Ilustración: Letras Libres. Fotos: Georges Seguin (Okki) / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0) // Ferran Cornellà / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)

El jefe de la aldea ha muerto

Albert Uderzo creó, con las modestas herramientas del dibujante y la ayuda de su mejor amigo, René Goscinny, al más universal ícono pop de la cultura francesa.
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“La vida de un dibujante es muy emocionante de una manera extremadamente aburrida”, decía Ernie Bushmiller, creador de Periquita (Nancy, en su idioma original). La de Albert Uderzo (1927-2020) es un ejemplo de ello.         

Nació en Francia entre las dos grandes guerras, en el seno de una familia de migrantes italianos. Su biografía es similar a la de muchos historietistas: una niñez en un entorno modesto –su padre era carpintero– en la que muy pronto brilló su habilidad para el dibujo. Problemas con el sistema educativo, donde solo destacó en el área artística. Un temprano enamoramiento con los cómics norteamericanos que leía en el periódico. Curiosamente –esto lo sabría en su pubertad– era daltónico.

En cuanto completó su educación formal quiso seguir los pasos de su hermano mayor en la aeronáutica, que, al igual que la automovilística, le fascinaría toda la vida. También trabajó con su padre como carpintero. Sin embargo la vocación se impuso y, ya siendo un joven adulto, logró colocarse como dibujante profesional, creando varios personajes solo o en colaboración con algún guionista.

En 1951 conoció a René Goscinny, también dibujante e ilustrador. Goscinny, parisino de origen polaco judío, creció en Argentina y vivió un tiempo en Nueva York, donde hizo amistad, entre otros, con Harvey Kurtzman y Bill Elder, creadores de la revista MAD.

Entre René y Albert nació una amistad instantánea que se convertiría en la mancuerna creativa más importante de la historia del cómic europeo, acaso comparable sólo con la de Stan Lee y Jack Kirby, al otro lado del Atlántico. Aunque, a diferencia de la relación entre sus colegas norteamericanos, que siempre fue tensa, Goscinny y Uderzo vivieron una de las más bellas historias de amor fraterno que haya conocido el mundillo de la historieta.

Si bien ambos eran jóvenes veteranos de la bande desineé, con varias creaciones como la serie Tanguy et Laverdure, dibujada por Uderzo y escrita por Jean-Michel Charlier, y el cómic de vaqueros Lucky Luke, escrito por Goscinny

((Goscinny terminaría abandonando el dibujo para concentrarse en el guionismo. Otras de sus obras son Iznogud, ambientada en el mundo árabe de Las mil y una noches, dibujada por Jean Tabary, y la espléndida serie de cuentos infantiles del Pequeño Nicolás, ilustradas por Jean-Jacques Sempé.
))

y dibujado por Morris, su afinidad personal los animó a trabajar en mancuerna.

Su primera creación conjunta fue Oumpah-pah el piel roja, un western, género de gran moda a finales de los años cincuenta y hoy complemente desteñido. Fue la conjunción del destino, la fortuna y la serendipia lo que los animó a crear una serie nueva, protagonizada no por un cowboy, sino por un guerrero galo de tiempos precristianos.

Esta aventura les fue comisionada para la naciente revista Pilote

((A diferencia de otras publicaciones de historieta competidoras, dirigidas a un público infantil, Pilote estaba pensada para un público juvenil.
))

en 1959. En aquellos años las historietas francesas se publicaban primero en revistas antológicas como Spirou o Tintin, ambas epónimas de sus personajes protagónicos, y solo cuando tenían éxito se recopilaban en forma de álbum. Por ello es que el término novela gráfica resuena poco entre los europeos: sus cómics tienen presencia en las librerías hace décadas.

La consigna del editor François Clauteaux fue crear un personaje que proviniera de la cultura francesa, alejado de los superhéroes norteamericanos “o de ciertos reporteros que pudiera uno mencionar”, haciendo referencia a Tintín. En palabras de Uderzo, la concepción de Astérix ocurrió a la mejor hora posible del día: la del aperitivo.

Acaso alimentado por el nacionalismo francés, el debut, en 1959, de Astérix el galo fue un éxito entre los lectores. Protagonizada por el titular y su amigo Obélix, la historia es conocida hasta por quienes jamás la han leído: en el año 50 antes de Cristo, después de la rendición del líder insurgente Vergincetórix, el dominio de Julio César se extiende por toda la Galia, con excepción de una aldea bretona cuyos habitantes adquieren fuerza sobrehumana gracias a la poción mágica preparada por el druida, Panorámix.

((El robusto Obélix no puede beberla, pues cayó en un perol en el que la preparaba el mago cuando era pequeño, lo cual lo llena de frustración.
))

Desde esa primera aventura, sus autores habrían de pitorrearse del nacionalismo de todos sus países vecinos y varios lejanos, siendo Italia y el Imperio Romano su principal víctima. Curiosamente, los galos siempre salen vencedores. Punto para el chauvinismo francés. Ello no les exenta del autoescarnio: la aldea gala y sus habitantes conforman un microcosmos en el que se refleja con gran ironía Francia entera: desde el bonachón pero ingenuo jefe Abraracúrcix hasta el antipático bardo Asurancetúrix. Es de hacer notar, y esto ha sido motivo de agrias críticas, la ausencia de personajes protagónicos femeninos. En el universo de Astérix, las mujeres fungen de amenazantes femmes fatales, como Cleopatra; objetos de un deseo casi infantil, como la bella Falbalá; o depositarias de un humor acusado de machista y misógino, como Karabella, primera dama de la aldea y las demás esposas de sus habitantes.

