Daniel Gascón
Paloma Díaz-Mas es catedrática universitaria, escritora y miembro de la Real Academia Española de la Lengua. Novelista y cuentista, es también experta en la cultura sefardí, a la que ha dedicado obras como Los sefardíes: historia, lengua, cultura. Su libro más reciente es Breve historia de los judíos en España (Libros de la Catarata, 2023).
Lleva mucho tiempo dedicada al estudio del mundo sefardí. ¿Qué es lo que le atrajo del tema?
Empecé a interesarme por la cultura sefardí en los años setenta. Había estudiado en la Universidad Complutense las carreras de Filología Románica y Periodismo (creo que soy de la segunda promoción de la entonces recién estrenada Facultad de Ciencias de la Información). Para un trabajo de curso de Periodismo, una compañera y yo hicimos un reportaje sobre la comunidad judía de Madrid y entonces nos enteramos de que en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) había un pequeño grupo de investigadores que trabajaban sobre la literatura sefardí en judeoespañol.
El tema me interesó y, gracias a una beca del CSIC, pude hacer mi tesis doctoral sobre un tema de poesía en judeoespañol. Así que inicialmente mi interés era sobre todo filológico, de estudio de la lengua y la literatura; aunque para entender una literatura hay que conocer el contexto histórico y social en que se produjo. De ahí mi interés posterior por la historia de los sefardíes.
¿Y cómo surgió este libro?
En realidad lo he escrito a petición de la editorial Catarata, que estaba interesada en tener en su catálogo un libro divulgativo sobre los judíos en España, dirigido a un amplio público, fácil de leer, pero rigurosamente documentado. Acepté el reto de escribirlo y lo cierto es que he disfrutado con él y, de paso, he aprendido cosas que no sabía y he tenido que aclarar mis ideas sobre algunos aspectos que tenía algo confusos. Para explicar con claridad un tema complejo como este, lo primero que hay que hacer es aclararse uno mismo, y no siempre es fácil.
Los primeros rastros arqueológicos son del siglo III. Pero aparecen antes en leyendas y testimonios, se discute también sobre el término en la Biblia.
Sí, uno de los problemas que hay para determinar desde cuándo hubo comunidades judías en España es que los primeros testimonios fehacientes son unas pocas inscripciones en lápidas de época romana tardía, entre el siglo III y V d.C. Pero parece bastante verosímil que, tras la destrucción del Templo de Jerusalén por los romanos en el siglo I, una parte de los judíos que se exiliaron se asentasen en las provincias romanas de Hispania, sobre todo la Bética y la Tarraconense, que eran regiones prósperas, con buen clima y buenas comunicaciones. Lo que pasa es que no han quedado restos de esa presencia. En cuanto a la Biblia, aparece en ella el topónimo Sefarad, que segurament se refería a alguna ciudad de Asia Menor; solo tardíamente se identificó ese término con la Península ibérica; de ahí que los judíos de origen hispánico se llamen sefardíes. Y, de hecho, en hebreo moderno España se dice “Sefarad”.
La historia que cuenta está llena de leyes que intentan segregar a los judíos de los cristianos, lo que a menudo usted señala que indica que había mucho contacto (si no, no se prohibiría). Y también de estallidos de violencia, de pogromos.
Puede parecer curioso, pero la mayoría de la información que tenemos de cómo vivían los judíos de la península ibérica entre el siglo IV y principios del VIII no proviene de documentación judía, sino de legislación cristiana en la que se establecen normas de convivencia entre judíos y cristianos, se prohiben los matrimonios mixtos (señal de que los había) o las prácticas religiosas y sociales comunes (comer juntos en las celebraciones, que los rabinos bendigan los campos de los cristianos) y la conversión de cristianos al judaísmo. Al final del reino visigodo, en el siglo VII, encontramos ya leyes directamente antijudías y conversiones forzadas.
Estallidos de violencia contra los judíos hubo en ocasiones concretas, tanto en época visigoda como en Al-Ándalus (con la invasión almohade) y en los reinos cristianos.
¿En qué se diferenciaban la situación de los judíos en la España musulmana y la España cristiana?
