Félix Romeo nació en Zaragoza en enero de 1968 y murió en Madrid en octubre de 2011. Su personalidad arrolladora, su curiosidad omnívora, su generosidad y su capacidad para unir a la gente hacían de él una de las personas más singulares de la cultura española contemporánea. Fue crítico literario en los suplementos de cultura de El Periódico de Aragón, Heraldo de Aragón, ABC, en Letras Libres, Revista de Libros, Mercurio; fue un transmisor de pasiones, en sus textos, en el programa televisivo La mandrágora que dirigió, en sus colaboraciones radiofónicas, en su conversación –y Félix era la conversación–. Fue un polemista, o al menos alguien que discutía y que exponía sus juicios con valentía e independencia. Era un referente para personas de generaciones muy distintas, de José Antonio Labordeta a Jonás Trueba. Era un conector y siempre tenemos pocas personas así. Escribió miles de artículos: de literatura, de política, de cómic, de cine, de chucherías chinas o pintoras olvidadas. Dedicó mucho tiempo a los libros de los otros: a leerlos, a animar a los demás a escribirlos, a buscar títulos o encontrar claves que pudieran ayudarles. Fue importante en la vida de mucha gente, y su generosidad y su carisma pueden haber eclipsado en ocasiones su obra creativa. Pero era un escritor valioso, extraño, con una producción literaria breve pero muy rica, influyente y peculiar. Esta edición reúne los libros que él decidió publicar cuando estaba vivo. (Tras su muerte, Eva Puyó e Ismael Grasa recopilaron sus relatos en Todos los besos del mundo y algunos de sus artículos en Por qué escribo, ambos publicados en Xordica.)
Félix Romeo publicó tres libros en vida: Dibujos animados (que publicó por primera vez Mira Editores, en 1994, y tuvo varias reediciones, en Plaza & Janés y Anagrama), Discothèque (Anagrama, 2001) y Amarillo (Plot, 2007). Noche de los enamorados salió en 2012, poco después de su muerte, en lo que entonces era Literatura Mondadori y ahora es Literatura Random House. La había terminado unos meses antes de morir. A mí me mandó el texto el 26 de marzo de 2011. Los cuatro libros fueron recogidos en Las cuatro novelas, que sacó Debolsillo en 2013.
Dibujos animados y Discothèque son dos novelas muy diferentes. Amarillo y Noche de los enamorados son obras testimoniales relacionadas con dos tragedias que el autor vivió de cerca. Al leerlos uno tras otro llaman la atención varias cosas: por una parte, la búsqueda de Félix del escritor que quería ser, una búsqueda que parece muy consciente y problematizada; por otra, algunas conexiones argumentales entre libros de estética que puede parecer muy alejada; finalmente, una preocupación por el individuo y la libertad, un interés por el margen que no tiene que ver con el malditismo, sino con la dificultad de ser quien quieres ser. En sus libros hay muchas cosas: un afán de registro, la metaliteratura y la preocupación por las palabras, un impulso moral carente de sermones. Pero algo que me llama la atención es la descripción de un desamparo. Puede ocurrir porque creces y eres un poco distinto, o estás un poco loco, o porque no superas una herida amorosa, o porque eres una prostituta borracha y la policía no cree que merezca la pena ir a tu casa cuando te pega tu marido.
Félix Romeo, con todo lo que le interesaba y sus múltiples saberes de zorro, por usar la distinción de Isaiah Berlin, era un erizo: conocía una sola cosa muy grande. Le preocupaba la libertad, más en un sentido moral y filosófico que económico. Fue uno de los temas de su vida: tiene que ver con su figura de niño prodigio y a veces algo temible, que se convierte en un personaje respetado en la cultura viniendo de un ambiente muy distinto, a base de erudición, simpatía y opiniones contundentes; con su decisión de declararse insumiso; con su labor de crítico y analista, donde nunca dijo lo que había que decir para situarse mejor sino lo que pensaba de verdad; con la dedicación entusiasta a los vínculos elegidos de los amigos que quiso y las dos mujeres que amó, la escritora Cristina Grande y la pintora Lina Vila. También es uno de los temas de su obra. La idea de escapar a lo que parece predeterminado –al encasillamiento social, a una maldición casi bíblica, a una condena casi autoimpuesta, a la mala suerte, al desprecio–, sus costes y sus riesgos es algo que reaparece en su obra: como aspiración, como reflexión, como denuncia.
