Foto: I, Sailko, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons

El dedo del palafrenero

La relación entre la palabra “candidato” y los blanqueadores es la primera parada de un recorrido por ciertas costumbres políticas que parecen imperecederas.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Ahora que tanto se habla de candidatos, es bueno recordar que esa palabra tiene su raíz en la toga muy blanqueada que vestían los antiguos romanos que aspiraban a un puesto público, la llamada toga candida.

En aquel entonces, la ropa no iba cambiando según la temporada comercial, sino que estaba hecha para durar hasta que se deshilachara; y se leen historias de candidaturas venidas a menos porque la toga de un aspirante a cierto puesto no era lo suficientemente blanca.

Cualquier abuela sabe cuán difícil es mantener la blancura. Allá en mi infancia, cuando pasaba el ropavejero voceando “ropa percudida que venda”, buena parte de su comercio estaba hecho de ropa blanca que ya pasaba a ser pajiza. Casi toda la ropa interior era blanca, y si por alguna razón los niños teníamos que mostrarnos en calzones, quizás por una inesperada alberca, aquéllos con trusas carentes de blancura se convertían en motivo de burla, que se volvía escarnio para la madre.

Entre los antiguos romanos, la ropa blanquísima debía llamar la atención. Eran tiempos en que no existía el cloro ni los detergentes. Cuentan quienes investigan estas cosas que se utilizaban como blanqueadores tierras de batán y orina rancia, de modo que la urea se hubiese descompuesto en amoniaco o amoníaco, que Ajax llama amonia.

Uno de los grandes milagros en la vida de Jesús es el que conocemos como “la transfiguración”. Ocurre cuando se le aparecen Moisés y Elías, y de una nube baja la voz celeste para decir, según la traducción: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, “Este es mi Hijo amado, en el cual tomo contentamiento”, “Este es mi Hijo amado, a quien he elegido”, “Este es mi Hijo muy amado, quien me da gran gozo”, “Este es mi Hijo amado con el que estoy muy contento”, “Éste es mi Hijo, yo lo amo mucho y estoy muy contento con él”.

Las dos primeras versiones están lejos de escucharse en la cotidianidad. Un padre no suele decir que en su hijo tiene complacencia o “mijo, en ti tomo contentamiento”. Acaso en la radio sigue existiendo la hora de las complacencias.

Momento tan excelso como la transfiguración no podía consentir una túnica sudada, ajada, empolvada, manoseada, con manchas de pescado y lentejas, de modo que sus ropas fueron candidateadas. Marcos nos cuenta: “Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos”.

Ya no estaría tan blanca la túnica cuando los soldados romanos se la quedaron a la hora de la crucifixión. Era, por cierto, una túnica fina, bien elaborada, pues nos cuentan los evangelios que no tenía costuras, sino que la habían tejido en una sola pieza. Varios santuarios claman tener esta túnica y, para ganarse más peregrinos y limosnas, se inventan que la tejió la propia madre de Dios.

Ya que la historia dice que “los soldados se tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado”. Hay que especular cómo iba vestido el Nazareno. Se puede suponer que entre las cuatro partes llevaba, en lenguaje actual, un cinturón, un chal, el manto de “¿quién ha tocado mis vestidos?” y los huaraches, que más decorosamente se llaman sandalias.

Otra prenda importante para los candidatos es el coturno. Conocemos bien de candidatos de un partido que se pasan a otro si no obtienen el hueso. Jenofonte escribe sobre un político que abanderaba la democracia cuando corrían vientos favorables, y tomaba la causa oligarca cuando soplaban los contrarios. “De aquí, sin duda, es apodado «coturno». Pues el coturno parece adaptarse bien a ambos pies”.

No existe el verbo coturnear, aunque muchos políticos coturneen.

Isócrates, famoso orador, lo dice con cantinflismo: “A Terámenes se le llamaba el «Coturno». Fue llamado el «Coturno» por lo siguiente: el coturno es un zapato que sirve tanto para las mujeres como para los hombres y va bien tanto al pie derecho como al izquierdo. En resumen, sea por la primera razón o por la segunda, Terámenes fue llamado el «Coturno» debido a sus maneras afables, igual que el coturno se adapta fácilmente al pie derecho y al izquierdo, a los hombres y a las mujeres y no sirve sólo para un pie”.

El coturno era un calzado con plataforma que introdujo Esquilo en el teatro para darles a los actores mayor estatura y dignidad. Séneca compara a los altos funcionarios con actores que “en presencia del público caminan engreídos sobre sus coturnos; tan pronto salen de la escena y se descalzan vuelven a su talla normal. Ninguno de esos individuos, a los que riqueza y cargos sitúan a un nivel superior, es grande. Entonces, ¿por qué parecen grandes? Los mides unidos a su pedestal”.

Un candidato busca mayor estatura y dignidad, pero también se empequeñece y humilla. Calza y descalza sus coturnos porque, igual que en el futbol, lo mismo vale un voto con la cabeza que con los pies.

También hemos visto que algún candidato pierde fuerza por un comentario desafortunado. El ejemplo más antiguo del que puedo echar mano lo cuenta Valerio Máximo. Dice que “cuando el joven Escipión presentó su candidatura a edil curul, al estrechar con fuerza la mano de un hombre, endurecida por las labores del campo, le preguntó en tono de broma si solía caminar sobre sus manos. Cuando estas palabras llegaron a oídos del pueblo, fueron la causa de que la candidatura de Escipión fracasara”.

Es un ejemplo de esa sensibilidad que creemos muy contemporánea y sin embargo parece tener más de dos mil años, pues explica Valerio Máximo: “Todas las tribus rurales estimaron que les echaba en cara su pobreza, y descargaron toda su cólera contra aquella afrentosa galantería”.

Quizá la elección más célebre de la historia fue la de Darío, el rey persa que habría de ser derrotado en Maratón. Siete candidatos al trono acordaron que habría de gobernar aquel cuyo caballo primero relinchara. Mientras seis de ellos esperaron el favor de la fortuna, el palafrenero de Darío hizo un pequeño truco. “Metió los dedos en las partes genitales de una yegua y, al llegar al lugar prescrito, los acercó a los ollares del caballo. Incitado por aquel olor, el animal soltó un relincho antes que ningún otro”.

La historia no siempre ha condenado la maña; al contrario, causa admiración. Veremos, entre la caballada, cuál relincha primero, sea por fortuna, por sufragio o por el dedo del palafrenero. ~

+ posts

(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: