Ni Federer ha sido el mejor de 2017 ni Nadal es el mejor tenista de la historia

La generación de tenistas nacidos en los ochenta y noventa –Djokovic, Murray, Nishikori, Berdych, Raonic, el propio Wawrinka- ha sufrido una plaga de lesiones de la que, curiosamente, solo se han salvado dos de sus miembros más veteranos, y con matices: Rafa Nadal y Roger Federer.
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El 4 de agosto, el tenista suizo Stan Wawrinka anunciaba su retirada para el resto de la temporada debido a una lesión de rodilla que requería pasar por el quirófano. El anuncio llegaba casi un mes después de su último partido, en Wimbledon, y casi dos después de su última victoria, en las semifinales de Roland Garros. A los 32 años y pese a no competir de facto durante los últimos cinco meses del circuito, Wawrinka consiguió clasificarse en noviembre para las ATP World Tour Finals de Londres, es decir, para el torneo que reúne a los ocho mejores jugadores del año. Media temporada le había valido para acabar como número siete del mundo, aunque su renuncia obligada a participar le haya hecho caer al número nueve.

Es un hecho paradigmático de lo que ha sido la temporada: la generación de los ochenta y primeros noventa –Djokovic, Murray, Nishikori, Berdych, Raonic, el propio Wawrinka- ha sufrido una plaga de lesiones de la que, curiosamente, solo se han salvado dos de sus miembros más veteranos… y con matices: Rafa Nadal solo pudo disputar un partido en las citadas World Tour Finals antes de retirarse con el tendón rotuliano destrozado y Federer ya había tenido un verano negro después de lesionarse la espalda en Montreal que probablemente le costara ser tan poco competitivo en el US Open.

¿Han sabido los jóvenes tomar el relevo? La victoria de Grigor Dimitrov en Londres podría indicarlo así: el búlgaro ha acabado como número tres del mundo con Alexander Zverev y Dominic Thiem pisándole los talones. Los tres nacieron en los noventa. Otra cosa es que este triunfo, como los del propio Zverev en Roma y Montreal, la final de Nick Kyrgios en Cincinnati o el excelente torneo final de David Goffin, que logró imponerse a Nadal y a Federer en apenas cinco días, signifiquen realmente un relevo. Más que un triunfo por mérito deportivo ha sido una mera cuestión de supervivencia: casi todo el mundo estaba con muletas y Roger Federer y Rafa Nadal -67 años entre ambos- no podían ganarlo absolutamente todo…. aunque cerca estuvieron.

Y es que, entre tanta desgracia, los nombres del suizo y el español destacan sobre todos en una temporada gris tirando a negro. Nadal ganó dos torneos del Grand Slam para un total de seis en el total del año mientras que Federer se impuso en los otros dos grandes y sumó siete títulos, sobre un total de doce torneos disputados. Las dos leyendas han acabado, por supuesto, en lo alto de la clasificación mundial con una diferencia sobre el tercero que recuerda a las de 2005, 2006, 2007 o 2008, cuando ambos estaban en su plenitud física y podían afrontar cada torneo del circuito con garantías de victoria. Como “relevo” se queda un poco corto.

En cualquier caso, aparte de la victoria de Grigor Dimitrov y el excelente torneo de David Goffin, lo que ha llamado la atención en Londres esta semana han sido unas declaraciones de Andre Agassi en las que afirmaba que Federer no podía considerarse el mejor jugador del mundo porque Nadal le había ganado demasiadas veces en sus enfrentamientos directos. El argumento no es nuevo, Agassi lo lleva repitiendo desde hace varios años, pero su insistencia le ha valido de repente unos cuantos titulares. Puede que una personalidad con tendencia al tormento como la de Agassi –ya lo vimos en su magnífica autobiografía Open– no haga sino proyectar aquí su propia incapacidad para ganar a Pete Sampras, por mucho que público y crítica insistiera en que Andre tenía mucho más talento.