Dibujos animados es una novela de aprendizaje. Cuenta una niñez en el barrio zaragozano de Las Fuentes, durante la Transición, con un estilo sincopado de frases cortas, reiteraciones, vaguedades deliberadas. Es una novela sobre la adaptación y el sentirse inadecuado, llena de tristeza y a menudo divertidísima. Cuando salió algunos críticos señalaron su estética pop: ahora, esos elementos –el Coyote y el Correcaminos, la televisión– no han envejecido, y en buena medida conservan su potencia porque Félix no los reboza de la nostalgia tan irónica como perezosa que se ha hecho común más tarde. Pero cobra más relieve que entonces otro aspecto casi simétrico, que es el retrato de un país todavía azconiano, con mutilados, manicomios, academias, curanderos y averías automovilísticas que te hacen pasar la noche “en un jodido pueblo”.
Se trata de una novela breve, de capítulos cortos, que tiene entre sus hallazgos más memorables una voz narrativa reiterativa y elíptica al mismo tiempo, inmediata y sensorial, hipersensible y lapidaria: “Una braga es lo más diferente a la muerte que conozco”. Con una estética minimalista, hace pensar en el Me acuerdo de Perec, en textos de Raymond Carver o Tobias Wolff, en Marguerite Duras. El epígrafe de Handke sobre el horror vacui es importante: quizá fue un escritor que Félix leyó más en su juventud, pero hay huellas del austriaco también en obras posteriores. Dibujos animados, como ha escrito Ismael Grasa, fue un libro que tuvo herederos: mostraba que se podía escribir una novela moderna, cool, con materiales cotidianos, se podía ser pop sin tener que recurrir a una mitología importada, y que materiales mainstream y algo cutres podían convertirse en literatura respetable. No era algo que hubiera inventado Félix y, como las mejores ideas, ahora resulta casi obvio, pero hizo que esa posibilidad fuera visible para muchos. Fue un libro liberador y fértil.
La novela habla de una de las obsesiones de Félix, la culpa (“el pasado es un tiempo en el que yo era culpable”: “A mi hermana se le estaba reventando la cabeza y yo quería celebrar los goles del Zaragoza”), de un cierto fatalismo (“Así comprendimos que algo fallaba. Desde el principio”), de la frustración (“He deseado como un cabrón”; “Habría podido ser de los del fútbol”). Los dos personajes de dibujos animados que aparecen más son el Coyote y el Correcaminos: el Coyote es un emblema de esa frustración. Correcaminos sonríe mientras el silbido del tren anuncia que Coyote va a ser atropellado.
Ahí estaba la vida. Una cuestión de velocidad. Uno podía estar horas y horas esperando que Coyote continuara con un plan y Correcaminos sufriera un descalabro. Uno sabe después que así es la vida. Cuestión de velocidad más que de talento o de fe.
Es un libro sobre el individuo y las instituciones: el colegio, las academias (inglés, mecanografía), la iglesia, el ejército, la familia. En eso también es fértil: variaciones de ese conflicto están en los otros libros de su autor. Una versión extrema –la visita a una familiar internada– reaparece en muchos textos de Félix. Como toda la escritura de Félix, Dibujos animados es a la vez obsesivo y elusivo, con ensayos de acercamientos a cosas que nunca se agotan, que nunca se acaban de decir del todo. Uno de los conflictos centrales es la relación entre el padre y el hijo, donde es importante la idea del papel que asume el padre: cómo percibe el narrador que su padre quiere presentarse ante los demás (un policía, como el padre de Félix: alguien que tiene una pistola). “Todo el mundo tiene derecho a pensar que su padre es un buen tipo”, escribe. Cuando se le estropea el coche, el padre cree que es un fracaso personal. También cuando tiene un problema con la ley: siempre se había visto en el otro lado.
