IlustraciĆ³n: Ɖramos Tantos

Estados Unidos 94: SueƱos de verano

La temporada mundialista es una de nostalgia, de episodios memorables, de escenas, objetos que condensan aƱos. Esta serie repasa los mundiales mƔs recientes y los sucesos cautivadores de cada uno.
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Solo un niƱo espera encontrar la verdad del fĆŗtbol en una revista de fĆŗtbol. La vida no es tan fĆ”cil. Pero yo era un niƱo. En los meses previos a la Copa del Mundo de 1994 desgastĆ© las pĆ”ginas del Extra Mundial de la revista Don BalĆ³n. DĆ­a tras dĆ­a, semana tras semana, partido a partido hasta que la final bajĆ³ el telĆ³n. Hoy, casi 25 aƱos despuĆ©s, releo, ojeo y hojeo esas mismas pĆ”ginas: remueven en mĆ­ emociones tan puras que siento un desgarro. Es el desgarro propio del paso a la vida adulta.

La nostalgia siempre esconde la misma trampa. Uno no sabe si recuerda con estima el tiempo pasado porque de veras era mejor, o simplemente los mejores Ć©ramos nosotros y nuestras circunstancias. QuizĆ” el Ćŗnico mĆ©rito de aquel Mundial fue pillarme con 11 aƱos, en el momento exacto, pero lo dudo. En el verano de 1994 descubrimos el fĆŗtbol y la vida asidos al magnetismo de la Copa del Mundo de los Estados Unidos. Suelo decir que fue el mejor Mundial para vivirlo de niƱo, por el colorido de los diseƱos noventeros, por la percepciĆ³n de exotismo infantil de quien comprende en un mes que hay muchos mundos en uno, por ser el punto de inflexiĆ³n entre lo clĆ”sico y lo que consideramos contemporĆ”neo. Fue el Mundial de los tres puntos por victoria, de los nombres encima de los dorsales en las camisetas, de los Ć”rbitros vistiendo de colores y de los horarios nocturnos en Europa. Los colores, los dorsales, los tres puntos: era novedad sobre novedad y sobre novedad, lo moderno. EspaƱa debutĆ³ de madrugada: me sentĆ­ muy mayor, por lo menos mĆ”s mayor que mi hermana pequeƱa, poniendo la alarma del reloj para despertarme y verlo con mi padre, aunque despuĆ©s me quedara ingenuamente dormido. Fue un Mundial de reclamo continuo, mi mente infantil solo recibĆ­a estĆ­mulos, todo eran flechas, metafĆ³ricas luces de neĆ³n que conducĆ­an al campo. Fue el Mundial con el mejor envoltorio posible.

En USA’94 nos metieron por los ojos la cultura del consumo. Yo tuve gorras, camisetas, recopilatorios musicales, balones, videojuegos, llaveros y latas de Coca-Cola, y tuve todo eso sin que mis padres mostraran especial interĆ©s en ello. Nos metieron por los ojos esa misma manera de encarar el ocio que transmitimos ahora a nuestros hijos, que no hay plan ni diversiĆ³n sin gasto. A cambio pasamos el mejor mes de nuestra vida. Ya habĆ­a caĆ­do el Muro. Creo que compensa.

El Mundial fue lo que fue, y no fue poco, pero mejor es incluso siempre la expectativa. Yo construĆ­ un cosmos en torno al Ć”lbum de Panini y sus cromos. Las banderas, las traducciones, los estadios, los escudos de las federaciones. Como hiciera tambiĆ©n en 1998, colguĆ© una cartulina artesanal en la pared de mi habitaciĆ³n, donde iba descontando los dĆ­as que faltaban para el partido inaugural. Paladear toda la previa ya era parte de la liturgia del premio. El Ć”lbum en realidad era parte capital de ese premio, porque hubo que pelearlo, hubo mucho que sufrir para estar ahĆ­. Es posible que los partidos mĆ”s trascendentales de mi vida fueran los Ćŗltimos dos de la liguilla clasificatoria. EspaƱa se la jugaba con Irlanda y Dinamarca. El partido de Irlanda se celebrĆ³ a primera hora de la tarde. Solo me convencieron de acudir a la escuela y perdĆ©rmelo asĆ­ en directo porque mi madre me asegurĆ³ que grabarĆ­an el partido en casa de mis primos, y lo podrĆ­a ver luego. Recuerdo cierto desasosiego en clase de Ciencias Naturales, una duda interior de si serĆ­a capaz de aguantar sin saber el resultado, y un arrebato colectivo de euforia cuando el conserje de la escuela entrĆ³ en el aula para informar al profesor de cada uno de los tres goles.

