Johann Gottlieb Becker (1720-1782), dominio público, via Wikimedia Commons

Minoría de edad

¿Qué es la ilustración en nuestros días? ¿Acaso algo que ya pasó y perteneció a otro siglo? ¿Continuamos con una minoría de edad autoimpuesta como la que describió Kant?
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El clérigo Johann Friedrich Zöllner estaría muy olvidado por la historia si no fuese porque en un artículo de 1873 se le ocurrió preguntar “¿Qué es la ilustración?”. Si bien la fama no le llegó por preguntón, sino porque a Immanuel Kant le vino en gana responderle con un ensayo. La propia respuesta es un llamado a ilustrarse.

Ilustración es la ruptura del hombre con esa minoría de edad autoimpuesta. Tal minoría de edad viene de la incapacidad para usar la propia mente sin la guía de otro. La minoría de edad es autoimpuesta si no es provocada por la falta de entendimiento sino por la falta de audacia para utilizarlo sin guiarse por los demás. Sapere aude! ¡Ten valor para utilizar tu propio intelecto!, es el lema de la ilustración.

Este párrafo que cito es el que citan todos los que hablan del ensayo de marras. Valdría la pena que usted buscara el texto completo en alguna librería o portal.

Kant juega en dos pistas. Por un lado se acerca a definir “ilustración”, por otro está jalando las orejas del lector para que se ilustre. “Pereza y cobardía son las causas por las que tantos hombres continúan siendo por su gusto menores de edad durante toda su vida”, y es que “es muy cómodo ser menor de edad”.

Aprovecha para comentar sobre la autoridad: “El monarca degrada su propia majestad cuando mete las narices en los textos con que sus súbditos tratan de clarificar sus propias opiniones; la degrada cuando pretende someterlos al control gubernamental; y tanto peor si lo hace por considerar que su criterio es superior”.

La pregunta de Zöllner fue tomada por otros pensadores de la época, cuyas respuestas no fueron tan relevantes como la de Kant. Optimistamente, Karl Leonhard Reinhold, concluyó que “la naturaleza, para beneficio del hombre, dispuso que el reino de la estupidez se destruyera a sí mismo, y la parte más oscura de la razón humana tendrá que, al final y contra su voluntad, impulsar la ilustración”.

Por su parte, agarrando monte, Moses Mendelssohn resuelve que: “Una nación educada no conoce otro peligro que el exceso de felicidad nacional, el cual, como la más perfecta salud en el cuerpo humano, puede en sí misma considerarse una enfermedad, o la transición a una enfermedad. Una nación que, a través de la educación, ha llegado a la cima de su felicidad está por esa misma razón en peligro del colapso, pues ya no puede ascender a un punto más alto”.

Vaya uno a saber si esta cima es alcanzable o si mucha salud es una enfermedad; vaya uno a saber si la naturaleza dispuso que la estupidez se destruyera a sí misma; en cambio sí suena razonable y hasta palpable aquello que menciona Kant sobre la minoría de edad.

Como grito de guerra, vale el Sapere aude!, pero hay que sumarle el délfico “Conócete a ti mismo”, el socrático “Una vida sin examen no merece la pena vivirse”, el “Tolle lege” de San Agustín y aquel “Leer, leer y ser osado”, de Griboyédov.

¿Qué es la ilustración en nuestros días? ¿Acaso algo que ya pasó y perteneció a otro siglo? ¿Continuamos con una minoría de edad autoimpuesta? ¿Esa minoría de edad es más infantil que en la era de Kant?

Ilustración, Enlightenment, Oświecenie, Aufklärung, en los distintos idiomas se hace alusión a la idea de iluminar algo oscuro; en el original francés se le llama Siècle des Lumières. No es un nombre espontáneo. Mucho antes de Kant y Voltaire, el verbo “ilustrar”, en aquel poético diccionario de autoridades, lleva las acepciones de “dar luz o aclarar alguna cosa, ya en sentido espiritual de doctrina o ciencia”, también “inspirar o alumbrar interiormente, con luz sobrenatural y divina”, o bien “engrandecer, ennoblecer alguna cosa”.

Jeremy Bentham escribió que “solamente el tiempo puede ilustrar a la ignorancia”. De acuerdo, siempre y cuando se haga algo con ese tiempo, pues el mero paso de los años agudiza la ignorancia. Los alemanes tienen el proverbio: “Lo que no aprendió Juanito nunca lo sabrá Juan”. Los motivadores dirán que siempre estamos a tiempo para algo. Más sensato, en su “Lamentación de octubre”, Porfirio Barba Jacob escribió: “Pero la vida está llamando, y ya no es hora de aprender… Pero la vida está pasando, y ya no es hora de aprender… ¡Pero la vida está acabando, y ya no es hora de aprender!”.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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