Ese conflicto entre padres e hijos es el asunto principal de la segunda novela de Félix, Discothèque; lo anuncian los epígrafes del libro: un fragmento de los Ensayos de Montaigne y el soneto XI de Shakespeare. El padre de Torosantos, que combatió en la guerra de Ifni, se juega (y pierde) la vida de su hijo en una timba. Mientras tanto, Torosantos es un exboxeador y ahora actor porno con problemas de impotencia que hace espectáculos en vivo con la transexual Dalila Love. A su alrededor pululan decenas de personajes, desde Carlitos Seral, inolvidable humorista sin gracia, a un camionero que ha asesinado a su mujer, pasando por un taxista enamorado o una cantante retirada.
Es una obra polifónica y coral, que alguna vez el autor relacionó con la experiencia de la cárcel. Algunas de las historias, contó, se las había oído a otros reclusos en el tiempo en que cumplía condena por insumisión.
Es también una novela posmoderna, y como muchas de ellas, parece conectar con un tiempo previo de la novela, sin las restricciones imaginativas del realismo o las constricciones formales heredadas de Flaubert. Es un libro relativamente breve (largo para un narrador lacónico como Félix), pero se desborda, da una sensación de riqueza y libertad.
Puede leerse como un retrato alucinado de una España kitsch –son los años de eclosión de la telebasura– con personajes a la deriva. Cabe o puede caber casi todo: relatos obsesivos de la guerra en África, un ensayo sobre la eyaculación, canciones, glosas de un tal b.n. teach a la obra del místico quietista Miguel de Molinos, programas radiofónicos, una teoría alienígena del Arca de Noé o la inolvidable aparición hamletiana de Mohamed Amar Nayim, que marcó el gol de la victoria del Real Zaragoza frente al Arsenal en la final de la Recopa de Europa de 1995.
Discothèque tiene un subtexto shakespeariano, con una trama desgarrada. También, y en eso tiene conexión con Dibujos animados, construye un imaginario: a veces parece un poco cercano a Shepard o Tarantino, o a la literatura estadounidense de la Generación X, pero también tiene que ver con muchos referentes aragoneses, con alusiones históricas y privadas. Es heredero de Barry Gifford pero también de Pedro Alfonso, el judío converso que escribió Disciplina clericalis. Propone versiones pornográficas de algunas novelas de amigos de Félix: libros de Ismael Grasa, David Trueba, Ignacio Martínez de Pisón, un programa de Luis Alegre.
El sexo está muy presente en Discothèque, pero el que aparece es a menudo insatisfactorio y a veces sórdido. El libro está lleno de amores que salen mal. Quizá a Félix le sorprenderían algunas tendencias puritanas contemporáneas, y por otro lado habría que reconocer que, del mismo modo que estaba atento a la irrupción de las nuevas tecnologías y sus espacios, hay cosas del libro que resultan más actuales ahora que en su momento, como la transexualidad de Dalila Love.
En un chat que respondió en el diario El Mundo durante la promoción de la novela, Félix Romeo subrayó la importancia del humor negro en Discothèque. También dijo: “voy a escribir una biografía de un amigo mío, Chusé Izuel, que se suicidó cuando vivíamos en Barcelona hace 10 años… voy a ser un detective que trata de averiguar algo sobre sí mismo a través de otro que era ‘mi gran amigo’”.
El libro sobre Chusé Izuel, Amarillo, acabaría siendo otra cosa distinta: en él, Félix Romeo explica varias veces que no está escribiendo una biografía. Mientras que Discothèque es un camino que Félix no siguió (en la época en que hacía esos textos, escribía relatos ambientados en ese mundo entre alucinado y lumpen), Amarillo, un libro traumático sobre una experiencia traumática, le permitió encontrar otra forma de contar, cercana, con variantes, a la que emplearía en Noche de los enamorados. Muchas veces lo que distingue a un autor es aquello a lo que renuncia: la renuncia más clara es la ficción. Félix renunció a la invención de tramas y a la creación de una voz narrativa que no se identificara con él; también redujo el humor, muy presente en Dibujos animados y Discothèque. Frente a esa otra posibilidad más exuberante y esa forma desparramada, escogió una escritura casi en voz baja, clara y envolvente a la vez, que es la reconstrucción casi detectivesca de un hecho, donde a menudo las pruebas fundamentales, o las pruebas que el narrador sabe manejar y descifrar, son las palabras: las palabras sobre todo individuales y a menudo privadas, en el caso de Chusé Izuel, sobre todo institucionales y públicas en el caso de María Isabel Montesinos, la mujer asesinada de Noche de los enamorados. Persigue una reconstrucción de los hechos que sabe que siempre será incompleta, estudia las posibilidades desde distintos ángulos y junto al examen factual aparecen a menudo saltos lógicos, intuiciones más poéticas que racionales pero iluminadoras. Se pone restricciones pero también hay una libertad en la manera de construirlos: son libros que van buscando su forma. Incorporan su making of, y en ellos Félix comparte con el lector lo que quiere hacer, intenta definirlos. (Algunos procedimientos recuerdan a un escritor mucho más verboso que Félix Romeo apreciaba mucho pero al que normalmente no asociaríamos con él: Jorge Semprún.)