Análisis aparte –cabe destacar que Goscinny y Uderzo se cuidaron toda la vida de no mostrar simpatía política por la derecha ni la izquierda francesas–, la serie se convirtió en un éxito editorial sólo comparable con la serie Tintín, creada por el belga Hergé en 1929. Hasta hace pocos años, se calculaba que los álbumes de Astérix, editados por Dargaud, habían vendido más de 370 millones de ejemplares en 110 lenguas y dialectos.

Astérix escaló rápidamente de ser una serie de cómics de aventuras a convertirse en uno de los símbolos nacionales de Francia. El pequeño galo y sus amigos son auténticos embajadores culturales franceses.

Desde el tercer mundo, emociona ver a un personaje de historieta valorado de esa forma, pues la historieta autoral mexicana no solo está apenas alcanzando su pubertad, sino que aún es vista como una artesanía menor. (Recuérdese si no la controversia suscitada cuando el Servicio Postal Mexicano lanzó una estampilla con la imagen de Memín Pinguín.) El cómic mexicano y sus lectores tienen consigo mismos la deuda pendiente de producir un personaje tan trascendente y simbólico en el contexto nacional.

Sin embargo, tan bella historia de amor estaba destinada a tener un final triste. En 1977, tras haber coproducido con Uderzo veinticuatro álbumes (curiosamente, los mismos que dibujó Hergé de Tintín), Goscinny murió de un infarto a los 51 años de edad.

Fue un golpe durísimo para Uderzo. Los autores no ocultaban su proyección en los personajes que habían creado. Astérix era Goscinny, el líder carismático, pródigo en ardides, y Obélix era Uderzo, su corpulento y bonachón sidekick. A la muerte del guionista, las especulaciones sobre el fin de la serie no tardaron en llegar. Pero Uderzo siguió adelante, asumiendo la responsabilidad de guionista. Durante veinte años persistiría en solitario, produciendo siete libros más.

A partir de La gran zanja (1980), su primer álbum “solista”, Uderzo publicaría los siguientes libros bajo su propio sello, Éditions Albert-René, e iniciaría, asesorado por sus abogados y junto a la viuda y la hija de Goscinny, una amarga disputa contra Dargaud por el pago de derechos de autor, que no terminaría de resolverse en tribunales sino hasta 1994, año en que la editorial perdió los derechos sobre los personajes.

Objetivamente, los álbumes de Uderzo muestran una madurez gráfica simultánea a una aridez literaria. Ello no mermó su popularidad, pues logró compensar la agudeza de Goscinny con un sentido del humor simple, cercano al slapstick. No obstante, los fans reconocen un declive cualitativo desde la muerte del guionista.

Sin reparar demasiado en críticas, Uderzo continuó con su labor creativa, publicando un álbum nuevo más o menos cada tres años. Continuó así hasta consumir su madurez.

La vejez del dibujante no estaba destinada a carecer de emociones agridulces. Uderzo colocó a su hija única, Sylvie, como jefa de comunicaciones de Éditions Albert-René. Con los años, la mujer escalaría hasta la dirección general, solo para ser corrida por su padre, quien decidió en ese momento vender su parte de la empresa al gigante editorial Hachette Livre.

Los Uderzo se enfrascaron en una cruenta batalla legal, Albert y su esposa de un lado, su hija y su segundo esposo, Bernard de Choisy, del otro. Queda claro que el interés de ambas partes era hacerse del control de un negocio multimillonario, que abarca, además de los libros, quince adaptaciones cinematográficas, miles de productos en merchandising y hasta un parque temático (Parc Astérix) visitado por dos millones de personas al año.

El pleito, que se ventiló ampliamente en los medios franceses, terminó en 2014 cuando, tras más de un lustro de litigios, llegaron a un acuerdo.

Imposibilitado para seguir dibujando al ritmo agobiante que le demandaba la serie, el viejo Uderzo echó mano cada vez más de la ayuda de asistentes. Pese a haber expresado durante años su oposición a que las aventuras de Astérix continuaran tras su muerte, terminó por delegar la tarea en un nuevo equipo creativo, conformado por el guionista Jean-Yves Ferri y el dibujante Didier Conrad, bajo la asesoría del propio Uderzo. La nueva etapa de Astérix ha sido recibida con entusiasmo por los lectores.

Hacia el final de su vida, Uderzo era el más destacado autor vivo de la gigantesca tradición del cómic franco-belga, que incluye a autores como los ya mencionados Hergé y Goscinny, así como a Jean Giraud “Moebius”, Enki Bilal, Jacques Tardi, Marcel Gotlib, Philippe Druillet, Jacques de Loustal, Claire Bretécher, Marjane Satrapi, Jean-Claude Meziéres e Yves Chaland, entre muchos otros, considerados en su país creadores de la misma valía que cualquier cineasta o literato.

Albert Uderzo murió el 24 de marzo de 2020 de un ataque al corazón. Tenía 92 años. Irónicamente, fue su yerno, Bernard De Choisy, durante muchos años su peor enemigo, quien dio la noticia al mundo. Puntualizó que el deceso no se debió a la pandemia del coronavirus.

Al momento de desaparecer Uderzo tenía fama y fortuna hasta lo obsceno, acaso sólo comparables con la de Charles M. Schulz, creador de Snoopy. Y acaso merecidas: no es poca cosa haber creado desde su restirador, con las modestas herramientas del dibujante y la ayuda de su mejor amigo, al más universal ícono pop de la cultura francesa.

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es novelista y narrador gráfico.


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