco en la irónica “Lost in the supermarket”.

Si uno se echa un clavado en las reseñas que se publicaron cuando apareció el álbum doble, hay términos que brincan una y otra vez: apasionado, vital, emotivo, épico. Puedo afirmar que eso fue lo que me gustó del London Calling y siempre me ha acompañado. Es un álbum de lucha. De frente en alto. De dar la batalla. Ni nihilista, ni sombrío, ni azotado, ni claudicante.

“El llamado de Londres a los pueblos lejanos”, a partir de ese grito de guerra y de los aullidos de Joe Strummer ya nada fue igual. Sí, la obra se me ha revelado con los años. Me ha mostrado más y más aspectos que aquellos en los que reparé a los 15 años de edad. Su brillante trabajo de producción me hace pensar en Guy Stevens como el quinto Clash, un Sir George Martin con problemas de abuso de sustancias y métodos de trabajo poco ortodoxos que la disquera CBS quiso vetar. En los legendarios demos de “The Vanilla Tapes” y las versiones finales de las 19 canciones se aprecia la formidable labor de Stevens (los arreglos de metales, por ejemplo, son sobresalientes).

Mucho de entrañable tiene para mí esta obra de colección. Siempre consideré la directa y furiosa “Hateful” como una queja beckettiana a un tirano ser superior, hasta que me enteré que era una crítica a la dependencia de las drogas duras. Siempre me gustó la presencia de Federico García Lorca en “Spanish bombs” y hasta me animaba a corear “yo te quiero y finito, o ma corazón”. Cuando le escuché a The Strokes una inspirada versión de “Clampdown” en su segunda vista a México, confirmé que no era el único que alguna vez había brincado con ella y me dio gusto ver pasar la estafeta a las nuevas generaciones. Otro aspecto que he revalorado con los años es el sencillo, certero y potente aguijón del bajo de Paul Simonon. ¿Y cómo no mencionar una vez más la memorable portada fuera de foco de la fotógrafa Pennie Smith? Pura y perenne iconografía rocanrolera.

Jamás vi a The Clash en vivo y hasta el día de hoy no me perdono por no haberme apersonado en la tocada de Joe Strummer and The Mescaleros en el Salón 21 chilango, el 2 de julio de 2002; seis meses después, el 22 de diciembre, a los 50 años de edad, el cantante y guitarrista moría en Inglaterra de un ataque al corazón. Entre las 19 piezas del London Calling, atesoro un himno que ha sido leal compañero por cuatro décadas, “I’m not down”. A veces lo entono en los estresantes embotellamientos de una ciudad áspera y furiosa. “He sido golpeado. He sido expulsado. Pero no estoy vencido. No estoy vencido”. Inhalo, exhalo y cedo el paso con mi mejor sonrisa.

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Ernesto Flores Vega (Huichapan, Hgo., 1964) es un melómano ecléctico. Ha ejercido el periodismo y la comunicación corporativa.


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