Amarillo –casi una carta, porque está en segunda persona– trata del suicidio de Chusé Izuel, que se arrojó por la ventana de la casa que compartía con Félix y con Bizén Ibarra en Barcelona en 1992. Se trata de un libro estremecedor: la historia de una amistad íntima –compañeros desde el colegio–, de la imposibilidad de ayudar al colega devastado por una ruptura amorosa y de los efectos contradictorios de la tragedia. Tiene algo de los tres mosqueteros, y al releerlo veo con más claridad que, como los tres mosqueteros, son cuatro: Cristina, pareja de Félix durante mucho tiempo y hasta poco antes de que Félix diera la forma final al libro, tiene una presencia importante en Amarillo; es ella la que parece más consciente de la angustia íntima de Chusé, la que también conoce por un camino algo distinto a la exnovia de Izuel. Félix emplea la memoria pero sobre todo los cuentos de su amigo, las cartas que le mandaban, alguna grabación de una entrevista. Tiene algo de Modiano en el rigor documental y la desnudez, y quizá algo de Handke en la combinación de obsesión y un esfuerzo laborioso y lacerante por mantener la distancia.
Amarillo, con un registro muy distinto, retoma el mundo de Dibujos animados (“Nunca he pensado en tirarme por un balcón”). Esos amigos están ahí. Y también aparece un accidente de coche (los coches son importantes en los libros de Félix, aficionado a viajar en coche que nunca condujo: dan independencia y personalidad y al mismo tiempo son peligrosos).
En Dibujos animados:
Vamos en el 124 de Ramón. Un 124 color mierda. Ramón no tiene carné de conducir. Ni tiene coche. Se lo ha levantado a su padre. Su padre se murió hace un millón de años. Es como una herencia. Eso dice Ramón, “esto es una herencia de ese maldito cabrón”.
[…] Ramón mete el pie en el acelerador y cambia las marchas. Muchas veces el coche se cala. Otras da acelerones. […] Una moto pasa a nuestro lado tocando la bocina. Ramón gira rápidamente al volante. Un camión golpea al 124 junto a Ramón. Estamos en un banco de arena. Empezamos a reírnos. Sento dice “Así eran mis alfanjes, Gordo, capaces de destrozar un coche por la mitad”. Y la gente no para decir “¿Estáis bien, pero estáis bien? Pero si son unos criícos”. Ramón está como Coyote después de ser aplastado por un tren. Yo pienso que Ramón va a volver a perseguir a Correcaminos en cualquier momento. El 124 no sirve ni para chatarra.
En Amarillo, cuenta que una noche, en un bar de la calle Zumalacárregui, esperan a Mariángeles, la novia de Chusé Izuel que lo acabaría dejando: “Te dije que le dieras una sorpresa, que te presentaras a la puerta del local de ensayo” en “el seat 124 color mierda que habías heredado de tu padre”. Llueve y han bebido y se chocan con una farola.
El seat 124 quedó destrozado. La farola atravesó el morro y destrozó el parabrisas. Se detuvo a cuatro centímetros de mi cara. En un momento, una gran cantidad de gente se apelotonó a nuestro alrededor. Éramos unos críos y eso era lo que decía la gente: son unos criícos, son unos criícos.