En realidad no podemos hablar de la situación en la España musulmana o en los reinos cristianos así, en bloque, porque su estatus fue cambiando de una época a otra.
Durante el califato de Córdoba (siglos X-XI) los judíos vivieron una época de prosperidad y desarrollo científico y cultural, en gran medida bebiendo de fuentes árabes. Pero el desmembramiento del califato en numerosos reinos de taifas y las invasiones de almorávides y almohades en los siglos XI y XII cambiaron radicalmente la posición de los judíos y cristianos de Al-Ándalus, la mayoría de los cuales debieron huir de las persecuciones religiosas.
Desde el siglo XII, la mayoría de las comunidades judías estuvieron en los reinos cristianos, tanto en Castilla como en la corona de Aragón.
El siglo XIII fue un periodo de gran prosperidad para los judíos que vivían en los reinos cristianos en los que, por cierto, se los consideraba propiedad del rey y parte del tesoro real, lo cual les otorgaba protección, pero también los hacía a veces víctimas de ataques; en otras palabras, cuando la nobleza o el clero querían atacar al rey, muchas veces atacaban a los judíos, que eran propiedad real.
La situación se deterioró definitivamente a lo largo del siglo XIV, una época muy convulsa por la pandemia de la peste negra, las múltiples guerras en Europa, la guerra civil castellana y las predicaciones de dominicos y franciscanos contra los judíos. Ello acabó en la oleada de asaltos a juderías, matanzas y conversiones forzadas de 1391, que marca un antes y un después en la historia de los judíos peninsulares.
Los judíos son expulsados de España en 1492, por los Reyes Católicos. Habían sido expulsados de muchos países europeos. Pero este caso es particularmente cruel y se recuerda de una manera más profunda. ¿A qué se debe?
Precisamente a que fue el último país del occidente europeo que expulsó a los judíos.
Los Reyes Católicos tuvieron en su entorno médicos y consejeros judíos y conversos; de hecho, Isabel la Católica llegó a ser reina en parte gracias al apoyo de un judío, Abraham Seneor, que era un rabino y hombre de negocios de Segovia.
La decisión de la expulsión cayó sobre las comunidades judías de forma repentina e inesperada, algo difícil de creer. Hasta el último momento algunos prohombres judíos estuvieron intentando negociar para evitar la expulsión y la primera generación de expulsados siempre mantuvo, en sus lugares de asentamiento (en Italia, en el imperio otomano, en el norte de África), la esperanza en una revocación del edicto que les permitiese volver. Desde entonces ha quedado entre los sefardíes la memoria indeleble de sus orígenes hispánicos, que se conserva incluso cinco siglos después.
La expulsión de los judíos era para evitar el contacto de los judíos con los cristianos nuevos, para evitar que continuaran prácticas judías. Al final, lo que hicieron fue profundizar el problema.
En efecto, la explicación que se da en el Edicto de 1492 es que se expulsa a los judíos para que los “cristianos” (entiéndase, los conversos) no sigan teniendo contacto con ellos, ya que eso favorecía que los convertidos pudieran seguir apegados a su antigua fe y a las prácticas del judaísmo.
Hay que recordar que desde los asaltos de 1391 se habían producido muchas conversiones forzadas. En algunas zonas de Andalucía, por ejemplo, la población conversa llegó a ser de más de un 10%. Y, lógicamente, muchos de esos convertidos a la fuerza seguían practicando el judaísmo a escondidas, en el ámbito familiar, o combinaban prácticas cristianas y judías. Esa especie de sincretismo religioso judeo-cristiano se consideraba una herejía en el siglo XV.
Lo que sucedió tras el edicto de 1492 fue que muchos judíos se exiliaron, pero otros se convirtieron al cristianismo para no tener que marcharse, con lo cual el “problema” de los conversos judaizantes no solo no se solucionó, sino que se acrecentó con la expulsión.
El libro está lleno de personajes fascinantes, como Gracia Nasí, Hasday Cresques, los cabalistas, Maimónides. ¿Cuáles son sus preferidos?
