Foto: Twitter / Just Stop Oil

La belleza salvada

"¿Qué vale más, el arte o la vida?", preguntaron las activistas que arrojaron sopa de tomate a un Van Gogh. En la ecuación ecologista, el arte no pinta nada, salvo por la publicidad gratuita.
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Hace mucho que el arte ha sido objeto de ataques. Sin remontarme a la antigüedad, recuerdo a mis diez años de edad cuando mi madre me dijo que habían aporreado la Piedad de Miguel Ángel. No sé si fue la primera vez que escuché sobre tal obra de arte, pero sí que en casa se olfateaba que había ocurrido una desgracia. En primera plana, la prensa hablaba de un desequilibrado mental que “afirmando a gritos ser Jesucristo arremetió a martillazos contra una de las grandes obras de arte de la humanidad”.

La Stampa publicó ese día el encabezado: “A martellate un pazzo in San Pietro sfregia la Pietà di Michelangelo”. La crónica dice que el hombre gritaba “Cristo é risorto”. Quizás aprendió a pronunciar la frase sin conocer bien su significado, pues en otros medios se dice que el vándalo László Tóth, originario de Hungría, no hablaba italiano.

Aquí la estupidez del señor Tóth se evidencia porque supuso que Cristo, tan pronto volviera de entre los muertos, no tendría cosa mejor que hacer sino dirigirse al Vaticano para dar de martillazos a la figura de su madre dolorida. Además, según he leído, Cristo ya resucitó hace dos mil años y se elevó a los cielos y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos sin que le corra prisa por hacerlo.

Ya entrado en lecturas de La Stampa, me topo con un encabezado de septiembre de 1991: “Un pazzo sfregia il David di Michelangelo”. Aquí el daño no fue tan grande, pues empequeñecido el vándalo por la altura del pedestal, apenas pudo magullarle el dedo gordo del pie como ataque de gota.

También tenemos el caso del inglés que disparó un escopetazo contra el hiperbello dibujo de La Virgen y el niño con Santa Ana y San Juan Bautista, de Leonardo da Vinci. Aquí el encabezado fue: “Folle spara su un Leonardo”.

Veo que en los primeros dos encabezados se tildó al destructor de pazzo y en el otro de folle. Según un antiguo dizionario, un pazzo es un hombre oppresso da pazzía. Lat. insanus, mente captus. Mentecato, pues. Y de ahí no salimos, pues el mismo diccionario aclara que folle significa pazzo.

Hoy se les llama activistas.

Me llamó la atención que las personas que hace unos días emporcaron el Van Gogh mostraran la Heinz Tomato Soup como si fuese un comercial. “El tomate Heinz”, rezaba un anuncio de los años treinta, “no es anónimo. De hecho es el aristócrata de Tomatilandia y presume los más distinguidos antepasados en el reino vegetal.”

Supongo que el ataque al Van Gogh no fue una maniobra contra la sopa Campbell’s de Andy Warhol.

La pregunta de la pomodórica activista “¿qué vale más, el arte o la vida?” pretende imponer un dilema de asaltabancos, sin embargo es tan simplona que ni siquiera tiene sentido. Lo que preocupa es que el debate se rebaje a tal nivel. En la ecuación ecologista el arte no pinta nada, salvo por la publicidad gratuita y por el tiro que los propagandistas se dan en el pie.

Y por cierto, hay muchos artistas que han dado su vida por el arte.

Al director del museo Thyssen-Bornemisza le hicieron una pregunta igualmente vacía sobre salvar algún animal o un cuadro en caso de que el museo se incendiara. “Heine decía que si tuviera que salvar una obra de arte muy valiosa o un perro, salvaría al perro… Cuando se trata de elegir entre algo verdaderamente vivo y una obra de arte por maravillosa que sea, pero que al fin y al cabo es un objeto, no hay ninguna duda.”

Sospecho que Heinrich Heine nunca dijo tal cosa. Además, tengo aquí un par de reservas. La primera es que sea un director de museo quien le llame “objeto” a una obra de arte. Quizás un sartén o un enchufe eléctrico o incluso un mingitorio sea un objeto, ¿pero una obra de arte? Verdad es que “objeto” se define como “lo que se percibe con alguno de los sentidos”, pero los que padecemos escalofríos y sabemos temblar y hasta llorar delante de ciertas obras de arte entendemos que ahí existe algo espiritual que trasciende la mera percepción.

No sé qué signifique “verdaderamente vivo”. Hay bichos que devoran pinturas. Roedores que las atacan. Un museo ha de combatir esas plagas “verdaderamente vivas”. El perro que yo salvaría si se incendia el Museo del Prado es El perro de Goya.

Leí que en España las autoridades sacrifican a más de trece mil perros y gatos al año. Para ciertas personas eso equivale a la carbonización total del Museo del Prado.

Las lluvias torrenciales en la Toscana en 1966 provocaron la inundación de Florencia y la muerte de más de cien personas, pero la historia no recuerda tanto esas muertes como la pasión con la que los llamados angeli del fango llegaron por miles desde diversas partes de Italia y del extranjero a rescatar el patrimonio artístico y cultural. Fue una juventud maravillosa que trabajó amorosamente por rescatar el arte, sin los eternos rostros de encono que se gastan hoy los activistas. Aquellos jóvenes de los años sesenta amaban el arte porque amaban la vida.

Hace seis años se montó en el Palazzo Medici Riccardi de Florencia una exhibición llamada La Bellezza Salvata, con buena parte del arte y libros rescatados en esos días y restaurados a lo largo de cincuenta años desde la inundación. Para evitar cualquier embrollo ético, tengo entendido que no se les permitió la entrada a los perros.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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