La culpa, nuevamente, es uno de los asuntos centrales de Amarillo:
Tu muerte fue una bendición para mí: no habría vuelto a escribir si tú hubieras seguido vivo. No paro de pensar que tu muerte es un siniestro crimen perfecto con un único beneficiario: yo. No te induje. Yo quería que te repusieras, que abandonaras esa tristeza, que a mí me parecía totalmente ridícula.
La fragilidad de un hilo, una conciencia de la dificultad por entender y por hacerse entender, de la imposibilidad de la literatura, son también elementos importantes.
Este es un libro sobre el crimen perfecto. Sobre la memoria, sobre la imposibilidad de recordar. Sobre la imposibilidad de escribir libros sobre la vida que sean reales.
Cuando Amarillo se publicó en Plot, escribí:
La relación de los tres está muy bien explicada, y se sitúa en un ambiente que no se ha contado mucho: la Zaragoza de finales de los años 80 y principios de los 90; Amarillo muestra los bares y la vida de una ciudad en la que los grupos consiguen grabar su primer disco; muestra a Félix Romeo con una beca de la Residencia de Estudiantes en Madrid; a Chusé Izuel colaborando en varios periódicos. […]
Amarillo es un libro magnífico sobre la orfandad, sobre una amistad y en cierta manera la traición a esa amistad. Como ha escrito Mariano Gistaín, el suicidio es un “atentado indefinido”, y la muerte de Izuel deja víctimas que se sienten abandonados y culpables: por no haber interpretado las pistas que llevaban a su suicidio, por no haber sabido impedírselo, porque alguien a quien querían ha decidido dejar de existir, o simplemente por haber seguido viviendo, pintando, escribiendo y cambiando de opinión. Esa sensación de culpa e incluso de apropiación de la existencia del otro –que se transforma en un fantasma– es uno de los elementos esenciales de Amarillo; el autor sabe que la escritura es la forma de curar esa herida, y que la vida es hermosa.
Chusé Izuel tiene una ruptura sentimental, no se recupera de ella y entra en una espiral autodestructiva (se suicida un día 27; su novia lo había abandonado un 27 también). Félix termina el libro después de otra ruptura, aunque está con una mujer, dice en el libro que está enamorado. Lo escribe en Barcelona, la ciudad en la que se suicidó Chusé Izuel dieciséis años antes, pero es también una ciudad distinta. Escribe Félix:
Te parecías físicamente a tu padre. Tu padre y tú os llamabais de la misma manera. El padre de Bizén se parece mucho a Bizén. Yo cada vez me parezco más a mi padre. Los tres nos llamamos como nuestros padres. José Pascual y José Pascual. Vicente Ibarra y Vicente Ibarra. Félix Romeo y Félix Romeo. Eso era otra cosa que nos unía. Creíamos que era una señal del destino que nos tenía que llevar por la misma calle, felices, silbando, cantando. Solo que tú decidiste que te tirabas por la ventana.
Es un párrafo que contiene muchos elementos interesantes: está el sueño de una especie de fraternidad, la relación con el padre, la importancia de las palabras y de las cosas o seres que nombran. Esa relación con el padre es importante porque uno de los temas de la literatura de Félix es la masculinidad, o por decirlo de una manera más sencilla, cómo ser hombre. A sus protagonistas no les suele salir bien. Pero es uno de los temas de la Bildungsroman Dibujos animados, de Discothèque (cómo ser un padre y cómo ser un hijo; el protagonista es un actor porno que sufre impotencia) y también de Amarillo (cómo ser amigo, cómo ser artista, cómo ser amante, porque Félix sugiere que Izuel pensaba que había un motivo sexual en la ruptura con su pareja, cómo sobreponerse a esa derrota) y Noche de los enamorados. Hay personajes femeninos poderosos en sus obras y un esfuerzo para darles relieve y para entender sus circunstancias, cuando son personajes inventados y cuando son alguien real, pero los personajes masculinos muchas veces no lo consiguen y unos cuantos maltratan o asesinan a sus parejas. La obra de Félix muestra también una inquietud intensa y temprana pero no teorizada por cuestiones de género. Creo que en parte tiene que ver con su preocupación por la libertad y la opresión.
