Klopp y Zidane: elogio de la locura

La locura de Zinedine Zidane, entrenador del Real Madrid es una locura tranquila. Otra cosa es la locura de Jürgen Klopp, entrenador del Liverpool.
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Después de alguno de los múltiples desastres ligueros o coperos, la prensa volvió a echarse encima de Zinedine Zidane, pero esta vez con la complicidad del Balón de Oro, Cristiano Ronaldo. Coincidía el portugués con la idea de que el club se había arriesgado demasiado al dejar salir a determinados jugadores clave como Morata, James o incluso Pepe. Jugadores que no eran titulares pero que ayudaban en las necesarias rotaciones para dar descanso a las estrellas por su veteranía y su calidad.

En definitiva, la decisión de Zidane de pasar de coleccionar galácticos comprados casi al peso a dar responsabilidades a chicos salidos de una selección sub 21 parecía una locura. Una locura bien intencionada que pareció que iba a funcionar en agosto pero que mostraba de nuevo lo “verde” que estaba el francés como técnico y sus limitaciones tácticas. Su empeño en confiar en Benzema no ayudaba ni entre la afición ni entre los expertos y las peticiones de dimisión o cese, si bien no multitudinarias, empezaron a aparecer en distintas columnas.

De esto han pasado varios meses, pero no los suficientes como para no acordarse cuando uno ve a Lucas Vázquez y a Marco Asensio volver locos a la defensa del Bayern de Munich y gestar conjuntamente el 1-2 que supuso la tercera victoria consecutiva del Madrid en el campo de su otrora bestia negra. A lo largo de este tiempo, lejos de optar por una solución más cuerda, Zidane ha doblado la apuesta: más Nacho, cuando ha estado sano, más Theo cuando ha hecho falta, más Lucas, más Asensio e incluso más Mayoral en alguna ocasión. Bale y Benzema han pasado a ser suplentes fijos en las grandes citas y todo el peso ha recaído definitivamente en los “inexpertos”, con los resultados que todo el mundo conoce.

Decir que el Real Madrid está ya en la final de Kiev es mucho decir. El año pasado el Bayern de Munich estaba en la misma situación cuando llegó al Bernabéu y solo una serie de desgraciadas decisiones arbitrales le impidieron salir como semifinalista. En una semana podría suceder algo parecido, más que nada porque los de Heynckes fueron muy superiores en la ida y hace muy poco que la Juventus demostró que la mandíbula del campeón no es tan pétrea como se supone.

Con todo, es indudable que está bastante más cerca de su tercera final consecutiva, la cuarta en cinco años. Desde que Zidane entrara a dirigir al equipo en enero de 2016, en medio de una crisis tremenda de resultados que se llevó por delante al muy razonable Rafa Benítez, aún no ha perdido una sola eliminatoria de Champions. A veces ha jugado muy bien, a veces ha jugado muy mal, a veces ha cometido errores de bulto en la preparación del partido y a veces ha mostrado hallazgos sorprendentes… pero perder no ha perdido nunca. Y creer en conspiraciones o casualidades se hace más difícil con una estadística tan contundente detrás. Zidane no solo ha hecho del Madrid un equipo campeón sino que ha conseguido emprender la renovación desde la victoria y hacerlo casi a coste cero. Mientras los demás se pegan por fichajes a 150 o 200 millones de dólares, él deja a Bale en el banquillo y se la juega con Isco, con Lucas, con Asensio… Así lo hizo en París, así lo hizo en Turín y así lo ha hecho de nuevo en Munich sin que ahora haya salido Cristiano a matizar nada.

La locura de Zidane es, con todo, una locura tranquila. Sonriente. Sin excesos. Zidane habla tranquilo, vocaliza tranquilo y no levanta casi nunca la voz. Tiene su discurso y apenas lo cambia. Para él, siempre han jugado bien y los chicos lo han dado todo, en eso parece Luis Molowny. Otra cosa es la locura de Jürgen Klopp. La locura de Klopp es wagneriana, rabiosa, de gesto crispado, euforia desatada y melena rubia al viento. La locura de Klopp no solo le permite vender a Coutinho por 150 millones mientras se queda con Salah, Mané o Firmino sino que permite vivir a su equipo en un constante estado de agitación.

El Liverpool, a diferencia del Madrid, es un equipo que pierde al menos tantas veces como gana, pero que en ambos casos enamora por su electricidad, su ataque constante, su obviar las más mínimas precauciones defensivas. Es ese Liverpool al que el Manchester City pudo meterle cinco goles en la primera parte de la vuelta de cuartos pero que acabó incluso ganando el partido. El Liverpool que metió cinco goles, tiró dos balones a los postes y falló unas cuantas oportunidades claras contra la Roma en Anfield… para después conceder dos tantos en los minutos finales y dar gracias todavía porque Dzeko no anduvo del todo fino.

Salvo que Manolas obre otro milagro; salvo que Lewandowski haga honor a su fama de delantero de élite, Real Madrid y Liverpool parecen condenados a enfrentarse en la final. La repetición de la de 1980. Queda mucho -90 minutos, puede que más- para que la noticia se confirme pero solo pensar en ello resulta de lo más atractivo: el desorden contra el caos. Hasta ahora, el Madrid ha demostrado ser implacable con todas las propuestas organizadas: la de Simeone, la de Guardiola, la de Emery, la de Allegri… está por ver cómo reacciona a la turbulencia constante de Klopp acostumbrados como están a ser ellos el relámpago.

Fuera como fuere, se haría historia: el primer club desde los años 50 en ganar cuatro Champions en cinco años o la primera derrota de Zinedine Zidane como técnico en la máxima competición europea. Disfrutemos de momento de lo que queda, que no parece poco: la Roma, efectivamente, buscará la magia del Olímpico para repetir la proeza contra el Barcelona y el Bayern intentará asaltar el Bernabéu con su habitual derroche de fuerza y contundencia. A los dos le hará falta en cualquier caso un punto de irracionalidad, de enajenación, de no pensar en las consecuencias. Solo la locura puede salvarles.

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(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.


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