Entrevista a Agustín Fernández Mallo: “La opinión pública es un dogma contra el que es imposible rebelarse”

El ensayo 'La forma de la multitud' es un libro enjundioso que parte de una idea que se expande: el capitalismo es en realidad un espectro con tres manifestaciones.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

La forma de la multitud (Galaxia Gutenberg), con el que Agustín Fernández Mallo obtuvo el I Premio de Ensayo Eugenio Trías, pertenece al ensayo en cuanto al género, pero el método de pensamiento, la estructura que sigue, es poética: usa la metáfora, la imagen y recurre a la física para fabricar las imágenes con las que plantea hipótesis sobre la identidad del ser humano que afectan a todos los aspectos de la vida, desde la política al sexo. Es un libro enjundioso que parte de una idea que se expande: el capitalismo es en realidad un espectro con tres manifestaciones.

La idea-paraguas del libro es que el capitalismo es un espectro con tres dimensiones: la monetaria, que es la visible y la que conocemos; la infinitesimal y la antropológica, que ofrece una visión del ser humano en un sentido global. Propone casi un sistema filosófico a partir de eso.

En efecto, existe el capitalismo monetario, que es al que comúnmente llamamos capitalismo, que es el visible, y después existen otros dos no visibles directamente pero existentes y dotados de más fuerza incluso. Lo que llamo capitalismo de tiempo infinitesimal es una forma de capitalismo que opera en tiempos muy cortos –de ahí lo de “infinitesimal”–, y es el capitalismo que se vale de las transacciones que, en nanosegundos, diferentes bots en las redes hacen con nuestro datos sin que nosotros podamos controlar esos tiempos tan cortos, transacciones de las que el mercado obtendrá rendimientos económicos. El humano se enfrenta ahí a una escala de tiempo que el cerebro no puede abordar, se nos escapa. Es un capitalismo netamente nuevo.

El capitalismo antropológico se sustenta en una característica ontológica del ser humano: su imperfección, la idea de la falla. Por eso, explica, siempre hay un intercambio, puede ser a través del arte, del amor, del sexo o de la religión.

El capitalismo antropológico es justamente lo contrario al infinitesimal: opera en tiempos tan largos que casi hemos olvidado que existe. La tesis aquí es la siguiente: el ser humano es un ser incompleto, al ser humano, desde siempre, le falta algo, y ese algo que le falta nunca puede ni podrá ser llenado. No obstante, a fin de suplir esa falta, de llenar ese vacío, construimos “prótesis de la falta”, aunque sea una prótesis de un miembro que nunca existió. Establecemos así intercambios básicos con nuestros entornos, y como intercambios que son, son economías no monetarias –de ahí lo de llamarlo capitalismo–. Por ejemplo, ¿qué es una religión sino la construcción de un sistema imaginario al que damos algo para a cambio recibir algo? Obviamente, eso es una economía, en este caso una economía simbólica. En la construcción de esas prótesis es en lo que se nos va la vida. Todo lo que hacemos, todo lo que construimos –sistemas políticos, ciencia, arte, religiones, etc.– no son otra cosa que intentos de suplir esa falta, que como es inherente al humano, jamás se llenará, y eso es lo que garantiza que todas esas economías –intercambios con nuestros entornos– no cesen nunca. Son infinitamente extractivos. La más potente prótesis sustitutiva de la falta que ha creado el ser humano es el lenguaje, que es un mecanismo complejo dotado de un lado imaginativo y metafórico, que es la base de las artes y de las ciencias.

Ver el capitalismo como una religión no es una idea original suya, lo que sí añade es el matiz de que es una religión anárquica, sin fin ni principio.

Tal como yo lo veo, el anarquismo no tiene que ver con el marxismo sino con el capitalismo. Es algo que de algún modo apuntaron tanto Pasolini como Walter Benjamin. Es decir, el mercado capitalista es una suerte de anarquía organizada, sin principio rector bien claro y bien establecido. De ahí que el capitalismo, y al contrario que otras religiones clásicas en Occidente tales como el cristianismo o el comunismo, no sea utópico: puede que el capitalismo tenga un principio, pero es un principio en el que no existen unas bases que prefiguren su programa futuro, es decir, es un movimiento infinitamente expansivo y no utópico. Y llevado a su extremo, anárquico. Aunque, ojo, no arbitrario. Dicho de otro modo: el capitalismo tiene más que ver con las teorías de los sistemas complejos que con las teorías deterministas. Y aunque el capitalismo sea esencialmente no utópico, a su vez crea sus propias utopías, por ejemplo, el libre mercado total, la cero regulación de los mercados, situación que jamás se ha visto en parte alguna del planeta ni se verá, y que se trata de un sistema económico imaginario.