Dice Félix también en ese párrafo que se parece cada vez más a su padre, que fue policía. Alguna vez comentó que Sam Shepard y su padre eran iguales porque el padre era aviador y Shepard no volaba: Félix estuvo en la cárcel y su padre había sido policía. Es curioso que el último libro de Félix sea una investigación sobre un homicidio, una corrección: como señaló Ismael Grasa, es el libro del hijo de un policía.
Si Amarillo es un libro emparentado con Dibujos animados (el mundo de la infancia), Noche de los enamorados, como Discothèque, tiene que ver con el mundo de la cárcel. Incluso –como señala el propio autor– un camarero cuenta a Dalila Love un crimen que se parece mucho al que comete Santiago Dulong. Dulong era compañero de celda de Félix cuando este ingresó en prisión. Católico y simpatizante falangista, Dulong había estrangulado a su mujer, a la que había pegado en otras ocasiones. Antes de matarla le cortó el pelo a la fuerza. Dulong tuvo una condena leve: “pena de treinta días de arresto menor por la falta de malos tratos de obra y un año de prisión menor por el delito de imprudencia temeraria”.
Félix investiga la vida de María Isabel y Dulong, muestra cómo trataron el caso los medios, analiza la sentencia. El 7 de diciembre de 2010 Félix y yo fuimos al cementerio de Torrero, donde estaban enterrados Dulong, María Isabel y la primera mujer de Dulong, cuya muerte a causa de una peritonitis podría hacer pensar en que era un asesinato. En marzo, cuando me mandó el documento en word del libro, me dijo en el correo: “he estado varios meses debatiéndome entre la ‘perfección modianesca’ que deseaba y el ‘impulso romeil’… y he decidido que venza el ‘impulso’. podría, porque tengo material e ideas, pulirlo todo más y más, pero creo que perdería algo (no sé qué, por cierto)”.
“La escena del crimen”, la primera parte, relata la vida de estos dos personajes y el momento en que Félix conoce a Dulong. La segunda parte, “Los hechos probados”, se centra en el homicidio y en la sentencia. Noche de los enamorados tiene que ver con la tradición intelectual más noble: la de Voltaire, la de Zola o de Sciascia, donde un escritor detecta una injusticia y la denuncia.
También es el relato de cómo se hace esa investigación. Félix entra en los foros de internet de las ciudades donde vivió la familia de María Isabel, pide informes de registro civil, visita la cofradía zaragozana a la que Dulong perteneció y a la que también perteneció María Isabel, repasa el relato de los hechos en los periódicos aragoneses. También aparece otra de las cosas que le interesaban mucho a Félix Romeo: la historia de Zaragoza. Dulong era el bisnieto de Santiago Dulong Serrano, el primer alcalde republicano que tuvo la ciudad, en 1873. Santiago Dulong Serrano estuvo en la cárcel por sus ideas, mientras que su bisnieto fue a prisión por matar a su mujer: un contraste tan poco subrayado como evidente. Félix Romeo sigue el rastro de Dulong Serrano en los periódicos de la época y en los libros de escritores aragoneses como Juan Moneva y Puyol. Como Modiano en sus libros, en la investigación de la vida de Santiago Dulong y María Isabel Montesinos encuentra muchas cosas, pero también encuentra callejones sin salida, obstáculos burocráticos e incógnitas.
Escribe Félix:
Este no es un libro sobre la justicia imposible que se administra sobre los muertos, sino un libro sobre las palabras. Palabras jurídicas. Palabras periodísticas. Palabras médicas. Palabras policiales. Testimonios orales. Palabras al viento, como el que azota ahora las ventanas de la habitación en la que escribo”.
Un procedimiento habitual en Noche de los enamorados es levantar las palabras para ver qué hay debajo. Félix Romeo, que era un gran aficionado a los diccionarios y escribió muchos, recurre con frecuencia al Diccionario de la Real Academia para buscar las palabras: “Tengo que agarrar esas palabras que describen lo que sucedió instantes antes de la muerte de María Isabel”.
