Jakuta Alikavazovic: fantasmas en el museo

En marzo de 2020 la escritora pasó una noche sola en el Louvre después de pasar una serie de entrevistas. Quería escribir un libro sobre el museo y sobre su padre.
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Una noche en el museo. En marzo de 2020, la escritora Jakuta Alikavazovic (París, 1979) pasó una noche sola en el Museo del Louvre, en la sala de las Cariátides. Lo cuenta en Como un cielo en nosotros (Muñeca infinita, traducción de Vanesa García Cazorla), libro con el que ganó el Premio Médicis de Ensayo 2021. Alikavazovic llevó hasta el museo una cama plegable, después de haber pasado una serie de protocolos y de haber dejado a su bebé de unos nueve meses en casa. “Quiero escribir un libro sobre el Louvre, decía durante aquellas entrevistas, que era, o quizá no, auténticas audiciones. Quiero escribir un libro sobre el Louvre y mi familia. Sobre el Louvre y mi padre. Y a todo el mundo le parecía una idea magnífica. Honorable. Pero los espacios –o las obras que hay en ellos– perciben cosas que se nos escapan”. 

Todos los libros son libros de fantasmas. “Mi padre solía llevarme al Louvre. La historia del arte es un cuento de fantasmas para adultos, solía decirme. La historia del arte es lo que me transmitió en lugar de su propia historia, hábilmente borrada y trazada sin cesar a lo largo del tiempo. En efecto, el tiempo es su arte y el tiempo actúa a su favor gracias a la distancia que pone entre él y su origen a lo largo de los años, años durante los que, alguna que otra vez, en un detalle u otro, he aprendido a discernir un arrepentimiento, en el sentido pictórico del término, esa forma que aún se adivina bajo aquella.” Jakuta Alikavazovic es, además de escritora, traductora de, entre otros, David Foster Wallace y sabe que no solo las historias de amor, tal vez todas las historias sean en realidad historias de fantasmas. Aquí hay muchos: el fantasma del padre, el fantasma de un escritor que es el negro de otros; el fantasma del pasado. También el país fantasma en el que nacieron los padres de Alikavazovic: Yugoslavia, un país que ya no existe. Se cuentan algunas historias terribles con respecto a eso: el hermano de la madre fue asesinado en los noventa; los vecinos de la hermana del padre huyeron, pero antes, marcaron con tiza la casa de la hermana como una señal de que merecía ser eliminada. La tía no termina de entender: se habían ido juntos de vacaciones durante años a lo largo de su vida. 

Trampantojo. Alikavazovic desliza eneguida la posibilidad de que su propósito, pasar la noche en el museo, no sea después de todo completamente “honorable”. Siembra la sospecha de que va a cometer alguna transgresión, como hace, por ejemplo al comerse una chocolatina a pesar de que está prohibido llevar comida. Pero hay más: “Mi secreto es que  mi padre soñaba con saquear el Louvre, que ardía en deseos de saquear ese Louvre que tanto amaba y que me hizo cómplice de ese saqueo o del sueño de ese saqueo. ‘¿y tú cómo te las ingeniarías para robar La Gioconda?’ […] Mi secreto es que un día, un cuarto de siglo después de aquellas visitas al Louvre con mi padre, un hombre que aparentaba tener buenas intenciones, aunque en realidad no eran tan buenas, me dijo: ‘Seguro que te sientes muy aliviada de que tu padre no haya ido a la cárcel por ese robo en el museo’. […] Mi secreto es que esta noche he venido aquí para volver a ser la hija de mi padre”. 

Escribir/vivir. “Debería comenzar, me figuro, por el amor. Un sentimiento que es como un cielo dentro de nosotros. Y, como el cielo, siempre cambiante. El amor y las formas que intentamos darle. Para que surja. Para fijarlo. Fijarlo es traicionarlo: siempre pasa. O bien el sentimiento cambia, o bien lo hace la forma que había cobrado para nosotros. Un cuerpo o un rostro que ahora ha envejecido. Que mañana ya no existirá. A veces el amor sobrevive, solo.” Como un cielo en nosotros cuenta la relación de Alikavazovic y su padre y también va dejando pistas sobre la relación con el padre de su hijo. La escritura es otra de las patas del libro: “[el guarda de seguridad] Me preguntó si era la escritora, y esa pregunta todavía despierta en mí cierto orgullo, un orgullo del que me avergüenzo al instante, pues, aunque no siempre sabemos a ciencia cierta quién escribe en nuestro fuero interno, sí sabemos –al menos yo lo sé– quién se avergüenza. Solo una parte de nosotros puede escribir, solo una parte de nosotros puede estar orgullosa, pero la vergüenza la experimenta todo nuestro ser. La vergüenza nos une mucho más que cualquier otra cosa. Me preguntó si yo era la escritora.”

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