En el verano de 2020, el fenómeno cultural del kpop dejó de escucharse solo en las secciones de música y cultura de los medios internacionales, y llegó a las de política. El debut de los kpopers como actores políticos se produjo ese mes de junio, cuando, junto a varios grupos de tiktokers, boicotearon un acto del entonces presidente Donald Trump en Tulsa, Oklahoma. Desde sus casas, fanáticos de todas las edades pidieron miles de boletos, con la intención de no utilizarlos. Como resultado, el día del evento el estadio estaba prácticamente vacío. Semanas más tarde, los fans de BTS (el grupo musical más importante del momento, cuyo nombre completo es Bangtan Sonyeondan, que se traduce como Boy Scouts a prueba de balas), identificados como ARMY (siglas de Adorable Representative M.C. for Youth) recaudaron, en menos de 24 horas, un millón de dólares en apoyo al movimiento Black Lives Matter.
Desde entonces, los actos políticos y filantrópicos de estos grupos de fans (fandoms) no han dejado de aparecer en los encabezados. En Colombia, Chile, Estados Unidos e India, entre otros países, han boicoteado algunas tendencias en redes sociales que “incitan al odio”, desinforman o deslegitiman movimientos sociales, como sucedió en Colombia a raíz del paro nacional en abril pasado. Los fandoms sabotean estas tendencias compartiendo fancams –videos de pocos segundos de estrellas de kpop– que hacen imposible encontrar los mensajes de apoyo a las causas que originalmente promovieron los hashtags. Otras de sus acciones han sido obstaculizar intentos de rastreo policiaco en protestas y recaudar grandes cantidades de dinero para diversas causas.
Como explica el documental Kpop Evolution, este género musical apareció durante la década de los noventa con el grupo Seo Taiji and Boys, que mezclaba ritmos y estilos de música tradicional coreana con una sensibilidad más occidentalizada. Desde sus inicios, el kpop combinaba rap, melodías y bailes, por lo que su definición como género musical es amplia y cambiante. De cierta forma, es un movimiento estético que no se limita a la música –cuyas letras casi siempre están en coreano, mezclado con un poco de inglés–, sino que suma intrincadas coreografías, vestuarios, videos y otros elementos audiovisuales. Pero el peso más significativo está en la fuerte conexión entre los artistas de kpop y sus admiradores a través de redes sociales, videos, documentales y detrás de cámaras. Esta conexión se ha hecho aún más estrecha debido a la cultura del stanning que ha aparecido en torno a los grupos de kpop. Una diferencia con otros fandoms es la barrera cultural y lingüística al momento de consumir kpop. Las canciones, los mensajes y todo tipo de contenido extra suelen estar en coreano. Esto hace difícil escucharlo de manera pasiva, pues obliga a buscar traducciones, contextos culturales y a comparar distintas fuentes.
Mi interés por el mundo del kpop surgió el año pasado, a comienzos de la pandemia. Por al menos tres meses no escuché otra cosa que no fuera BTS. La inmensa cantidad de contenido en torno a esta banda me capturó, y lo que comenzó con un conocimiento superficial de sus integrantes me llevó, el 21 de mayo pasado, a ser una de las tres millones de personas que esperaba con ansias la premier de su último sencillo, “Butter”. Me impresionó no solo el ambiente de festividad en el fandom, sino también el compromiso con el que se dieron a la tarea de romper récords desde el inicio: en sus primeras 24 horas, el video del lanzamiento juntó 108 millones de visualizaciones en YouTube. Para conseguirlo, miles de personas en el mundo se dedicaron a hacer streaming de la canción en todas las plataformas posibles, siguiendo con cuidado las reglas específicas para impactar los rankings musicales, de manera tal que la canción lleva siete semanas siendo la número uno a nivel mundial en el ranking de Billboard.
Las ARMY, que apoyan a la banda BTS, inundan las redes sociales desde cuentas individuales, cuentas informativas y de investigación: publican fotografías y videos, organizan eventos por países, traducen el contenido de la banda, escriben historias, hacen dibujos. Las personas que forman parte de estos fandoms están dispuestas no solo a dedicar su tiempo, dinero y atención a todas las actividades de los grupos musicales, sino también a crear contenido y generar comunidad. Quizá lo más interesante sea que se trata de un esfuerzo horizontal que no responde a las opiniones de los músicos que admiran, pues los grupos de kpop no suelen posicionarse políticamente, sino que los fans se organizan de manera independiente.
El impacto global de estas comunidades comienza a pequeña escala, entre personas que se encuentran a través de un gusto personal, que se organizan por ciudades, países o idiomas, para celebrarse entre sí o discutir los problemas internos del fandom. De ninguna manera se trata de un monolito piramidal con los artistas a la cabeza.
Lo que los sostiene, finalmente, es formar parte de una red mundial de personas dispuestas a escucharse y apoyarse entre sí. Sus acciones trascienden simples gustos musicales. Esto se refleja en sus diversos actos filantrópicos, que pasan por plantar árboles, donar sangre o abrir escuelas. Por ejemplo, el pasado mes de abril, en Filipinas, los fandoms de BTS y otros grupos de kpop como EXO se organizaron para abrir alacenas comunitarias y ayudar a las personas con necesidades durante la crisis sanitaria por covid-19. A nivel mundial, los sistemas organizativos de los fandoms toman consignas y las difunden a millones de personas. Es este nivel de organización, difusión de información y compromiso lo que distingue a los fandoms de kpop de otros grupos de fans. En México, los fandoms existen y están organizados. Si bien se han mantenido fuera de la política nacional, podrían hacer en el futuro algo como lo que han hecho sus pares en otras partes del mundo.
Desde mi rincón del mundo, percibo a los fandoms del kpop como una comunidad dinámica: de creadores, activistas interesados por la justicia social y, sobre todo, de personas con interés por entender una cultura diferente a la suya, además de una gran capacidad de organizarse a escala mundial. Y lo más importante es que no parecen dispuestos a detenerse.