Escena de la pelĆ­cula "La soledad del corredor de fondo" (Tony Richardson, 1962).

La soledad del corredor de fondo

"Siempre he hablado de lo normal: que me hice escritor leyendo; pero debo decir que tambiƩn corriendo."
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ComencĆ© a correr en los aƱos setenta en Monterrey. El trĆ”fico era mĆ”s amable, pero no los conductores o pasajeros de autos, que ante la todavĆ­a novedad de ver a alguien corriendo se veĆ­an tentados de soltar algĆŗn denuesto o arrojar una lata de refresco. Las chicas decĆ­an algo sobre mis piernas, pero a los hombres no nos incomodan las lisuras. AĆŗn no existĆ­a el Walkman, asĆ­ es que nadie escuchaba mĆŗsica mientras corrĆ­a.

Cuando galopaba largas distancias, preparĆ”ndome para un maratĆ³n, entraba en contacto con aspectos cardinales de la condiciĆ³n humana: el entusiasmo, el individualismo, la soberbia, el dolor, el cansancio, el heroĆ­smo, la juventud, la inmortalidad, el desaliento, la fuerza de voluntad, la libertad y la soledad.

Hasta parece que Lope de Vega corrĆ­a cuando escribiĆ³:

A mis soledades voy
de mis soledades vengo
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.

AsĆ­ como los filĆ³sofos tienen en Heidelberg su Philosophenweg y tal como Immanuel Kant siempre necesitĆ³ de sus caminatas para pensar, quien tenga alma de escritor o poeta podrĆ” suponer que en cualquier sitio que elija para correr ha de existir un Dichterweg. Siempre he hablado de lo normal: que me hice escritor leyendo; pero debo decir que tambiĆ©n corriendo. Tengo deuda con Cervantes y con Lasse VirĆ©n.

En algĆŗn momento me enterĆ© que Alan Sillitoe habĆ­a escrito una historia titulada The loneliness of the long-distance runner, pero dejĆ© pasar aƱos antes de leerla, pues supuse que el tĆ­tulo era mĆ”s sugerente que la narraciĆ³n. Trata de un chico al que ponen a correr en el reformatorio. Ɖl dice: ā€œEl asunto de correr largas distancias es lo mejor, porque me hace pensar tan bien, que aprendo cosas aĆŗn mejor que cuando estoy solo en camaā€. Luego agrega: ā€œEs un privilegio, ser un corredor de fondo, solo, apartado del mundo sin un alma que te ponga de mal humor o te diga quĆ© hacerā€¦ A veces pienso que nunca he sido tan libre como en ese par de horas en las que troto por el senderoā€. Vale la pena leer esta historia, aunque no llegue a alcanzar el nivel artĆ­stico y espiritual que sugiere el tĆ­tulo.

TambiĆ©n recomendable es Lovelock, de James McNeish. La historia del neozelandĆ©s ganador de la medalla de oro en BerlĆ­n, su relaciĆ³n con Otto Peltzer, el corredor que Hitler encarcelĆ³ por ser homosexual, y su hartazgo por romper marcas mundiales cuando lo que Ć©l deseaba era convertir una carrera en una obra maestra. Jack Lovelock, con su eterna cara de mocoso inglĆ©s, acabĆ³ muerto bajo las ruedas del metro de Nueva York, quiĆ©n sabe si accidental o voluntariamente.

Alguna vez escribĆ­ una novela sobre un maratonista que corre en solitario, estableciendo su lĆ­nea de salida en la catedral de Monterrey, arrancando al mismo tiempo que los competidores olĆ­mpicos de 1924, para medirse contra ellos. Muy conmovido quedĆ© cuando ese aƱo los organizadores del MaratĆ³n de Monterrey decidieron marcar la salida en la propia catedral de Monterrey para homenajear al modesto maratonista de ficciĆ³n.

En el 2003 estuve viviendo en BerlĆ­n. En una pista frente la Auguste-Viktoria-Strasse me inventĆ© una celebraciĆ³n: mi cumplemaratĆ³n. Para los que aĆŗn estĆ©n a tiempo de hacerlo, les dirĆ© en quĆ© consiste: en correr la distancia de un maratĆ³n el dĆ­a en que se cumplen 42 aƱos y 195 dĆ­as. En la meta puede esperar una botella de champaƱa.

Ahora que vine a vivir a las montaƱas estoy recuperando el gusto por correr, ganando poco a poco distancia y velocidad. Me siento bien, pero no voy a caer en ese lugar comĆŗn y absurdo de decir que me siento como si tuviera veinte aƱos, porque solo un veinteaƱero puede sentirse asĆ­, aunque no todos. Por eso ChĆ©jov parafraseĆ³ a Pushkin: ā€œBendito el que fue joven en su juventudā€.

Me sobreviven aspectos de la condiciĆ³n humana que experimentaba corriendo cuando joven; pero al frisar los sesenta, se suma el presentimiento de la muerte, la finitud, las ilusiones perdidas, las oportunidades perdidas, el paso del tiempo que ya no se mira en el cronĆ³metro sino en el calendario, los que ya se fueron, la nada, y esa frontera del esfuerzo que dice ā€œprohibido pasarā€, a menos que quiera tener como lugar de fallecimiento un camino de terracerĆ­a en la sierra de Guadarrama junto a un pueblo llamado Peguerinos.

Mientras tanto, con la respiraciĆ³n entrecortada y las piernas sumidas en nostalgia, vuelvo a saber que la soledad del corredor de fondo es la mĆ”s bella de las soledades.

Quien lo probĆ³, lo sabe.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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