Discutir sobre quién es el mejor de la historia en cualquier disciplina es muy complicado, y en tenis resulta directamente imposible por los numerosos cambios físicos y de equipamiento. En cualquier caso, pelearse en este debate por Federer o por Nadal es un poco absurdo porque probablemente el mejor jugador de la historia sea el australiano Rod Laver, el único en ganar los cuatro torneos del Grand Slam en una misma temporada y capaz de hacerlo incluso en tres ocasiones: dos como amateur y una como profesional.

Ciñéndonos a la última década larga de rivalidad habrá quien prefiera el juego sistemático, ordenado y corajudo de Nadal y quien prefiera la genialidad y vistosidad de Federer. Llevamos demasiados años discutiendo esto como para continuar por ahí. Lo que no tiene mucho sentido es apelar a los enfrentamientos directos justo el año que Federer le ha ganado los cuatro disputados a Nadal. Es cierto que el mallorquín sigue teniendo una ventaja de 23-15, pero esa ventaja se cimenta solo en los partidos jugados sobre tierra batida, donde Nadal es, sin duda, el mejor que se haya visto jamás. Tanto en pista dura como en hierba como en indoor, el suizo domina la comparación y es normal que así lo haga porque en esas superficies es mejor y no pasa nada por reconocerlo.

Lo curioso es que una lógica muy parecida ha llevado a muchos seguidores de Federer a asegurar que el suizo ha sido el mejor de esta temporada pese a acabar como número dos del mundo. Sus argumentos: Federer es el que más torneos ha ganado y el que más puntos por torneo se ha llevado de media. Si solo jugando doce ha quedado a mil puntos de Nadal, dicen, ¿qué habría pasado si hubiera disputado dieciocho, que viene a ser la media entre los grandes jugadores? Además de todo eso, apelan al citado 4-0 en los enfrentamientos entre ambos, obviando que las cuatro victorias llegaron “en casa”, es decir, que el suizo no se atrevió a pisar la tierra batida en todo el año, superficie sobre la que, muy probablemente, Nadal se habría impuesto de enfrentarse.

No, Federer no ha sido el mejor tenista de 2017 porque no ha tenido la regularidad exigible para esa distinción. A los 36 años, ha tenido un año sensacional, maravilloso, con solo cinco derrotas en cincuenta y ocho partidos… pero ya no tiene edad para dominar de enero a noviembre, disputar títulos mes a mes y hacerlo en superficies adversas. Al mejor hay que exigirle que juegue siempre y en cualquier lugar ante los mejores. En ese sentido, habrá que ceñirse a la estadística y reconocer que el que realmente merece el título honorífico es el que más puntos ha conseguido a lo largo del año.

Parece una obviedad pero no es solo eso: Nadal compitió en Australia llegando a la final, tuvo una buena gira americana con finales en Acapulco y Miami, arrasó en la temporada de tierra y solo cayó en Wimbledon después de cinco agónicos sets, con 15-13 en el quinto. Después de un cierto bajón en Montreal y Cincinnati, ganó el US Open y no vale refugiarse en la mediocridad de sus rivales: lo ganó y punto. Cuando incluso Federer preveía un descanso para el balear, Nadal quiso viajar a Asia, ganó Pekín y fue finalista en Shanghai. Ya completamente cojo, le forzó tres sets en Londres a David Goffin, posterior finalista del torneo.

El estado físico y la edad de Federer le exigen competir “a la carta” y suficiente mérito tiene, pero esa circunstancia hace más complicado evaluar su año. No estuvo en ningún torneo de tierra batida y en cuanto sintió la más mínima molestia, prefirió descansar. Es lo más inteligente que puede hacer en este momento pero no vale después proyectar qué habría pasado sin ese descanso. Nadal no descansó y acabó el año entre gestos de dolor, pero en el primer puesto del ranking. Si les gusta que eso sea así o no, es una cosa. Que es algo merecido y ganado sobre la pista, no debería ponerse en duda.

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(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.


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