Juega con los tiempos y con los testimonios, establece paralelismos como la caída del pelo en la cárcel o el pelo que Santiago Dulong le corta a su mujer para dejarla “pelona” y quitarle su atractivo, como el dolor que siente Dulong al orinar y la meada de su mujer en el patio de casa horas antes de morir. Es un libro breve, pero lleno de cosas. Todo tiene significado y no hay ningún elemento colocado por azar.
El tono es lacónico y al mismo tiempo obsesivo, febril. Como en muchos de sus textos, Félix reflexiona sobre lo que escribe y sobre cómo debe leerse, y en esa reflexión hay algo de culpa: “Así que aquí falta su nombre y también falta su versión de la historia, o lo que ahora recuerde de esa historia que sucedió hace dieciséis años y que yo, no se sabe por qué motivos, porque yo tampoco los conozco, vengo a remover, y de los que no pueden salir más que moscardas, gusanos y mal olor”. Como Amarillo, tiene algo de autobiografía en escorzo. Aquí Félix habla de su llegada a la cárcel y de su carrera de escritor: ingresa en prisión nada más publicar Dibujos animados. Su segunda novela, Discothéque, aparece también en el libro, porque es una novela que tiene mucho que ver con la violencia y la cárcel y hay un personaje inspirado en Dulong. También aparece Amarillo. Aparece también el programa de televisión La Mandrágora. Y aparece su novia, la pintora Lina Vila, que le ayuda a recrear el crimen. Dulong es una especie de opuesto de un hombre enamorado del amor. Hay un momento en el que Félix se pregunta por qué le atrae esta historia y habla de “asomarse a un espejo oscuro”.
Noche de los enamorados es un libro sobre la justicia, un intento de reparación. Félix Romeo habla de “la evidencia de que la víctima se ha convertido en culpable. Ha pasado a ser la responsable de su asesinato. La que va a ser realmente juzgada”. Es un libro humanista: es la defensa de una víctima, no solo ante su asesino, sino ante la pereza, el apriorismo, la negligencia y la indiferencia que conspiran para admitir que, más o menos, Dulong solo dio un empujón a su mujer hacia la muerte. Es un libro feminista y al mismo tiempo una crítica a la generalización espuria. Esa crítica se ve en el psicólogo que, cuando le entrega un test a Félix en la cárcel y él se niega a responderlo, dice que ya se lo esperaba; también en los policías que dicen que están hartos de tener que ir a casa de Santiago Dulong y que la próxima vez que los avisen sea cuando haya sangre. Una exprostituta, alcohólica y probablemente infiel, una mujer por cuyo asesinato no protesta nadie, también tiene dignidad. Por supuesto, no merece que la maten; pero, además, no merece que la juzguen por su forma de vida. Noche de los enamorados, en cierta manera, reconstruye esa dignidad violada: lo hace recreando el crimen, desmontando el descuido y la parcialidad de la investigación, pero también especulando sobre la vida de María Isabel o emparentándola con personajes de la historia y la literatura, como Frida Kahlo, Artemisia Gentileschi, Sherezade u Ofelia. Esas referencias son todo lo contrario de la pedantería: son una forma de reconocer la dignidad de esa persona.
Tras el encuentro algo fantasmal al final de Félix Romeo con Santiago Dulong, Félix cita unas palabras que dirige en Discothèque Dalila Love al camionero que ha asesinado a su mujer: “dicta sentencia”, escribe Félix. La coda cita el registro civil y la partida de defunción de María Isabel Montesinos y Torroba: también es, de nuevo, el individuo y la institución, y la literatura trata de corregir una injusticia.
Podría decir muchas más cosas de estos libros, y podría decir muchas más cosas sobre Félix Romeo. No hay un día en el que no me acuerde de él y, como le pasa al narrador en Amarillo con Chusé Izuel, yo también a veces sueño con que regresa, después de un tiempo de descanso. No descarto que eso suceda. Entretanto, podemos leer estos libros llenos de talento y exigencia, de pasión por los libros y la cultura y la vida, pero también de dolor. Muestran una mirada personal que sabe contar la felicidad y el desgarro del amor, el peso incesante de la culpa, las dificultades de la libertad en las cuestiones más cotidianas, la capacidad emancipadora de la literatura y la amistad, y lo frágil y valiosa que es una vida humana.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).