Entre agosto y noviembre de 2016, Enrique Krauze escribió y pronunció una frase que tuvo eco en varios espacios, después de que el gobierno mexicano, en lugar de rehusarse a dialogar con quien lo amenazaba, dio trato de jefe de Estado a un político caracterizado por su racismo y su desprecio a la verdad, que había denigrado los mexicanos expresándose peyorativamente del país.
“A los tiranos no se les apacigua, a los tiranos se les enfrenta” —decía Krauze—. No hay más alternativa que enfrentarlos, no atacarlos o insultarlos, sino responder con los recursos diplomáticos, legales, económicos y morales que tenemos a nuestro alcance.
No es casual que Winston Churchill haya definido al apaciguador como “alguien que alimenta a un cocodrilo esperando ser comido al último”. Tres días en mayo, obra del dramaturgo inglés Ben Brown habla precisamente de él y de su altura política. Se ubica en mayo de 1940, cuando Francia ha sido derrotada por Hitler y en el Gabinete de Guerra británico se discute la firma de un acuerdo con Mussolini, una paz ficticia en la que Italia pondría un precio por mantenerse fuera de la guerra y servir como mediador con Alemania.
El armisticio representaba para Francia ceder Córcega, Túnez y Argelia; para la Gran Bretaña, entregar Gibraltar, Malta y el Suez. El exprimer ministro Neville Chamberlain y el secretario de Asuntos Exteriores, Edward Halifax, creían ingenuamente que Hitler aceptaría los términos de un acuerdo que los salvaría de los horrores de la guerra en la que combatirían en desventaja, mientras se engañaban con que el Führer les permitiría conservar su independencia.
Para Churchill, Munich les había enseñado una dolorosa lección: La palabra de Hitler no valía nada. Francia y Gran Bretaña habían cedió a Alemania la región checoslovaca de los Sudetes, con lo que conjuraba la posibilidad de una guerra. Seis meses después, Hitler rompió el acuerdo e invadió Checoslovaquia.
Era evidente para él que Alemania quería tenerlos completamente a su merced. Consideraba absurdo pensar que al hacer la paz con Hitler obtendrían mejores condiciones que enfrentándolo y combatiéndolo, así solo pudieran resistir tres meses. Es entonces que el protagonista de Tres días en mayo (Sergio Zurita en el montaje) resume en una frase su rechazo a transigir, a ir en contra de su conciencia y de todo aquello que defendía: “Las naciones que caen luchando vuelven a levantarse, pero las que se rinden mansamente están acabadas”.
Los tres días a los que se refiere el título de la obra, el 26, 27 y 28 de mayo, Churchill se reúsa a abandonar su pasión, de la misma manera en que un leopardo no puede renunciar a sus manchas. Confía en que la gente digna peleará para defender su suelo a tal punto en que mujeres y niños tomarían cuchillos de cocina para hacer frente a los invasores.
Tras la capitulación de Francia, los británicos enfrentaron solos a Hitler. Con su liderazgo y su libertad, el primer ministro británico logró el milagro. La Fuerza Aérea, la Royal Navy y un ejército de pescadores en pequeñas barcazas, junto a 225 mil soldados rescatados en Dunkerque, impidieran al tirano pisar Londres.
Detrás de esta historia hay una idea que resuena: el ejercicio ético de la política. En México se perdió la oportunidad de responder a los ataques e insultos, originados en el prejuicio de quien hoy es Presidente de Estados Unidos. Se capituló ante el agresor para no “hacerle el juego”; se le veía tan lejos de lograr su objetivo que se prefirió “reírse del payaso antes que analizar y condenar al autoritario populista”.
En Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt distinguía entre el populacho y el pueblo. Explicaba que mientras el pueblo en todas las grandes revoluciones lucha por la verdadera representación, el populacho siempre gritará en favor del hombre fuerte, del gran líder. Sucedió en Estados Unidos y puede repetirse en México, donde se confunde al pueblo con el populacho, a cuyos líderes se les convierte en héroes salvadores de la patria.
Tres días en mayo detona estas y otras reflexiones, particularmente cuando repara en las escasas veces en la historia que el destino del mundo ha dependido tanto de la voluntad de un hombre —en este caso Churchill —, evidenciando que los liderazgos de hoy no están a la altura. ~
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).