El capitalismo, como la religión, necesita la fe. ¿En qué sentido?

Claro, fe en que el dinero que posees tiene el valor que dice tener. Fe en que el billete que tienes en el bolsillo valga lo que el papel dice. Fe en que el dinero que tienes en el banco esté realmente en el banco –que, obviamente, no está físicamente–. En este sentido, las religiones clásicas eran más rústicas pero más sólidas. Por ejemplo el cristianismo y el comunismo: ambas guardan reliquias materiales –el brazo incorrupto de Santa Teresa, el cuerpo embalsamado de Lenin, etc.–, porque saben que toda fe necesita de una referente material para, en caso de “crisis de creencia”, ser creíble ante la población. Sin embargo, el capitalismo, desde que abandonó el patrón oro como referente externo del dinero, fundamenta su valor en la fe; es más, no solo nos pide fe, sino que es la fe misma, y los bancos son los verdaderos templos, las iglesias en las que tal fe es guardada y administrada. Del mismo modo que la fe católica te conmina a creer que el cuerpo de Cristo está en el sagrario, la fe capitalista te conmina a creer que tu dinero está, de cuerpo presente, en el banco o en algún lugar diseminado por el planeta. La tarjeta de crédito en realidad es tarjeta de fe. Bueno, en realidad el dinero siempre ha sido un crédito, “acredito que este trozo de papel vale 20 euros”, dice el banco central de un país. Y crédito viene de creencia, de una fe.

La forma de la multitud es un ensayo sobre la identidad, que ahora anda dispersa, difusa y multiplicada. Dice que vamos dejando por ahí datos de nosotros mismos sin darnos cuenta y de los que siempre hay quien obtiene beneficio.

Sí, es por ello que ahora mismo hay cientos de Agustines Fernández Mallo circulando por el espacio internauta, hechos con retales de mí, probablemente haciendo cosas que yo nunca he hecho ni jamás haría, y a todo eso lo llamo identidad estadística. Cada uno tenemos una legión de fantasmas elaborados con estadísticas de nuestros datos, y legos personalizados en modelos big data que constituyen una nueva dimensión espacial, una nueva naturaleza a la que no tenemos acceso directo. Es en esa nueva naturaleza espacial en la que opera lo que antes he llamado el capitalismo de tiempo infinitesimal. Operaciones con nuestros “yoes estadísticos” en tiempos infinitamente pequeños.

¿Qué sucede con la opinión pública?

Ocurre que es una suerte de religión, es un dogma contra el que es imposible rebelarse, so pena de ser apedreado en la plaza pública. Una persona puede sostener cualquier idea o teoría anticientífica –por ejemplo, el movimiento antivacunas o el movimiento vegano– con tal de que vaya a su favor la opinión pública, que a su vez se fundamenta casi siempre en argumentos puramente emocionales y sentimentales, no sujetos a pruebas empíricas. Son fes porque no se someten a sí mismas al modelo de ensayo-error. Poseen sus tablas de la ley, sus cismas y sus mártires, que morirían por la causa si fuera necesario. Eso es lo que, en sentido estricto, define a cualquier religión. Y todo eso podrán sostenerlo en caso de que tengan a su favor lo más anticientífico que existe: la opinión pública, la cual, evidentemente, será modelada por el mercado a fin de extraer réditos monetarios de todos esos movimientos anticientíficos.

Retoma aquí una idea que aparece en La mirada imposible: que el ser humano necesita invisibilizarse para poder ser quien es.

Sí, la esencia del humano es el disfraz, cazar al oso para ponerse la piel del oso y, al disfrazarse de oso, poder seguir cazando osos. Disfrazarse no del ser fuerte sino del más débil. El teatro, la performance, las máscaras, simular que somos algo que no somos es lo que nos define. Igual que en el lenguaje hemos inventado una prótesis increíblemente potente llamada metáfora para ir por delante de nosotros mismos, para aventurar argumentos, para, en definitiva, hacer arte, también en el campo social hemos inventado el disfraz –que es una suerte de metáfora– para ir por delante de nosotros mismos, para, al contrario que los objetos o los animales no humanos, ser seres abiertos, siempre en un equilibrio inestable. De ahí la mayor complejidad del humano respecto a otros seres.

¿Cómo se relaciona este ensayo con el resto de sus libros?

Toda mi obra es una particular idea de literatura, que llevo casi treinta años desarrollando. Y tiene que ver con la poesía, con la pulsión poética de la realidad, aunque a veces hable de antropología, de ciencia o de cosas en principio conceptualizadas como no poéticas. ~

+ posts

(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: