Conozco a un vienés por adopción que dice que en Viena el flâneur hace bien en pasearse por sus calles mirando hacia arriba. En más de un sentido tiene razón. Muchos detalles de la belleza arquitectónica de esta ciudad se encuentran muy por encima de la altura normal del ojo transeúnte, y la mirada atenta hacia lo alto nos descubrirá una gran variedad de ornamentos (esculturales, tipográficos, pictóricos, etc.) de los que las fachadas a nuestro alcance solo proporcionan a veces un atisbo.
No se trata únicamente de las miríadas de habitantes de piedra que, aparte de sus casi dos millones de habitantes de carne y hueso, pueblan la ciudad: los desfiles de angelotes y arcángeles, de hetairas, ninfas y cariátides, de sátiros y atlantes, de humanoides ménsulas entreveradas de motivos faunescos, florales o castrenses, tan típicas del barroco o el clasicismo y de sus imitaciones de finales del siglo XIX y principios del XX. Allí arriba se descubre mucho más: alguna vetusta heráldica corporativa, la antigua tipografía de una importante empresa ya desaparecida, el oro de un ornamento floral o mecánico de la escuela de Otto Wagner o Joseph Maria Olbrich (repetidos, casi hasta el cansancio, en cualquier ciudad de provincias de los antiguos Kronländer de la monarquía austrohúngara), la delicada filigrana en hierro fundido creada por los Talleres Vieneses.
Una larga historia de sostenibilidad
Pero el patrimonio construido de Viena no se limita solo a la arquitectura a veces algo rimbombante que tanto criticó Hermann Broch en su análisis del kitsch en su ciudad natal (“una ausencia de valores que se encubre con un exceso de presuntos valores estéticos”; una frase, por cierto, que bien podría aplicarse a buena parte del arte y la literatura producida hoy), sino que se extiende también a lo construido a partir del derrumbe de la monarquía, cuando en 1919 la Socialdemocracia llegada al poder concibiera un plan masivo de construcción de viviendas para las clases de menores recursos; un plan que sigue siendo hoy un modelo para toda Europa, con maravillosas joyas arquitectónicas repartidas por cualquier rincón de la ciudad.
También allí vale la pena detenerse en sus fachadas y mirar hacia arriba, donde, en una moldura, un relieve, un mosaico o un conjunto escultural, el caminante hallará la firma de importantes artistas austriacos que se involucraron con entusiasmo en esos planes de reforma arquitectónica, urbanística y social. Incluso en edificios de la postguerra y de fechas posteriores, cuando el mencionado plan –ahora con menos recursos y apremiado por la urgencia de recuperar viviendas e infraestructuras destruidas por las bombas– siguió construyendo inmuebles de menor valor estético, pueden verse todavía las huellas de esa voluntad de poner una nota estética en la faz urbana.
De esos últimos, tal vez los ejemplos más conocidos, por su nuevo estatus como atracción turística, son las obras diseñadas por Friedensreich Hundertwasser, autor no solo de edificios de viviendas en Austria y Alemania (el más famoso de los cuales se encuentra en el tercer distrito vienés, en la esquina de la Kegelgasse con la Löwengasse), sino de la planta de incineración de residuos de Spittelau (que produce una buena parte de la calefacción central para la ciudad), de escuelas, mercados, viviendas unifamiliares, guarderías o parques.
En la actualidad, 500 mil personas habitan en Viena en viviendas sociales, una cifra nada despreciable si se considera que la población total de la ciudad no llega a los dos millones.
Una nueva Viena en las azoteas
Pero no solo en el aspecto social de su arquitectura es Viena una ciudad pionera y un modelo de sostenibilidad. No son los inmuebles mencionados los únicos cuyo valor estético merece una atenta mirada hacia arriba. Una nueva ciudad se alza actualmente en los tejados de la capital danubiana: una urbe ultramoderna, mordazmente liberal y, al mismo tiempo, sostenible.
Viena es, de todas las ciudades del mundo, la primera y más avanzada en un tema que hoy ocupa a muchísimos arquitectos y urbanistas de todo el mundo: lo que en alemán se llama Aufstockung (ampliación hacia arriba). Ante un déficit cada vez mayor de terreno edificable, el encarecimiento del suelo y la creciente especulación inmobiliaria que esto conlleva, muchos ayuntamientos, instituciones, propietarios y constructoras se han puesto de común acuerdo para aprovechar las azoteas de sus edificios históricos.
Más de mil nuevas ampliaciones se edifican cada año en las azoteas vienesas. Esa ha sido la regla desde los años noventa, y según un estudio reciente, aún quedarían 15 mil potenciales tejados sobre los que ampliar el espacio habitable de la ciudad. Pero hacia arriba.
Todo empezó en 1988, cuando el estudio de arquitectos Coop-Himmelb(l)au erigió un ultramoderno espacio habitable a base de acero y cristal en la azotea del edificio marcado con el número 6 en la Falkestraße, en pleno centro histórico. Aquel fue el primer proyecto arquitectónico deconstructivista a nivel mundial, por lo que actualmente es sitio de peregrinación para estudiantes de arquitectura llegados de todos los confines del planeta.
A esa primera ampliación le han seguido otras decenas de miles, algunas que son verdaderas joyas, como la llamada “Aldea tunecina” (Tunisian Village), a veinte metros por encima de la Radetzkystraße, en un edificio de finales del siglo XIX, o la situada en la Margaretenstraße 9.
Se calcula que hasta el año 2030 en Viena habrá un 16% más de habitantes que en la actualidad, y un 27% de la demanda habitacional derivada de ese aumento piensa cubrirse por medio de estas “ampliaciones hacia arriba”. Otra parte se solucionará gracias a la gran cantidad de suelo edificable que está todavía en manos del Ayuntamiento vienés.
Tal vez uno de los proyectos constructivos más espectaculares se encuentra en la zona antes industrial de Simmering: es el llamado “Gasometer”, cuatro gigantescos depósitos de gas del año 1896, cuyas paredes de ladrillo rojo se mantuvieron en desuso durante varias décadas (decorado, por cierto, de algunas escenas en una de las películas de James Bond, The Living Daylights, de 1987). Hoy el Gasómetro es un complejo constructivo que incluye residencia estudiantil, viviendas, una sala de espectáculos e infinidad de comercios.
Ahora bien: donde la nueva tendencia entra en cierta contradicción con la sostenibilidad es en los precios. Por ahora, las ampliaciones hacia lo alto en la capital austriaca solo pueden costeárselas bolsillos muy privilegiados. Las alturas, por el momento, vuelven a ser un enclave principesco.
Sin embargo, el modelo vienés ha sido bien acogido e imitado en otras capitales europeas siguiendo un principio distinto de sostenibilidad: no solo ofrecer espacio habitable sin dar entrada a la salvaje especulación con el suelo, sino ofrecerlo a precios costeables. Ya en 1989, un ayuntamiento parisino contrató al arquitecto Patrick Magendie para la creación de un complejo habitacional en un bloque de edificios de viviendas sociales construido en la década de 1930 a orillas del Sena.
Según informaciones recientes, el Ayuntamiento vienés está estudiando la posibilidad de “ampliar hacia arriba” algunos de los edificios que todavía hoy albergan las más de 60 mil viviendas construidas por la ciudad entre 1919 y 1934. Una tarea gigantesca, pero, a la larga, más rentable de cara al propósito de que esta ciudad siga ostentado el número uno en habitabilidad en todo el mundo.
José Aníbal Campos (La Habana, 1965) es germanista, traductor y ensayista. Desde el año 2007 es el traductor al español de Peter Stamm.