La Habana: cuerpos, política y arquitectura

El libro “La Habana moderna”, coordinado por Rubén Gallo, explora la compleja historia de la capital cubana a la luz de su arquitectura.
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La Habana: el sitio donde el capital privado erigió los edificios más emblemáticos de la primera mitad del siglo XX y donde el tiempo, a partir de la Revolución, quedó suspendido junto a cualquier cambio físico que es propio de las ciudades. La isla donde las estructuras físicas cambiaron sus funciones de turismo colonial para operar como aparatos que ayudaban a ampliar el mensaje revolucionario. El territorio donde se instauró una utopía social que dejó tras de sí un conjunto de ruinas. El espacio donde convergieron las contradicciones y donde se erigió la modernidad con una contundencia palpable.

Editado por Rubén Gallo, el volumen La Habana moderna (Arquine, 2023), producto de un seminario que Gallo impartió junto a Beatriz Colomina en la Facultad de Arquitectura de Princeton, reúne nueve textos críticos que revisan el ejercicio de la disciplina arquitectónica en Cuba. A lo largo del siglo XX, las condiciones que marcaron la práctica de la arquitectura fueron divergentes. Las construcciones, en sí mismas, mantienen relaciones con la política pre y posrevolucionaria; de ahí que el estudio de la arquitectura cubana tenga que realizarse desde diversas aristas, como la historiografía, los estudios de género y los estudios literarios.

Los estudios reunidos en la compilación abarcan un periodo de apenas cuarenta años y se aproximan a una disciplina que tuvo divergencias al interior de la propia isla: la embajada soviética de Alexandr Rochegov, proyectos de arquitectos extranjeros como la embajada de Estados Unidos de Harrison y Abramovitz y edificios de mayor riesgo formal erigidos bajo el auspicio de la Revolución, como las Escuelas Nacionales de Arte forman un abanico de una disciplina que no trabajó bajo un solo registro. Esta heterodoxia de estilos también es una muestra de las tensiones ideológicas que justificaron muchas de las decisiones constructivas en Cuba.

Antes del levantamiento de Fidel Castro, los arquitectos modernos más prominentes, como Nicolás Arroyo, tenían una cercanía con el régimen de Batista. Bajo ese contexto, la unión entre “el capital privado y los encargos gubernamentales” hizo que la disciplina viviera un momento por demás próspero. Fue en la década de los cincuenta cuando se diseñaron algunos de los conjuntos más importantes: el Teatro Nacional, la Ciudad Deportiva y el Habana Hilton. No obstante, dice Rubén Gallo, al inicio de la Revolución “la pregunta sobre lo que era arquitectura revolucionaria y lo que no, más que una invitación a la especulación crítica, servía para trazar una línea divisoria entre los proyectos que estaban dentro y los que estaban fuera.” El leitmotiv que provocó esta polarización en la disciplina arquitectónica fue el pronunciamiento de Fidel Castro ante los intelectuales que contiene el lema “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada.”

Por ello, en Cuba se impuso lo que Gallo llama una “temporalidad revolucionaria”. En seis décadas desde el triunfo de la revolución castrista, nada fue construido: “el tiempo parecía haberse detenido en 1959 y la capital se convirtió en una vitrina de arquitectura moderna”, un “futuro prometido [que] se vive ahora como una reliquia”.  No obstante, en Cuba la modernidad no fue construida ni experimentada como un monolito que contenía un sentido único, por mucho que se esforzaran los regímenes políticos para que así fuera. A pesar de la rigidez revolucionaria y del bloqueo económico estadounidense, el diálogo cultural siguió: las visitas de Jean Paul-Sartre y Simone de Beauvoir, las arquitecturas más experimentales y las prácticas sexuales disidentes son también parte de la historia de la isla. Los nueve textos de La Habana moderna exploran esas contradicciones que fueron por demás productivas para el quehacer arquitectónico y para el ámbito cultural.

En “Revuelta en Radiocentro. El bar-laboratorio, los molestos silencios de Caignet y la radio-ejecución de Batista”, el arquitecto y escritor español Andrés Jaque analiza el edificio Radiocentro CQM, proyectado por Martín Domínguez Esteban, Miguel Gastón y Emilio del Junco. Originalmente, la obra se destinó a la transmisión informativa, al entretenimiento y a la educación sentimental de la ciudadanía prerrevolucionaria. Sin embargo, sus funciones fueron alteradas cuando el Movimiento 26 de Julio, organización que combatía a Batista, tomó sus instalaciones para difundir el mensaje de que el dictador había sido asesinado. Según consigna Jaque, fue el 13 de marzo de 1957 cuando José Antonio Echeverría, líder revolucionario y estudiante de arquitectura, anunció el asesinato.

