Pensando en Vicente Rojo, tan editor como artista plรกstico;
y en Andrรฉs Leรณn Quintanar, tan publisher como editor.
โNuestras editoriales son un desastre, han desaparecido todos los archivosโ, dice Jaime Salinas en Cuando editar era una fiesta: Correspondencia privada, un libro publicado en 2020 que reรบne sus memorias y cuya ediciรณn estuvo a cargo de Enric Bou. Salinas sabรญa de quรฉ hablaba: editor de Seix Barral (de 1955 a 1964), de Alianza Editorial (entre 1965 y 1976), de Alfaguara (1976-1983) y de Aguilar (1985-1991), se desempeรฑรณ tambiรฉn, entre 1983 y 1985, como titular de la direcciรณn general del Libro y Bibliotecas, que dependรญa del Ministerio de Cultura de Espaรฑa, y estuvo a cargo de los archivos de la Residencia de Estudiantes de Madrid entre 1991 y 1998.
Tres aรฑos antes, en 2017, un editor al que conozco y admiro desde 1980, cuando me incorporรฉ al mundo del libro, me habรญa dicho: โCuando vendimos la editorial a un grupo espaรฑol entregamos todo: los archivos con los contratos y la correspondencia, los โtestimoniosโ de la historia editorial, los negativosโฆ meses despuรฉs, una de mis excolaboradoras โque se habรญa quedado a trabajar con el grupoโ se topรณ con unas cajas en el basurero: era mucho del archivo de nuestra editorial. Nunca pensรฉ en resguardarlo. Se perdiรณ allรญ la historia de una empresa de cincuenta aรฑosโ.
Al hablar del tema con Joaquรญn Dรญez-Canedo, le preguntรฉ por el archivo de Joaquรญn Mortiz: โalgo tenemos en la familiaโ, me dijo. โLa correspondencia de mi padre, probablemente, pero de los contratos firmados, estoy seguro que nadaโ. Joaquรญn y yo coincidimos en el Fondo de Cultura Econรณmica, y comentamos en innumerables ocasiones nuestro asombro por la Biblioteca Gonzalo Rojas, que se localiza en las oficinas principales de la editorial del Estado mexicano. Gracias a la iniciativa de Julia de la Fuente, se pueden encontrar allรญ casi todos los ejemplares editados a lo largo de una historia de mรกs de ochenta aรฑos, sus sucesivas reimpresiones, los textos de los que se tradujo un libro (en su caso), o los originales entregados por el autor. Un tesoro inmenso para la industria de la memoria.
Una editorial es, parafraseo a Roger Chartier, un proyecto intelectual, estรฉtico, ideolรณgico y โaรฑadoโ tambiรฉn un actor polรญtico: su catรกlogo es la cartografรญa de lo que quiere hacer pรบblico, lo que quiere divulgar, la conversaciรณn (como ha dicho Gabriel Zaid) que quiere provocar; los tรญtulos que edita son una brรบjula de su tiempo, y su archivo, la memoria de discusiones editoriales que tienen como propรณsito llegar a un acuerdo sobre un tรญtulo, negociar cambios en el texto, afinar detalles del contrato, de pagos de anticipos y regalรญas, del alcance de la distribuciรณn.
A finales del aรฑo pasado, debido al covid-19, muriรณ Andrรฉs Leรณn Quintanar, uno de los grandes editores mexicanos, director de Grijalbo y de Ocรฉano, socio fundador de Cal y Arena. Fue el primer editor de los libros de รngeles Mastretta y de una generaciรณn de escritoras que son ahora grandes figuras en el mundo del libro de la patria de la รฑ. Relanzรณ los textos de autores como Josรฉ Fuentes Mares y Alfonso Taracena, y junto a Carmen Gaitรกn-Rojo se dio a la tarea de persuadir a los periodistas Manuel Buendรญa y Miguel รngel Granados Chapa para que se convirtieran en autores de libros, mรกs allรก de la columna diaria que por entonces escribรญan. Andrรฉs Leรณn Quintanar participรณ en la fundaciรณn de La Jornada y auspiciรณ la investigaciรณn y la escritura del Diccionario Enciclopรฉdico de Humberto Musacchio, del que fue su primer editor. Fuimos amigos muy cercanos, lo creรญ eterno, y nunca le preguntรฉ por su archivo, por su correspondencia. Lo entrevistรฉ para la tesis doctoral que concluรญ hace unos meses en la Universidad de Cambridge, en donde me entregรณ documentos y datos con una acuciosidad solo concebible en alguien que se formรณ como contador. Desconozco el destino de su archivo, pero no tengo duda alguna de su valor para la historia de la ediciรณn y para la sociologรญa de la cultura.
En marzo de 2021 muriรณ tambiรฉn el artista plรกstico Vicente Rojo, cofundador de la Editorial Era. Desconozco igualmente si existe un archivo que albergue su correspondencia y obra, pero su pertenencia al Colegio Nacional y la meticulosidad que lo caracterizaba me permiten albergar ilusiones de que todo estรก preservado y en orden. Ojalรก sea posible conocerlo y consultarlo muy pronto en lรญnea.
Un mes antes, en febrero, se anunciรณ la venta de Siglo XXI Editores, uno de los proyectos editoriales mรกs originales e inteligentes de nuestro idioma, con cerca de dos mil tรญtulos publicados en casi cincuenta aรฑos. De la riqueza de su archivo nos podemos percatar, de manera somera, con la ediciรณn que la propia editorial ha realizado de los intercambios epistolares de su fundador, Arnaldo Orfila Reynal, con Alejo Carpentier, Julio Cortรกzar, Alfonso Reyes, Octavio Paz y Carlos Fuentes. Ese ejercicio de etnografรญa es invaluable para el mundo de la ediciรณn y del libro, y es vรกlido preguntar, entonces, por el destino de los archivos de la editorial; por sus negativos, respaldos electrรณnicos, correspondencia, por los ejemplares โlas primeras edicionesโ editados a lo largo de los aรฑos. Es cierto que la compra-venta es la operaciรณn de una empresa privada, pero tambiรฉn es cierto que esa empresa es la propietaria de un bien pรบblico: la memoria colectiva.
La memoria, uso una frase de Borges, es un laberinto roto. Y es frรกgil, muy frรกgil.