Cada uno es interesante en su época y en su contexto. Son vidas de novela, llenas de dificultades y peripecias increíbles. Quizás mi favorita sea Gracia Nasí (o Beatriz de Luna, de casada Beatriz Mendes: los conversos judaizantes solían tener un nombre cristiano y un nombre judío, y además las mujeres cambiaban de apellido al casarse). Nacida en Lisboa en 1510 en una familia de refugiados de Aragón, al quedarse viuda se hizo cargo, con 28 años de edad, de los negocios de su marido, también converso judaizante. Así que es una mujer dedicada al comercio internacional y a la banca en el siglo XVI. Vivió en Amberes, en Venecia, en Ferrara (donde actuó como mecenas de un pequeño grupo de judaizantes y patrocinó la publicación de libros judíos), para acabar trasladándose al imperio otomano y asentándose en Constantinopla, donde pasó los últimos años de su vida como benefactora de los judíos de Turquía y de Tierra Santa.
Cuenta que algunos criptojudíos acaban en una especie de sincretismo: apenas conocían ya la religión judía, porque el acceso era muy difícil, y de hecho cuando fueron a tierras donde podían profesar (más o menos) libremente el judaísmo tenían que volver a aprender las nuevas normas.
Sí, eso fue muy claro en las comunidades de la diáspora sefardí que no estuvieron fundadas por la primera generación de expulsados, sino por conversos judaizantes que se asentaron en los siglos XVI y XVII en países de Europa occidental y acabaron formando comunidades judías, con el beneplácito o la tolerancia de las autoridades locales. Pasó en ciudades como Burdeos, Bayona, Hamburgo y, sobre todo, Amsterdam, la comunidad más importante de los que llamamos “sefardíes occidentales”.
Los miembros de esas comunidades no eran judíos, sino hijos o nietos o biznietos de conversos portugueses o españoles. Habían llegado a la edad adulta sin poder frecuentar la sinagoga, sin rabinos que ejercieran como guías espirituales, sin formarse leyendo libros judíos (que estaban prohibidos por la Inquisición), sin saber la lengua hebrea. Su conocimiento del judaísmo se limitaba a lo que habían aprendido en casa a través de las prácticas familiares y de enseñanzas orales transmitidas a escondidas.
Así que cuando quisieron fundar comunidades judías en el exilio, no sabían cómo organizarse y desconocían en gran medida el judaísmo normativo. Tuvieron que “importar” rabinos sefardíes del imperio otomano o del norte de África para que les enseñasen cómo ser judíos. Se ha dicho que pasaron de ser “cristianos nuevos” (que es como se llamaba a los conversos) a “judíos nuevos”.
¿En qué medida nos permite mejor entender nuestra historia la historia de los sefardíes? ¿Y nuestra literatura?
La historia de los judíos forma parte de nuestro pasado histórico, así que nos atañe tanto o más que la historia de los romanos en la península ibérica, el pasado árabe-islámico de Al-Ándalus o la historia de los reinos cristianos medievales de los cuales surgió un estado-nación llamado España. Es una pieza más de nuestra memoria histórica.
Además, en las peripecias vividas por los judíos en la península ibérica y por los sefardíes de la diáspora podemos reconocer experiencias humanas universales, que nos atañen en tanto que seres humanos: la importancia del estudio de la lengua y del desarrollo de la ciencia, de la literatura y de la filosofía; los cambios históricos y políticos y su repercusión en la vida de las gentes; cómo afectan las guerras a la población civil; cuáles son los efectos de la intolerancia y del rechazo de los que se perciben como “el otro” y, por el contrario, las ventajas de la convivencia y del intercambio cultural; cómo los seres humanos son capaces de reinventarse individualmente o como colectivo en momentos de crisis y de adversidad. La historia de los judíos es un muestrario de situaciones morales en las que nos vemos reflejados.
El judeoespañol se va debilitando por el fin de los imperios y la llegada de los estados nacionales y luego por el Holocausto, que aniquila comunidades enteras. ¿Hay libros en judeoespañol que merecen ser más conocidos, o novelas que admire y que cuenten ese mundo?