Para Jaque, la ocupación de Radiocentro CQM activa lecturas más complejas que la coyuntura política. El cambio de usos arquitectónicos y tecnológicos rearticuló a la sociedad cubana. Goar Mestre, director ejecutivo de la radiodifusora, estaba comprometido con un “proyecto [de] radio-colonial” que unificaría a Cuba en “un tiempo común, un consumo común y promesas comunes de movilidad social y territorial (importados por Estados Unidos)”. El periodo en el que Radiocentro sirvió a la agenda de Batista no impidió que el mensaje revolucionario se apropiara de una infraestructura que ya marchaba como un aparato de cohesión social. En palabras de Jaque, “El Movimiento 26 de Julio confrontó muchos de los intereses, ideologías y formas de colonialismo a los que servía Radiocentro, pero también creció como la realidad material y performativa que encarnaba Radiocentro. La Revolución creció en forma de arquitectura moderna y a través de la arquitectura moderna.”

Las Escuelas Nacionales de Arte de la Habana, de cierta manera, marcan el camino contrario al del edificio de Radiocentro. En lugar de que la Revolución pusiera al servicio de su causa a la arquitectura que la precedió, las escuelas escaparon al mensaje pedagógico castrista. Así lo expone el investigador estadounidense Miguel Caballero en “Una arquitectura amanerada. Danza, homosexualidad y literatura en las Escuelas Nacionales de Arte de La Habana”. Tomando como punto de partida las autobiografías de las bailarinas Alma Guillermoprieto y Lorna Burdsall, Caballero se aproxima a un desarrollo arquitectónico que escapó a “la unidad sin discrepancia y la ortodoxia ideológica” de Castro.

Diseñadas por Ricardo Porro, las escuelas son abundantes en líneas curvas que semejan el cuerpo humano, formalismos que posteriormente el régimen acusó de ser caprichos burgueses y que ocasionaron el exilio del arquitecto en 1966. A este panorama político se añaden los textos autobiográficos que cita Caballero. Guillermoprieto declaró que la estructura del edificio no permitía la suficiente libertad creativa, mientras que la práctica de Burdsall estuvo estimulada por “los espacios inusuales” de las aulas. Finalmente, ambas bailarinas tuvieron que lidiar con una imposición revolucionaria: las Escuelas, en realidad, debían heterosexualizar al nuevo hombre cubano. Lo que ocurrió fue una paradoja. “Si bien [las escuelas] se concibieron para segregar, curar y reeducar”, dice Caballero, “la plasticidad de su diseño y sus posibilidades de juego, habitabilidad y tránsito agravaban la dolencia que decían atajar”. Por ello, la propuesta de Porro fue leída por el régimen con una irónica perspectiva de género, y se le acusó de ser una arquitectura “amanerada”, más en consonancia con la estética neobarroca que otros opositores al régimen estaban poniendo en marcha. “Eran espacios impredecibles donde habitaban artistas impredecibles, en un momento en el que lo impredecible era contrarrevolucionario”.

El curador Iván L. Munuera, uno de los autores del libro, identifica que la arquitectura cubana se desarrolló en una “constelación de cuerpos y política materializada en la arquitectura”. En las páginas de La Habana moderna queda patente que la arquitectura proyectada durante el régimen de Batista y la llegada de la Revolución que provocó el exilio de casi todos los arquitectos modernos no son dos momentos plenamente diferenciados, sino tensiones en oposición que tuvieron consecuencias en los edificios que habitaron y habitan los ciudadanos de Cuba. Además de los estudios de Andrés Jaque y Miguel Caballero, los cambios o subversiones de las funciones estructurales y sociales en edificios pre y posrevolucionarios, así como el contexto político que informó al diseño moderno cubano, son exploradas por Mark Wigley en una investigación dedicada al Edificio Girón o en los nutridos textos de Terence Gower y Darja Filippova sobre la embajada estadounidense y la soviética, respectivamente.

Con este volumen, la editorial Arquine entrega una publicación consistente dentro de un catálogo que ha explorado la arquitectura moderna latinoamericana y contemporánea. Por su parte, las voces reunidas por Rubén Gallo permiten pensar una compleja historia política a la luz de la arquitectura y de otras manifestaciones estéticas, constituyendo páginas fundamentales para las reflexiones interdisciplinarias. ~


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