Superado el escollo de Irlanda, solo quedaba ganar a Dinamarca. Esa selecciĆ³n danesa era la campeona de Europa con el aƱadido de Michael Laudrup, por si no fuera bastante. Yo solo veĆ­a premoniciones fatales: remodelaron una plaza enfrente de mi casa y comentaba con mi padre cĆ³mo permitĆ­amos que las baldosas del pavimento fueran blancas y rojas, como la bandera danesa. El partido contra Dinamarca se jugĆ³ de noche y en Sevilla. En una mente nĆ³rdica debĆ­a ser de lo mĆ”s tropical. A mĆ­ me pareciĆ³ de lo mĆ”s Ć©pico. Expulsaron a Zubizarreta en el primer tiempo y debutĆ³ un entonces joven y prometedor CaƱizares. El suyo fue un partido heroico. Mantuvo la porterĆ­a a cero, Hierro marcĆ³ el 1-0 en un cĆ³rner y estĆ”bamos en USA’94. Me costĆ³ dormir de la emociĆ³n, como si al dĆ­a siguiente fuĆ©ramos de excursiĆ³n con el colegio, como me pasa ahora antes de una despedida de soltero.

Era noviembre y ganamos un partido y algo mejor: ganamos siete meses de sueƱos.

Fueron esos los partidos mĆ”s trascendentales de mi vida, y de una generaciĆ³n de niƱos, porque el Mundial sin nuestro paĆ­s compitiendo hubiera sido otro asunto, uno de esos colateral, a lo sumo, un eco para entendidos. Pero EspaƱa fue a ese Mundial y lo que era una aficiĆ³n tibia, ligera y sana se convirtiĆ³ en pasiĆ³n enfermiza y pesada. Si EspaƱa hubiera perdido contra Irlanda o Dinamarca nuestras vidas hubieran sido otras. CuĆ”ntas pelĆ­culas hemos dejado de ver, a cuĆ”ntos conciertos hemos dejado de asistir, cuĆ”nta gente hemos dejado de conocer y cuĆ”ntos tĆ­tulos universitarios se nos han escapado por ver partidos de fĆŗtbol. Casi 25 aƱos despuĆ©s del Mundial de Estados Unidos mis trabajos, mis amistades y mis rutinas estĆ”n absolutamente condicionados por el fĆŗtbol. Me gustarĆ­a que los futbolistas lo supieran. De alguna manera jodieron unas cuantas vidas.

En aquella Ć©poca infantil, ademĆ”s, la aficiĆ³n era mĆ”s intensa porque no entendĆ­amos de polĆ©micas. Como si fueran nuestros padres, nuestros futbolistas no tenĆ­an los defectos que les vemos ahora. Al seleccionador de EspaƱa, Javier Clemente, le envolvĆ­a un cĆŗmulo de pleitos de todo tipo: estilĆ­sticos, periodĆ­sticos e incluso identitarios. Le recriminaban la querencia por el mĆŗsculo, priorizar el fĆ­sico sobre la tĆ©cnica, y cuestionaban sus planteamientos ultradefensivos. El fuego cruzado entre diferentes bloques periodĆ­sticos alcanzaba con frecuencia al seleccionador nacional, que necesitaba poco para salir a bailar. En ese contexto, tambiĆ©n sacaban a relucir su afinidad con el nacionalismo vasco. Pero nosotros Ć©ramos niƱos ajenos a intoxicaciones. AsumĆ­amos que en cada selecciĆ³n jugaban los mejores futbolistas de cada paĆ­s. Tan simple como eso. Nadie sospechaba que en EspaƱa ocurriera algo distinto. Los mejores de EspaƱa jugaban con EspaƱa, y punto, por quĆ© iban a jugar si no. El seleccionador de EspaƱa era el mejor entrenador de EspaƱa. Pura lĆ³gica. No podĆ­a ser de otra manera.

ĀæY los otros? En 1994 todavĆ­a el fĆŗtbol se baƱaba en el misterio. No habĆ­amos visto jugar a casi ninguno de los rivales. Nuestra percepciĆ³n se nutrĆ­a de la literatura. SabĆ­amos lo que leĆ­amos en guĆ­as y revistas especializadas. El Extra de la extinta revista Don BalĆ³n era y es un tesoro de nĆŗmeros, descripciones y mini biografĆ­as. En la pĆ”gina tres, bajo el sumario, escribĆ­ mi nombre y los dos apellidos. Uno va conformando su personalidad a travĆ©s de rasgos distintivos, y a menudo obsesivos: ahĆ­ estĆ” todo lo que soy, fĆŗtbol y periodismo, ahĆ­ se cimentĆ³ mi ideal de felicidad, ese que todavĆ­a persigo. CuĆ”ntas horas pasĆ© mareando aquellas pĆ”ginas, y quĆ© gozo, quĆ© deleite, actualizando con un rotulador las listas definitivas de convocados. CĆ³mo no temer a la mismĆ­sima Bolivia, si a uno lo apodaban Platini SĆ”nchez, y a otro nada mĆ”s y nada menos que el Diablo Echeverry. CĆ³mo debĆ­a ser de temible alguien para ser el Diablo. LeĆ­amos tanto de tantos goles y tantos partidos, y mirĆ”bamos y volvĆ­amos a mirar las fotos y los datos, que poco a poco esos jugadores adquirĆ­an altura de sĆŗper hĆ©roes. Un halo de magia remarcaba la sonoridad de aquellos nombres. Un dĆ­a alguien se pedĆ­a ser Roberto Baggio en el patio del colegio. Ninguno de nosotros habĆ­a visto jugar a Roberto Baggio mĆ”s que un par de partidos, con suerte, pero todos sabĆ­amos que Roberto Baggio era muy bueno. CĆ³mo no iba a ser bueno Roberto Baggio, o Jurgen Klinsmann o Gabriel Batistuta, o cualquiera de esos nombres asombrosos de ligas extranjeras.