Desde el siglo XVI hasta la primera mitad del XX se produjo muchísima literatura en judeoespañol, la mayor parte de la cual se difundió a través de manuscritos y, sobre todo, impresos aljamiados, es decir, escritos en esa variedad del español, pero con letras hebreas.
En esa literatura hay un poco de todo: hasta el siglo XVIII, sobre todo literatura religiosa, tanto original como traducida del hebreo. En el siglo XIX entran géneros como la novela, el teatro, el ensayo o la poesía profana. Pero yo destacaría la importancia del periodismo.
Conocemos más de doscientos periódicos sefardíes, la mayoría de ellos en judeoespañol aljamiado, publicados desde mediados del siglo XIX, en ciudades como Esmirna, Estambul, Salónica, Sofía, El Cairo, Jerusalén y también París o Nueva York. La prensa periódica sefardí es un retrato de la sociedad en que nació y se difundió. No solo publicaba noticias y opinión, sino obras literarias, divulgación científica y médica, anuncios, etc. Y se dirigía a “meldadores y meldadoras”, es decir, lectores y lectoras, convirtiéndose en una vía para la incorporación de las mujeres a la cultura escrita.
En España, se decía, no había habido mucho antisemitismo (que al final surge en la modernidad), porque apenas habíamos tenido modernidad, sino más bien antijudaísmo. ¿Está de acuerdo?
Algo hay de eso. Lo que encontramos en España es sobre todo el antijudaísmo religioso, que surge desde los inicios del cristianismo y reprocha a los judíos no haber reconocido a Jesucristo como mesías e incluso les hace responsables de su muerte, presentándolos como un pueblo deicida. Hay también un antijudaísmo económico, que se manifiesta en la Edad Media por la competencia entre cristianos y judíos por determinadas actividades lucrativas (préstamo a interés, recaudación de impuestos).
Pero resulta significativo que, cuando surge el antisemitismo racista a mediados del siglo XIX, se extienda sobre todo por Francia y países centroeuropeos y por Estados Unidos, pero España se quede un poco al margen de ese, anclada en el viejo antijudaísmo religioso. Paralelamente, desde principios del siglo XX, se desarrolla en España una corriente de filosefardismo, que muestra especial simpatía por unos judíos específicos: precisamente los originarios de España, los sefardíes.
Había, sobre todo con los sefardíes, una visión poco a poco más amable aunque estereotipada. Algunos empiezan a instalarse a partir del XIX. ¿Cuál diría que es la relación actual de nuestro país con ese pasado, y con lo judío en general?
En efecto, esa visión amable pero estereotipada proviene de la corriente filosefardí, impulsada sobre todo desde 1904 por un médico y senador liberal español, Ángel Pulido Fernández. Algunos de los lugares comunes sobre los sefardíes todavía vigentes en España provienen de la campaña de Pulido.
Para la formación de las primeras comunidades judías (no necesariamente sefardíes) en España fueron fundamentales los debates parlamentarios sobre la libertad religiosa a finales del siglo XIX. Entre 1913 y 1920 se fundaron oficialmente las primeras comunidades judías en España tras la expulsión (Sevilla, Barcelona, Madrid), aunque todas desaparecieron con la Guerra Civil y la dictadura de Franco, y no volvieron a constituirse comunidades hasta la ley de libertad religiosa de 1967.
Creo que la actitud actual de los españoles ante los judíos es un tanto contradictoria: por una parte, hay interés por conocer el pasado histórico judío medieval y la diáspora sefardí, pero también hay bastante desconocimiento de lo que es el judaísmo y de la realidad actual judía.
Actualmente en España los judíos constituyen una minoría exigua, de algo más de 40.000 personas en un país con casi 47 millones de habitantes, así que las comunidades judías no tienen demasiada presencia ni visibilidad en la sociedad española. Eso propicia el desconocimiento y la difusión de lugares comunes y estereotipos, entre los cuales yo señalaría la convivencia de una simpatía de tinte muy afectivo hacia los sefardíes, que a veces coexiste con una aversión a los judíos en general y con un discurso antisionista y antiisraelí, como si los sefardíes fueran una cosa y los judíos otra.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).