En el Mundial del 94 aprendĆ­ quĆ© es Italia, o al menos quĆ© se dice que es Italia: se quedĆ³ con diez contra las torres noruegas y ganĆ³ 1-0, con un gol de cabeza en una falta lateral. En el Mundial del 94 aprendĆ­ quĆ© es el fĆŗtbol africano, o al menos quĆ© se dice que es el fĆŗtbol africano: a la prometedora Nigeria le faltĆ³ oficio para progresar en el campeonato. En el Mundial del 94 aprendĆ­ quĆ© es Argentina, o al menos quĆ© se dice que es Argentina: pasĆ³ de lo mĆ”ximo a lo mĆ­nimo asida al drama del positivo de Maradona. En el Mundial del 94 aprendĆ­ que es MĆ©xico, o al menos quĆ© se dice que es MĆ©xico: un ‘parecĆ­a que sĆ­’ eterno. En el Mundial del 94 aprendĆ­ quĆ© es el futbol del Este, o al menos quĆ© se dice del fĆŗtbol del Este: la resaca de la fiesta por llegar a la semifinal dejĆ³ sin final a Bulgaria. En el Mundial del 94 aprendĆ­ quĆ© es Brasil, o al menos quĆ© se dice que es Brasil, porque la fĆ”bula del jogo bonito solo la he visto en el anuncio de Nike del aeropuerto. En el Mundial del 94 aprendĆ­ quĆ© es EspaƱa, o al menos quĆ© pensĆ”bamos entonces que serĆ­a siempre EspaƱa: esperanzas al salir el sol y lamentos al caer la noche, tragedia insana.

Mi final fue como tantas otras. En el pueblo, con mi abuela, de vacaciones. CenĆ© chuletas de cordero con patatas fritas. GanĆ³ Brasil sin goles y me aburrĆ­ bastante. A las finales se llega ya fundido y empachado, vĆ­ctima de la sobredosis de partidos. La eliminaciĆ³n de EspaƱa creĆ³ un trauma colectivo, el de caer en cuartos de final sin merecerlo. Un trauma que durĆ³ dĆ©cadas, mis mejores aƱos. Se repetĆ­a una pauta. Se superaba una duda (el empate inaugural con Corea del Sur) y se crecĆ­a durante el torneo (en progreso siempre hasta arrollar a Suiza en octavos). Una vez nos habĆ­an convencido, llegaba la decepciĆ³n. En 1994 nos ganĆ³ Italia en el Ćŗltimo minuto para demostrarnos que eran mejores y mĆ”s guapos. El delantero espaƱol Julio Salinas habĆ­a fallado poco antes una ocasiĆ³n muy clara. Bajamos al patio interior de la casa de Luis y Carlos, que tenĆ­an una porterĆ­a pintada en la pared. Yo era tan zurdo cerrado como ahora, pero tiraba la pelota hacia mi diestra y remataba a puerta: “Hasta con la derecha la meterĆ­a yo”, replicando la oportunidad perdida por Salinas, una y otra vez. Seguro que en cada porterĆ­a de cada pueblo de EspaƱa habĆ­a unos chavales crujiendo a Salinas y lamentando su fallo. Una y otra vez, una y otra vez. Son muchas porterĆ­as en muchos pueblos y muchos chavales. Son muchas veces. Un goteo de tristeza colectiva. Una losa de maldiciones. Una espina de efecto perverso: no podĆ­amos abandonar el fĆŗtbol tras un palo, porque existĆ­a un cĆ³digo y lo habĆ­amos entendido. En el fĆŗtbol el palo se soporta. El fallo de Salinas nos atĆ³ para siempre a la pelota, porque el fĆŗtbol siempre te da otra oportunidad, y porque toda persona merece una venganza.

Ha pasado un cuarto de siglo. EspaƱa ya ganĆ³ su Mundial. Ha pasado un cuarto de siglo y a mi hija Delia no le gusta el fĆŗtbol, pese a mis esfuerzos, y me duele un poco porque no sabe lo que se pierde, aunque en junio espero encontrar una tarde libre, sentarla en el sofĆ”, preparar palomitas y confiar en la epifanĆ­a. Por si acaso por detrĆ”s llega Teo, su hermano pequeƱo, y este cuando sea mayor decidirĆ”. DecidirĆ” si se enamora del fĆŗtbol a travĆ©s del Ć”lbum de Panini o del equivalente al Extra Don BalĆ³n del Mundial.

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